Opinión
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La verificación del sexo en el deporte
C

aster Semenya, la joven sudafricana que conquistara la prueba de los 800 metros en agosto de 2009, fue sometida por su apariencia física a un trato humillante, al ponerse públicamente en duda su sexo. Luego de su triunfo en el campeonato mundial de atletismo celebrado en Berlín, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAS, por sus siglas en inglés) decidió someterla a pruebas rigurosas para asegurarse de su condición femenina, cuyos resultados no han sido revelados. Sin embargo, su retorno oficial a las competencias después de un año de ausencia podría ser indicativo de un nuevo triunfo, esta vez fuera de las pistas. El caso de esta atleta va más allá de una reivindicación personal, pues ha provocado cambios en los criterios para la definición del sexo en las competencias deportivas.

El deporte es una actividad humana en la que la definición del sexo resulta de gran importancia, pues la mayor parte de las competencias se dividen en las categorías de hombres y mujeres. En la rama femenina, asegurarse del sexo de las competidoras ha adquirido tintes incluso obsesivos para las autoridades deportivas, lo que ha sido estimulado por algunos casos bien documentados de fraude, en los que algunos hombres se han hecho pasar por mujeres para alcanzar victorias y récords, y con ellos el prestigio personal o nacional que conllevan.

Las pruebas para la verificación del sexo en las actividades deportivas tienen una historia interesante, y de alguna manera son el reflejo de los avances científicos y tecnológicos en la definición del sexo biológico. A principios de los años 60 del siglo XX se hacía desfilar a todas las competidoras desnudas frente a un grupo de expertos, que emitían su dictamen sólo mediante criterios anatómicos. Además de la humillación y vergüenza a las que se sometía a las atletas –lo que fue motivo de innumerables protestas–, el método tenía fallas evidentes ante los casos de ambigüedad sexual.

Las pruebas fueron sustituidas posteriormente por otras, en las que prevalecía el criterio del sexo genético. En los Juegos Olímpicos celebrados en México en 1968, por ejemplo, se introdujeron las pruebas masivas del frotis bucal entre las competidoras, con el fin de establecer microscópicamente la presencia de los cuerpos de Barr, que durante algunos años se consideraron indicativos del sexo genético. En las mujeres, que generalmente tienen dos cromosomas X (XX), uno de ellos aparece como una pequeña protuberancia en la membrana del núcleo celular. Así, una persona con cuerpo de Barr positivo era considerada mujer, y sin él, hombre. Pero este criterio también tenía fallas enormes, pues da lugar a falsos negativos y falsos positivos, por lo que ha sido abandonado como un criterio confiable, no sólo en el deporte, sino en los estudios científicos.

En 1991, el Comité Olímpico Internacional decidió incluir los estudios genéticos mediante una técnica molecular conocida como Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés). En los hombres generalmente la combinación de los cromosomas sexuales es XY; con la técnica citada, es posible identificar regiones en el cromosoma Y en las que se encuentra un gen al que se ha atribuido un papel determinante del sexo (SRY). Algunos estudios realizados durante los Juegos Olímpicos de Barcelona revelaron también fallas en este procedimiento, considerado muy preciso. ¿Por qué?

Algunas personas presentan condiciones genéticas particulares, por ejemplo, hay hombres con la combinación genética considerada típicamente femenina (XX) y mujeres con la predominantemente masculina (XY). También hay condiciones médicas en las que las mujeres producen una elevada cantidad de hormonas masculinas llamadas andrógenos. En las competencias deportivas internacionales no son raras, entre los casos especiales, las mujeres con cromosomas masculinos que presentan un síndrome conocido como insensibilidad a los andrógenos (SIA). Se trata de personas que tienen un fenotipo femenino y son educadas como mujeres. Tienen órganos sexuales femeninos y testículos (localizados dentro del abdomen) que producen andrógenos, pero estas hormonas no tienen efecto en ellas, pues sus tejidos carecen de los receptores que se requieren para que se expresen sus funciones masculinizantes.

Este breve recorrido por los criterios para la verificación del sexo en las competencias deportivas permite evidenciar las enormes dificultades para definir el sexo en los humanos. La imposibilidad de contar con un criterio infalible radica en que existe un amplio territorio en el que hombres y mujeres comparten atributos biológicos.

Pero una nueva modalidad está a la vista: el Comité Olímpico Internacional anunció el pasado 5 de abril nuevas directrices sobre hiperandrogenismo femenino, las cuales ya fueron aceptadas por la IAAS. Serán presentadas en mayo, y los adelantos que se han dado a conocer auguran el fin del reinado de la genética y el retorno de las hormonas, en particular de la testosterona, como la pieza clave para la definición del sexo en el deporte.