Opinión
Ver día anteriorJueves 5 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Soles en las sombras
E

n su ya larga etapa de formar un repertorio que pueda hacer giras, las que de hecho ya se están dando aunque por diversas circunstancias no con la frecuencia que sería la ideal, la Compañía Nacional de Teatro (CNT) estrenó Soles en las sombras de Estela Leñero, obra que suscita muchas dudas si se compara la escenificación con el librito editado por la propia CNT y la editorial Jus que se supone guarda el texto original. Esta discordancia corrobora la versión, que varias voces me hicieron llegar, de que la dramaturga entregó una especie de borrador sin pulimento, que desconcertó en principio a la directora y las actrices que incorporarían a las tres protagonistas, y que luego las llevó a tallerear –lo que supuso investigaciones a la época y a la vida de estas singulares mujeres– para enriquecer, en varias ocasiones con las palabras literales de cada una de ellas, un libreto que les pareció inacabado. Y aunque ninguna de ellas tiene experiencia dramatúrgica,el empeño puesto en su tarea dio lugar a una obra de mayor calidad que el de la laureada Estela Leñero. Y si es verdad lo que se me dijo, y yo creo que lo es, esto debe servir de advertencia a Luis de Tavira y a su comité asesor para que en el futuro no admitan textos a medio cocer, aunque cabe señalar que en las representaciones de su estreno en la capital, el público se volcó en entusiastas aplausos como señal de que se le está hablando de algo muy cercano.

Atengámonos a lo que se ve en escena. La idea de rescatar del olvido a Juana Belén, María Talavera y Leonor Villegas, quienes nunca se conocieron pero que aquí ven entrecruzarse sus vidas fuera del tiempo y del espacio, es un acierto de Estela Leñero. Juana Belén, incorporada por Luisa Huertas, fue activista de toda la vida y editora del diario de propaganda revolucionaria Vesper y en texto y montaje aparece como la ferviente defensora de las buenas causas, pero también, desde un presente imaginario es la voz sarcástica del desencanto. María Talavera, a la que siempre se refieren como la compañera de Ricardo Flores Magón, tuvo presencia propia dentro del anarquismo que configuró una importante vertiente de la Revolución y Mariana Giménez le confiere los matices de ternura amorosa y de resuelta confirmación de sí misma que sin duda tuvo. Emma Dib es la altiva cuando se la cuestiona, pero también enternecida ante los heridos, Leonor Villegas, señora de clase alta que abandona todo para crear La Cruz Blanca que atenderá a quien lo necesite a diferencia de la Cruz Roja casi dedicada a los carrancistas. Junto a ellas, variedad de personajes históricos muestran el paso del tiempo y son encarnados por solventes actores y actrices de la Compañía, como Mariana Gajá, Arturo Reyes, Enrique Arreola, Laura Padilla y Everardo Arzate, entre otros.

La escenografía, debida a la directora Claudia Ríos y a Matías Gorlero –quien también ilumina, aunque en algunas escenas su luz melancólica es excesivamente baja– consiste en dos áreas, una frontal con la hoguera siempre encendida, y otra al fondo que es un pequeño despacho, además de las rejas que descienden del telar en cuando se requiere, como en la muy lograda escena de la cárcel o la de la muerte de Flores Magón. Claudia Ríos, a fuer de ubicar a sus actores y, sobre todo a las tres actrices protagónicas, logra dar los tiempos reales de cada historia y los ilusorios, casi fantasmales, en que las tres mujeres se interpelan unas a otras. En alguna escena, como la del hospital con el encuentro de Leonor con su amiga Teresa, las otras quedan como espectadoras y en general la directora logra crear ámbitos diferentes aunque entrelazados para las tres mujeres. La escena final, cercenada la demasiado explicativa del original pero conservada la de los cadáveres contemporáneos se interpreta como la de una revolución trunca, aunque puede parecer demasiado efectista y buena para arrancar aplausos.

Las canciones de Erando González van dando razón de la personalidad de cada una de las protagonistas y están cantadas en un tiempo presente que mira al pasado. Y el vestuario diseñado por Adriana Olivera es fiel a la iconografía que se tiene de ellas en épocas en que el feminismo no rescataba como ahora la femineidad de las mujeres libres, sino que éstas trataban de asemejarse a los varones en lenguaje y vestimenta.