Opinión
Ver día anteriorViernes 1º de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Envidiarán Obama, Sarkozy, etcétera, al rico Kadafi?
H

oy que la violencia desatada en los países árabes es un balcón abierto al salto al vacío, en medio de bombardeos en Libia (las semanas siguientes, ¿a dónde?), las potencias se dejan ir sobre ese país, como antes lo hicieron con Irak, en busca del petróleo.

Los dictadorcillos apoltronados en su sanguinario poder petrolero, se vuelven miel sobre hojuelas y pretexto perfecto para que las potencias caigan sobre ellos, antes Hussein y a punto de caer Kadafi.

Por eso no en balde Einstein pregunto a Freud, el porqué de la guerra, y el sicoanalista contestó y ¿por qué no a la guerra? En carta ampliamente difundida y comentada. No tanto la correspondencia previa entre los sabios, desde dos años antes en que Freud hablaba de su envidia como uno de los componentes del instinto de muerte. Ambos se conocieron en la casa de uno de los hijos de Freud, el año nuevo de 1927.

En la carta a Sandor Ferenczi, Freud se expresó del físico: es alegre, seguro de sí mismo y amable. Entiende tanto de psicología como yo de física, así que tuvimos una charla muy agradable.

En 1929, el 13 de marzo, Freud escribió a Einstein: Por una coincidencia, me es posible felicitarlo por su quincuagésimo cumpleaños desde cerca. Desearle buena suerte sería superfluo. Antes bien, prefiero celebrar, junto con tantos otros, la buena fortuna que usted ha tenido y sigue teniendo.

Einstein le respondió el 22 de ese mismo mes y año: “Estimado maestro: Mi más cordial agradecimiento por haberse acordado de mí. ¿Por qué el énfasis en mi buena suerte? Aunque usted se haya metido bajo la piel de tantas personas e incluso la humanidad misma.

¡No ha tenido oportunidad de meterse bajo la mía! Con el mayor respeto y mis mayores deseos.

Freud le contesta en una larga carta –casi un artículo– tres días después, de la que extraigo lo esencial: Tiene razón. Puesto que sé tan poco sobre usted que no tengo derecho a considerarlo afortunado, aunque deseo que lo sea. Pero no debe creer que deseo arrastrarlo a una correspondencia, si ahora cedo a la tensión de explicarle mi transgresión. Por lo contrario, le pido que no me conteste. Desearle a alguien buena suerte, me resulta verdaderamente repugnante, me parece tan vulgar y primitivamente animista, como si uno siguiera creyendo en la omnipotencia del pensamiento. Sin embargo, lo que le escribí tenía sentido para mí. Era la expresión de mi envidia que no tengo temor en reconocer. La envidia no es necesariamente algo maligno. La envidia puede incluir admiración y coexistir con los sentimientos más amistosos hacía la persona envidiada. Más si existe una envidia maligna, máscara del instinto de muerte.

“Con todo, a la hora de decidir por qué habría de envidiarlo, mi ignorancia no ha presentado un obstáculo. La principal consideración fue que es mucho más afortunado quien completa un camino que quien lo inaugura. Sin preparación especializada, nadie puede emitir un juicio en astronomía, física o química. Eso no se aplica a la psicología.

“Todo hombre sabe tanto o más, sin haberse tomado molestia alguna y puesto que haya llegado a conclusiones con tan pequeño desembolso, no puede creer que alguien ha tenido que hacer una inclusión tan grande.

Solía pensar que tenía otros motivos para envidiar al físico: la bella claridad, la precisión y la certeza de los conceptos fundamentales de su creencia; como fuerza, masa y aceleración. Aprendí que se trataba de una apariencia. Si alguien nos reprocha la incertidumbre y vaguedad de nuestras energías, instintos, catexias y líbido, tengo la costumbre de apelar al ejemplo de la física y afirmar que, si bien se le puede exigir a las humanidades conceptos claros, eso no ocurre con una ciencia natural. A final de cuentas no quise dar la impresión de que había evitado felicitarlo por haber alcanzado el medio siglo de vida, recurriendo a una fórmula vacía. Si he logrado sólo eso, preferiría que destruyera esta carta, más bien un monólogo destinado sólo a usted.

Albert Einstein respetó el deseo de Freud, no le contestó, pero no la destruyó. A ello se debe la supervivencia de está carta descubierta recientemente. ¿Quién envidia a quién?