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A la mitad del foro

Las banderas negras

H

abrá desfiles obreros hoy, pero las banderas rojinegras seguirán bajo el polvo. La gerontocracia cetemista seguirá siendo fantoche para que la izquierda asuste a los desmemoriados con el terrible corporativismo. Ahí quedó, en la congeladora, el mamotreto de reforma laboral que todavía servirá a Javier Lozano para lanzar amenazas como el enano del tapanco. Y nada más. Se alzarán los puños al pasar bajo el balcón vacío de Palacio Nacional. Felipe Calderón está en el Vaticano, asiste a un acto religioso, al rito de beatificación del papa Juan Pablo II, nada menos.

Congruencia pura en el trayecto político del opositor que llegó a jefe del Estado laico al que combatió siempre. Día del Trabajo y un séquito de obispos, curas y monjas acompaña al Presidente de la República a la manifestación de fe: a asistir como gobernante a una ceremonia eclesiástica, acto que la Constitución le prohíbe expresamente. No al católico Felipe de Jesús, sino al jefe de gobierno y jefe de Estado. Felipillo santo tiene el derecho a la libertad de conciencia, a manifestar su fe, en público y en privado, siempre y cuando no lo haga en su carácter de funcionario público. Y al Vaticano invitaron al Presidente de México. Los purpurados que lo acompañan, las monjas y sacerdotes, son el cortejo de quien es titular del Poder Ejecutivo de la Unión.

En el ámbito de la libertad de conciencia, o libertad religiosa como propone llamarla Santiago Creel en su iniciativa de reformas al artículo 24 constitucional, la sombra del fundador de los legionarios de Cristo, del terrible escándalo y corrupción del padre Maciel, podrá traducirse en evangélica rueda de molino. Pero en el del deber político, la visita al Vaticano para asistir a la beatificación de Karol Wojtyla, es lisa y llanamente un desafío con el que viola la Constitución y la Ley de Asociaciones Religiosas. No hay secreto de confesión que pueda silenciar el absurdo de incorporar la sombra de Maciel al proceso político electoral en curso. Maciel engañó al papa Juan Pablo II, dicen en Roma. Mala hora para exhibir los nexos de la derecha mexicana con el pederasta fundador de los legionarios.

Y el viernes 29 de abril, Felipe Calderón encabezó el festejo del Día del Niño en el Parque Bicentenario. Por primera vez, les dijo, hay escuelas para todos en educación primaria; y todos tienen médico, medicinas, hospitales y tratamiento a su alcance en el Seguro Popular. Pero México es el país con la tasa de pobreza infantil más alta de la OCDE; 25.8 por ciento de los niños mexicanos viven en hogares pobres. Y más de tres millones de infantes, púberes y adolescentes trabajan como jornaleros agrícolas, en la construcción, en el comercio y el eufemístico sector de servicios. Los del nomadismo agrario carecen de toda protección laboral, reciben un salario miserable, duermen en tugurios, no asisten a la escuela, padecen desnutrición y hambre. En la ciudad sobreviven en la más informal de las economías; mendicantes y malabaristas en las esquinas, en los remedos de vías rápidas; en la corte de los milagros del lumpen del tercer milenio.

Primero de mayo. No hace mucho, la prensa diaria no circulaba en este día. Y aquí están estas páginas como testimonio de la victoria pírrica del proyecto patronal que decidió cambiar de cómplice en el control de la cosa pública. No sería para acelerar la conversión del tesoro público en botín privado: los del reformismo habían apresurado la disolución del Estado rector de la economía; la modernización para acatar el consenso de Washington y establecer el dogma del mercado libre de toda regulación financiera. Neoliberalismo, a pesar del abuso del término. Preferían mozos de estribo, gerentes a cargo de la cosa pública: restablecer el Supremo Poder Conservador de efímera gloria decimonónica. De la profesa a la democracia sin adjetivos. Tembló la Tierra y los montes parieron a Vicente Fox.

