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Historias con música

R

etazos de recuerdos corregidos y aumentados, sensaciones que no llegaron a ser reflexiones, maneras personales de asimilar acordes inquietantes, búsquedas atolondradas en los expedientes de uno mismo. Tal vez no esté de más hacer un paréntesis entre tantos (y tan ominosos o esperanzadores) ruidos nacionales, ir a buscar una rola evocadora y pensar en algo distinto.

Javier en la despedida

Nos habíamos quedado solos ella y yo, bajo la luna turca, en la terraza de Café Caliente, un comedero de Estambul que pretendía ser mexicano, y deglutíamos en silencio una masa nauseabunda remotamente inspirada en los chilaquiles: harina de maíz mezclada con aguacate, crema dulce y trozos de pollo. A la mañana siguiente yo habría de tomar un avión que me llevara de regreso a la Cristiandad y ambos sabíamos que era sumamente improbable un encuentro ulterior. El deslumbramiento inicial, dos o tres convivencias vertiginosas en ciertas ciudades y muchos meses de obsesivos correos electrónicos en modo MS-DOS desembocaban en esa despedida: la vida y el agravio por el brazo baldado de Cervantes se interponían entre nosotros. La inmundicia en mi plato me ayudaba a evitar que se me pusieran los ojos cursis, pues la náusea casi siempre espanta la tristeza. Pero en ese momento algún imbécil que actuaba fuera de nuestro campo visual, creyendo complacernos, tuvo la ocurrencia de enviar por las bocinas del local el sonido de esta rola, precisamente de esta. El efecto, desde luego, fue rápido y desastroso.

http://youtu.be/OXkUz8c2w6Y

Del cello

Sin haber sido el primer autor en referise a ello, ni mucho menos, J. E. Adoum, gran narigudo ecuatoriano, le puso nombre a lo gozodoloroso: lo que causa un sufrimiento tan comedido que invita a explorar el dolor sin grandes riesgos (como una irritación leve en la encía que se estremece al paso de la lengua, un moretón que se deja sobar mientras emite un lamento quedito y sordo, un pensamiento tenuemente displacentero que se manosea con fruición) o bien lo extremadamente hermoso y por completo inasible: una zarigüeya que danza un instante ante nuestros ojos y desaparece para siempre, la evocación atormentada del esplendor de Tenochtitlan, el transcurso irremediable de la música que acaricia las entrañas, regresa a la nada de donde salió y deja una nueva cicatriz de posesión insosegada. El sonido del cello.

http://youtu.be/4qAeKzknDJ8

Nos amábamos tanto...

En la desaparecida Yugoslavia, serbios, croatas, eslovenos, bosnios islámicos, montenegrinos, macedonios, albaneses kosovares, judíos y gitanos omnipresentes lograron convivir en paz. Las hibridaciones no eran delito de alta traición y las mezclas eran vistas como fundamento de cohesión nacional. Entonces llegaron los propagadores de rumores: Un musulmán envenenó el pozo y ha muerto un niño; fueron vistos unos croatas violando a una muchacha serbia; los kosovares quieren la independencia. En cuestión de meses, los envenenamientos fueron una profecía autocumplida, las violaciones se volvieron realidad, los independentismos encarnaron y los vendedores de orgullo patrio y los mercaderes de armas avanzadas hicieron su negocio de carne humana. Hubo un tiempo en el que a nadie le importaba si la música era croata, serbia o gitana, o todas las anteriores, o ninguna. Independientemente de su etnia, lengua, religión y cultura, los yugoslavos cantaban y bailaban juntos Ajde Jano.

http://youtu.be/gDqhElZLnU8

http://youtu.be/8qJppER0G8w

Placer, placer y dulzura...

Yo soy la locura,
la que sola infundo
placer, placer y dulzura,
y contento el mundo.
Dicen a mi nombre
duro mucho o poco
pero no hay hombre
que piense ser loco...

La pederastia que se agradecía

(Ensayo de traducción de la canción póstuma de Georges Brassens La maîtresse d’école)

En el plantel en donde cursé la secundaria,
la maestra aplicaba métodos de vanguardia.
Qué dulce, mas qué breve, resultó el tiempo aquel
cuando aquella hada buena estuvo en el plantel.
Antes que ella llegara, éramos distraídos,
muy malos estudiantes, chambones y cretinos,
y de todas las prendas que te imagines tú,
las orejas de burro eran la más común.
Pero aquella maestra, con método avanzado,
ofreció darle un beso al más aventajado:
un beso, nada menos, al alumno de diez:
un beso libertino o de lengüita, pues.
Algo cambió de pronto; la escuela fue distinta:
y a partir de ese día nadie se fue de pinta.
Las orejas de burro, negocio floreciente,
en meses sucesivos no tuvieron ni un cliente.
En el último día de aquel ciclo escolar,
el director no pudo la sorpresa ocultar:
y la buena maestra enrojeció a su vez
pues los chavos tenían un promedio de diez.
A la hora del recreo, la maestra cumplió
la promesa que meses antes realizó:
a cuarenta graduados tanto tardó en besar
que la clase siguiente hubo que retrasar.
Al director idiota no le gustó el sistema:
la dulce profesora fue objeto de anatema,
no le sirvió de nada su expediente brillante
y le llegó un oficio de cese fulminante.
La flojera hizo entonces su reaparición
y hasta el mejor alumno volvió a ser chambón;
en el curso siguiente, nada que festejar,
pues todos nos hallábamos en último lugar.
En el plantel en donde cursé la secundaria,
la maestra aplicaba métodos de vanguardia.
Qué dulce, mas qué breve, resultó el tiempo aquel
cuando aquella hada buena estuvo en el plantel.

http://dai.ly/iaJWTt

http://bit.ly/iSR0aP