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Penderecki y otros polacos
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Krzysztof Penderecki (1933), durante un ensayo en la sala principal del Palacio de Bellas Artes, donde dirigió a la Sinfonía Varsovia en dos conciertosFoto José Antonio López
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ás allá de las importantes contribuciones que hicieron los compositores polacos del siglo XIX y los albores del XX (pienso en personajes como Chopin, Szymanowski, Paderewski, Wieniawski, Moniuszko, Karlowicz), es un hecho que el ámbito cultural polaco moderno y contemporáneo se caracteriza por la presencia de un numeroso contingente de compositores y compositoras que en buena medida han definido vertientes importantes del desarrollo musical europeo: Lutoslawski, Kotonski, Serocki, Weinberg, Panufnik, Baird, Schaeffer, Ptaszynska, etcétera.

Entre ellos destaca singularmente la figura de Krzysztof Penderecki (1933), compositor indispensable en la historia de la música de nuestro tiempo quien, además, ha realizado una notable carrera en la dirección orquestal.

Penderecki se presentó hace unos días en el Teatro de Bellas Artes al frente de la Sinfonía Varsovia, con un programa inteligente, maduro y sin concesiones, con la bienvenida presencia protagónica de la música polaca, incluidas dos de sus propias partituras.

El Agnus Dei está caracterizado por sus austeros materiales y su transparente polifonía, así como por una expresividad potente y muy interiorizada. Hay en la obra algunos fugaces momentos tonales, colocados eficazmente en ciertos puntos de inflexión del discurso.

La Chacona de Penderecki, a su vez, se distingue por el pulcro y diáfano manejo de la estructura por variación continua, que es claramente perceptible para el oyente.

En las Tres piezas en estilo antiguo, de Henrik Mikolaj Górecki (fallecido hacia el fin del año pasado), Penderecki y su orquesta supieron poner en primer plano el arcaísmo depurado y decantado que caracteriza a la obra. A destacar, la disciplina, uniformidad y precisión rítmica del conjunto para manejar los acentos, no siempre regulares, de la segunda de las piezas. El sutil manejo tímbrico de las cuerdas permitió que, en efecto, aflorara en la interpretación un ambiente sonoro añejo, como si se tratara por momentos de un ensamble especializado en música antigua.

Particularmente bienvenida fue la inclusión del Concierto para orquesta de cuerdas de la destacada compositora polaca Grazyna Bacewicz, obra enérgica, poderosa y habitada por una personalidad musical sólida y bien delineada. La escritura de esta obra propone una compleja y diversificada división de labores instrumentales al interior de la orquesta, división que fue perfilada con admirable claridad por Penderecki y sus músicos, permitiendo una proyección particularmente inteligible de la polifonía propuesta por Bacewicz. En lo estilístico, la Sinfonía Varsovia y su director artístico acertaron en dar su justa dimensión a los parámetros del evolucionado neoclasicismo de esta muy interesante obra de la compositora polaca.

Para concluir este muy satisfactorio programa, Penderecki y la Sinfonía Varsovia abordaron el extenso y complicado Souvenir de Florence, de Piotr Ilyich Chaikovski, la cual no es una obra menor ni menos interesante que su muy famosa Serenata Op 48.

Después de su experta ejecución de la música polaca contemporánea reseñada líneas arriba, director e instrumentistas recalibraron sus parámetros estilísticos para ofrecer una versión fluida, elegante y sin asperezas de esta romántica y evocativa música de salón. Este enfoque no le impidió a la Sinfonía Varsovia, sin embargo, comprometerse con convicción en los pasajes en que Souvenir de Florence exige ese toque de pasión eslava que está presente en prácticamente todas las obras de Chaikovski.

Hasta aquí, el banquete musical polaco-ruso quedaba completo, redondo y satisfactorio, pero aún habría más.

Como despedida, Penderecki y su orquesta realizaron una versión fogosa, electrizante y volcánica de ese trozo de rabia y angustia incontenibles que es el Allegro molto del Cuarteto No. 8, de Dmitri Shostakovich, en su versión para cuerda completa. Homogeneidad impecable en las texturas, una caleidoscópica paleta tímbrica y una refinada gradación de las dinámicas, caracterizaron el desempeño de la Sinfonía Varsovia, dirigida por el gran Penderecki con claridad y precisión, siempre al servicio de la música y sin adornos gestuales para la platea.

Un concierto de altísimo nivel, de principio a fin.