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Las marchas de este 1º de mayo pasarán frente a Palacio Nacional, pero el balcón central estará vacío. La imagen es de 2010Foto Roberto García Ortiz

Hoy habrá dos desfiles obreros y no habrá a quien gritarle: ¡Este puño sí se ve!. Estamos en guerra y el comandante en jefe asiste a la ceremonia de beatificación en el Vaticano del Papa que vino de Polonia a encabezar la batalla final contra el socialismo realmente existente. Ronald Reagan y Margaret Thatcher impusieron el dogma neoconservador. Solidarnosk, con Lech Walesa en su tierra nativa; Solidaridad, en México con Carlos Salinas, fueron deslumbrante ascenso; efímero poder: Walesa al retiro intrascendente; Salinas al papel de villano, de el chupacabras en el imaginario colectivo. Feroz campaña de Ernesto Zedillo: la política reducida a pastorela en la era del espectáculo. Y la derecha que osa decir su nombre impera sobre la ley.

No hay empleo, aunque Ernesto Cordero y Javier Lozano hagan juegos de birlibirloque con cifras trimestrales, trabajos formales, informales y no tanto. Los mineros muertos en Pasta de Conchos siguen enterrados; no habrá banderas negras de duelo por ellos ni por los muertos de Lázaro Cárdenas y de Cananea. Los dolientes de los casi 40 mil caídos en la guerra contra el crimen organizado marchan por otros caminos, bajo otras banderas; separados, aunque se haya unido el EZLN a la que partirá de Cuernavaca.

Mientras los de la transición se repartían los restos del sistema, sin reponer las ruinas institucionales, sin cimentar un nuevo régimen, el Estado se diluía, se ausentaba, se asustaba ante la violencia de la barbarie criminal. Estamos al borde del caos anarquizante, dije a la mitad del foro, en más de una ocasión. Las banderas negras de los anarquistas antecedieron a las rojinegras del sindicalismo laboral o socialista. Y anarcosindicalistas fueron los combatientes del campesino durante la Guerra Civil española; los magonistas de Regeneración y los de la Casa del Obrero Mundial en la Revolución Mexicana. Sí, hubo una Revolución Mexicana, señores y señoritos.

En 1830, los tejedores de la seda en Lyon, Francia, obreros de la industria textil como en Manchester, Inglaterra, en 1819, y los de Río Blanco, Veracruz, en 1910, enfrentaron la pérdida de miles de empleos, el hambre, las fuerzas del orden al servicio de los patrones, como siempre. Lyon era la capital mundial de la seda; la fuerza de trabajo sumaba 30 mil tejedores y decenas de miles más en empleos indirectos; más de la mitad de la población de 140 mil habitantes dependía de la industria de la seda. El 29 de julio se alzaron las barricadas de la rebelión parisina que derribó al último de los Borbones. Ascendió al trono Luis Felipe. Los patrones encontraron como siempre el modo de enfrentar la crisis: no aceptaron la tarif, la lista de precios mínimos acordada por el tribunal industrial establecido desde la era napoleónica.

El diario L’Echo de la Fabrique había anticipado: las masas están por alzarse y (que) marcharían bajo una bandera negra para atacar la sede del gobierno y las casas de ciertos manufactureros... El domingo 20 de noviembre llamaron a la Guardia Nacional: la comisión obrera declaró la huelga y los guardias dispararon para dispersar a la plebe. Los obreros tomaron las calles al grito de han matado a nuestros hermanos. Un contingente enarbolaba la que sería enseña del anarquismo: bandera negra. Como símbolo de duelo, con la frase que daría fama universal a los canuts: Vivir trabajando o morir peleando.

Hoy habrá marchas obreras. Frente al balcón vacío de Palacio Nacional desfilarán Heriberto Jara y Esteban Baca Calderón con las banderas negras y rojinegras de los trabajadores del mundo entero.