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Juan Pablo II: morto subito
C

on la muerte del papa Juan Pablo II, en medio de lágrimas y luto general, se levantó en Polonia un grito: santo subito, reclamo para declararlo santo ahora, ya que en el imaginario popular se trataba de un personaje carismático, con múltiples contribuciones a la Iglesia y al mundo.

Algunos, que intentaban distanciarse de esta conmoción o preguntar por el legado de su papado (1978-2005), disfrazaron sus dudas en un happening vistiendo por las calles playeras con la leyenda No he llorado por el Papa.

Ahora, a seis años de su muerte, con declararlo beato (un paso antes de santo) por haber supuestamente hecho un milagro, ayudando a sanar a una monja, se cumple en parte aquella vieja demanda. Aunque la beatificación responde a los intereses del Vaticano de relanzar el culto a Juan Pablo II, presente en muchos países a raíz de sus viajes, éste más bien es un culto propio del oscurantismo del catolicismo polaco, a lo que apunta la diferencia entre un santo y un beato: el primero es venerado en toda la Iglesia, el segundo en su parroquia o país.

Pero incluso una mirada a su Polonia natal demuestra que cuando estalló la burbuja del espectáculo mediático en torno de él su enorme legado resultó morto subito –hasta a los publicistas católicos les cuesta rescatar lo duradero y hace que se limiten a mencionar ritualmente el ecumenismo o su papel en la caída del socialismo real.

Lo demás resultó ser fantasmas, por ejemplo la supuesta generación Juan Pablo II, jóvenes nacidos en Polonia en los 80, que crecieron con sus enseñanzas y que iban a cambiar el rostro de este mundo –invención que no tuvo nada que ver con la realidad social.

Esta es mucho menos agradable: Juan Pablo II dejó en su patria una Iglesia cerrada, conservadora y xenófoba, que con el paso del tiempo se ha ido alejando incluso de sus principios, como los logros del Concilio Vaticano II.

Los círculos laicos y progresistas están en clara minoría, la teología está confinada a las posiciones ortodoxas y las universidades son cunas de la doctrina, no espacios de discusión.

Intelectuales y artistas con sensibilidad metafísica en la patria del Papa poeta e intelectual se ven obligados a elegir entre la Iglesia y Dios.

Pero como subraya el profesor Zbigniew Mikolejko, historiador de la religión, a la mayoría de los polacos no les importa Dios, sino los diositos.

El mismo Juan Pablo II fue convertido en diosito, tótem incorporado al panteón de la religiosidad cuasi pagana, regida por un imaginario mesiánico de Polonia como un Cristo de las naciones, según el cual el sufrimiento de este país salvará a toda Europa y a su fe cristiana.

El mismo delirio tiene secuestrada a la política allí, con su más reciente manifestación de tratar como mártires al presidente y otros políticos que murieron en un accidente aéreo el año pasado en Rusia, nuevo culto que casi ganó a la adoración de Juan Pablo II.

Cuando Benedicto XVI anunció que su predecesor sería declarado beato el domingo de la misericordia de Dios, fiesta introducida por el mismo Juan Pablo II, que este año cayó el primero de mayo, se dijo que no era coincidencia: el mismo Karol Wojtyla trabajó de obrero durante la Segunda Guerra Mundial; ya siendo Papa apoyó al sindicato Solidaridad y dedicó tres de sus encíclicas a la problemática de trabajo y cuestiones sociales (Laborem excercens, Sollicitudo rei sociales y Centesimus annus).

No obstante, su pensamiento laborista está desconectado de los cambios estructurales en la economía capitalista y si más bien en sus encíclicas trataba de criticar por igual el capitalismo y el comunismo, en la práctica siempre ganaba el primero; por ejemplo, a pesar de que alabó el papel de los sindicatos, nunca objetó la desmovilización de Solidaridad después de 1989 para introducir las reformas neoliberales.

Aunque el veterano marxista Eric Hobsbawm ha sido gentil con el Papa polaco, al opinar que en los 80 y 90 ha sido el único que vociferaba contra el capitalismo, esto se debe más bien al clima general de aquella época del capitalismo triunfante y la izquierda claudicante.

La prueba de lo superficial de su anticapitalismo y de que éste no contribuyó nada a la Iglesia ha sido que frente a la crisis financiera su sucesor apenas criticó la codicia individual, misma que, de hecho, ha sido cobijada por Juan Pablo II, protector de banqueros vaticanos malversantes…

En este sentido, quizá lo más vivo de él son sus errores: haber encubierto a los curas pederastas, su posición hacia la teología de la liberación y los teólogos disidentes, como Hans Küng o Leonardo Boff; su postura hacia el sacerdocio de las mujeres y la teología feminista, o su enfoque hacia el celibato y la sexualidad.

Los que pensando en Juan Pablo II sienten la necesidad de llorar no deberían llorar a un tótem del Papa muerto, sino por los abandonos del Papa vivo.

* Periodista polaco