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Historia de una venganza de clase
A

finales de febrero pasado, el jefe de Gobierno del Distrito Federal saludó la presencia de Eduardo Galeano en México. Aplausos: ¡eso es un presidenciable! Días después, Marcelo Ebrard distinguió a Mario Vargas Llosa. Aplausos: ¡eso es un presidenciable!

Cúcara mácara, títere fue: 1) Ebrard conoce las diferencias entre ambos escritores, pero las ideologías no van con él; 2) pensó que el título nobiliario de marqués, otorgado al pongo peruano por el rey Juan Carlos I, lo obligaba a ser cortesano; 3) echó mano al fólder palabras de ocasión para escritores célebres; 4) transfirió el entrevero PAN-PRD a la literatura latinoamericana.

Flanqueado por el séquito de genuflexos que lo siguen a sol y sombra, Vargas Llosa dijo en la ceremonia de marras: “… ambos [México y Perú] somos países antiguos, como decía (José María) Arguedas, para quien la antigüedad era un valor y yo también creo que lo es”.

Vaya, vaya… ¡Arguedas! Gloria literaria del Perú (por mérito propio), a quien nada menos que don Mario trató de desarraigado, y calumnió en La utopía arcaica (Alfaguara, 2008). Y esto, fuera de aquel texto de ultratumba que parecía dictado por el conquistador Francisco Pizarro:

“…El precio que debe pagar Perú por el desarrollo y la modernidad es la extinción de las culturas indígenas… porque éstas no son más que un lastre antimoderno e irracional” (Questions of conquest: what Columbus wrought, and what he did not, Harper’s, diciembre 1990).

En junio 2009, el gobierno de Allan García masacró a 200 indígenas de la Amazonia, y Vargas Llosa aseguró que las víctimas fueron instigadas por Hugo Chávez y Evo Morales. Y por si no quedó claro, meses después remató en Bogotá: “…el indigenismo en Ecuador, Perú y Bolivia está provocando un verdadero desorden político y social, y por eso hay que combatirlo”.

¿Cómo de una cabeza inteligente puede salir una afirmación tan monstruosa como ésa?, se preguntó José Saramago. Sin embargo, el reclamo a pensar distinto de Vargas Llosa venía de lejos, y se revistió de inaudita ruindad moral cuando el capitán de navío argentino Adolfo Scilingo reconoció que arrojó personas vivas al mar desde su avión. Molesto porque la confesión del verdugo confirmaba las denuncias, observó:

“…Está bien que [esos crímenes] provoquen indignación, pero de ningún modo es admisible la sorpresa, pues torturar, asesinar y ‘desaparecer’ ¿no ha sido acaso, desde siempre, práctica habitual de las dictaduras de América Latina y en todas partes?” (Jugar con fuego, El País, 7/5/1995).

En coincidencia con las ceremonias en el Palacio del Ayuntamiento, trascendió que el escritor inauguraría la Feria Internacional del Libro (FIL) de Buenos Aires, el próximo 20 de abril. Frente a la vigorosa protesta de los intelectuales argentinos, el agitador comercial del grupo Prisa les respondió:

“¿Qué clase de Argentina quieren…? ¿Una nueva Cuba?” Cínicamente, puso de ejemplo al Che Guevara: “…quien no era ‘nacionalista’ porque… se jugó la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas” (Piqueteros intelectuales, El País, 13/3/11).

Pensar distinto que en octubre pasado adelantó con otra finura: ¿Qué les pasó a los argentinos? ¿Estuvieron enfrascados en alguna guerra terrible? (Perfil, Buenos Aires, 7/10/10).

Dicen que política y literatura no van juntas. Cosa que el propio Vargas Llosa refutó en una conferencia dictada en Monterrey (mayo de 2000). Como si no lo supiera él, caudillo ideológico de las oligarquías de América Latina que, irremediablemente, dirigen sus pasos al abismo.

La inauguración de la FIL Buenos Aires coincidirá, casualmente, con el aquelarre que tendrá como invitado de honor a don Mario en un seminario que versará sobre el desafío populista, organizado por la ultraconservadora sociedad Mont Pellerin (fundada por el gurú neoliberal Friedrich von Hayek).

Entre los participantes del evento estarán el derechista Mauricio Macri, jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el fascista José María Aznar, el terrorista cubano Carlos Alberto Montaner, floreros de la literatura como el chileno Jorge Edwards y Alvarito, el hijo del Nobel.

En otras épocas, simuladores como Vargas Llosa medían sus palabras. Épocas en las que los escritores críticos, comprometidos y aguerridos, pesaban más que los independientes, libres y tolerantes. Ahora es distinto. Si los medios dijeran que la conductora de televisión peruana Laura Bozzo, es hija putativa de Vargas Llosa, la gente lo creería porque son tan para cual.

Mario Vargas Llosa: medio siglo de panegíricos y catilinarias en las que pocos autores destacan lo esencial. Porque el ahora marqués sin marquesado consiguió, finalmente, saborear el dulce de la venganza: la del joven que, al saber que por razones de su nacimiento sería excluido de la clase a la que anhelaba pertenecer con desesperación, clavó en el pecho de su padre una cruz, y salió al mundo en busca de una identidad.