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Ver día anteriorLunes 4 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La otra Rita Guerrero
P

ara los temperamentos artísticos fuertes, todos los caminos conducen a una misma meta, que una y otra vez alcanzan en su asedio a la belleza y la exaltación de lo mejor de la expresión humana. La reivindican. Rita Guerrero iba creando lo que interpretaba. Una parte de ella, con Santa Sabina, tuvo impacto masivo, mediático. Pero otra parte tomaba caminos bien distintos, clásicos, intimistas. (Y de pronto me percato, caray, de que murió en olor de santidad sorjuanista, dicho sin ironía, más bien entre signos de admiración).

¿Quién más moderna que ella? Sacó del teatro expresionista y el cabaret su persona roquera, su siempre sugerente representación. Pero así como en los inicios hizo La ópera de los tres centavos y en 1991 montó con Adriana Díaz Enciso y Juan Sebastián Lach el espectáculo Monólogo con un farol en un bar del centro de la ciudad de México, a partir de 2000 incursionó con creciente intensidad en la música antigua y colonial, en una aventura menos paradójica de lo que pudiera pensarse.

Ya en 1995, con Babel, Santa Sabina exploraba mundos que podemos llamar clásicos. Nuevamente con Adriana Díaz Enciso de la mano para recorrer las altas cumbres y pendientes del amor bajo las barrocas luces y sombras del filósofo-alquimista Athanasius Kirchner, el grupo creó su obra más conceptual, y por tanto, menos comercial (si es válido llamar comercial a la música de la banda). Con tales horizontes ante su profunda conciencia mexicana, no sorprende que pronto mirara y absorbiera la obra y la figura de la poeta e intelectual Sor Juana Inés de la Cruz.

Juana de Asbaje murió de 44 años, Rita de 46. A las dos, repentinamente, su indiscutible fuego parece haberlas consumido. Coincidencia. ¿Almas gemelas? ¿Por qué no? Con Ensamble Galileo, Rita se enfrenta al siglo XXI con una materia de 500 años de antigüedad, interpretando canto sefaradí, renacentista español y colonial de México y Perú. No hay esquizofrenia en relación con la apuesta estética de Santa Sabina. De hecho, ambos proyectos establecieron vasos comunicantes.

Abundan grupos y capillas admirables de música antigua en América y España, incluyendo fenómenos enciclopédicos como el increíble Jordi Saval. Pero pocos, si alguno, lograron ser tan soulful como Ensamble Galileo, nuevamente una experiencia de excelentes instrumentistas con la voz de Rita. Un talento más a considerar en ella fue que siempre supo rodearse de músicos verdaderos. De ese periodo existen dos grabaciones, que van de un cierto minimalismo en Todos los bienes del mundo (2003) al esplendor barroco en Una pieza de fuego (2005). En ambos casos, el eje de Ensamble Galileo gira entre el espíritu de Manuel de Sumaya y los deliciosos cantares safaradíes, tesoro lírico de nuestra lengua perdido tras la diáspora judía que los Reyes Católicos decretaron cuando hitlereaban a su santo modo para aniquilar o expulsar a sus judíos hasta Bulgaria, Turquía y otros destinos igualmente balcánicos.

Por la senda de Manuel de Sumaya (1678-1755), el notable compositor medio indio del virreinato mexicano, la exploración del Ensamble Galileo abarca la lírica del nuevo con- tinente en el preciso ámbito cultural donde floreciera Juana de Asbaje. Aunque a diferencia del portento de Nepantla, Rita no necesitó defender su libertad en los espacios misóginos y opresivos de conventos, cortes culeras, ni contra las envidias eclesiales. Y logró hacer lo que artísticamente se le pegó la gana.

No contenta con estas exploraciones del pasado, Rita funda en 2005 un coro en la Universidad del Claustro de Sor Juana, y con él se interna hasta los medievales Llibre Vermell de Montserrat, las cantigas de Alfonso X El Sabio y El canto de la Sibila, le da su tarascada al Stabat Mater de Pergolesi y para 2009 ya hurga la música que se alimentó en Sor Juana y sus universos. Rita muere como empezó: siendo maestra de jóvenes, y en esas, creando. Hoy, el coro ha tomado su nombre.

Considerando el inevitable aspecto académico del género, sus interpretaciones con Ensamble Galileo llegan a ser sobrecogedoras, como en Esta montaña d’enfrente, lamento no muy lejano del blues negro y profundo, aunque en clave sefaradí: “el cielo quiero por papel / el mar quiero por tinta”, entona. “Arvolico de menekshe, / yo lo ensembrí en mi huerta, / yo la crecí y lo engrandecí / otras s’están gozando”. Rita estaba eligiendo la fuente más cristalina y virginal de la lengua castellana, no demasiado lejos de la elección que hizo Juan Gelman para Com/posiciones (1986).

Sed de saber. De sentir y hacer sentir, con la inexplicable vocación canora de las aves: “Un juguetico de fuego / quiero cantar / y gorjear en la fiesta”, anuncia el anónimo peruano de siglo XVII incluido en Una pieza de fuego, que alegremente la retrata: “¡Ah, cuetero! ¡Dale fuego! / Pega, dispara, pega; / mira cómo arden / las guías y candelas / oigan los trasquidos, / miren cómo suenan”.

A Rita, todos estos años la miramos sonar ardiendo.