Opinión
Ver día anteriorViernes 18 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Senado, ni rápido ni furioso: ¡ciego!
U

n Presidente que no habla cuando y como se debe, y que pacta con Obama en lo oscurito. Un vecino poderoso que nos ha perdido el respeto, y un embajador entrometido, experto en estados fallidos. Una secretaria de Seguridad Interior imprudente, que no pierde oportunidad de denigrar a los políticos mexicanos. Y al final, por supuesto, la zanahoria de los cientos de millones de la Iniciativa Mérida, detenidos por congresistas estadunidenses preocupados por los derechos humanos. ¿A eso se reduce la relación con Estados Unidos?

Ahora sabemos a qué fue Felipe Calderón a Washington. Según The New York Times (15/03/11), a autorizar a la Defensa estadunidense para que continúe sobre el territorio nacional los vuelos con aviones no tripulados que inició en febrero pasado (¿tiene facultades?). Además, a aprobar con Obama la apertura de un segundo centro de fusión para que los dos países trabajen en medidas contra el narco. Así sí se entiende lo inesperado del viaje. Los funcionarios que hablaron con el Times aseguraron que esta ayuda se ha mantenido en secreto por las restricciones legales de México y los acalorados argumentos que surgirían en torno a las sensibilidades políticas sobre soberanía.

Se acabaron los días de la dignidad, aquellos en que la voz de México sonaba fuerte en Estados Unidos. Los días en que nos respetaban, porque teníamos una inquebrantable política exterior basada en valores nacionales; una política clara y fácil de entender para propios y extraños. Marcábamos nuestras diferencias y nos representaban cancilleres prestigiosos, conocedores del derecho internacional; diplomáticos que promovían los valores nacionales y enarbolaban las banderas de la soberanía y la autodeterminación (hoy palabras vacías). Se acabó la jurisprudencia, y llegó el pragmatismo “a la americana” de los licenciados en relaciones internacionales.

Hoy la frontera con Estados Unidos y la relación misma se han vuelto permeables: áreas grises donde oscilan indistintamente ideas, costumbres, políticas, culturas, armas, drogas y dinero, y donde México, por su falta de instituciones sólidas y la ausencia de un estado de derecho, recibe la peor parte. Tras escuchar la labia de Obama, y su falta de sensibilidad en las relaciones con México, casi extraño a George W. Bush, el ignorante que habiendo crecido en la frontera respetaba al menos la comida tex-mex y era afecto a soltar dichos en español.

La pena es que estando en Washington Calderón pactó en lo oscurito y calló. No expresó como se debe su pérdida de confianza en el embajador Carlos Pascual. Nadie sabe si tocó el tema en privado, pero fuera de la Casa Blanca lo trató entre bromas con The Washington Post. El tema no se prestaba para eso, porque sus comentarios dejaron claro que le pesaba el agravio del diplomático que denigró al Ejército y al propio Calderón en los cables de Wikileaks. Convertido en estratega militar, Pascual envió cables informando que el Ejército Mexicano “tiene una nula preparación, es lento, sufre aversión al riesgo… y no es una garantía en la lucha contra el crimen organizado”. Dijo que él se coordina mejor con la Marina. Aversión al riesgo, como se vea, es una forma no muy velada de acusar al Ejército de cobardía: ¡en medio de sus bajas en la guerra contra el narco! Y en momentos en que el mandatario lo necesita más que nunca para terminar lo mejor posible su guerra inopinada y su mandato.

Calderón recurrió a dichos folclóricos (no me defiendas, compadre), pero no planteó la remoción de Pascual ni el retiro del beneplácito. Al ser interrogado sobre su falta de confianza en Pascual, Calderón contestó con una evasiva: la confianza es difícil de conseguir y fácil de perder. Pedir el retiro de Pascual era obligado para conservar la confianza del Ejército. ¿Cómo continuar luchando (y muriendo) por un comandante en jefe que no defiende a sus tropas?

Al regreso de Washington lo esperaba el operativo Fast and Furious, un experimento intervencionista, y a todas luces criminal, de la Dirección de Alcoholes, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF), que permitió y fomentó la exportación ilegal de armas a México para que las armas caminen (caminen y asesinen mexicanos, debieron añadir). ¡Tráfico vigilado, le llaman!

Más de 2 mil 500 armas, incluyendo las que perforan vehículos blindados, se pusieron en manos de contrabandistas que las vendieron al crimen organizado. La idea era seguirles el rastro y asociarlas a delitos. Aunque en un documento obtenido por CBS aparece que el Departamento de Justicia suspendió el operativo (La Jornada, 15/03/11), John Dodson, agente de ATF, asegura que Rápido y furioso sigue funcionando. Mientras tanto, la embajada del señor Pascual afirma que “el gobierno mexicano sabía del operativo”. Alguien miente.

¿Quién exigirá cuentas y defenderá el territorio, al Ejército y la soberanía, si no lo hace el Presidente, ni la buena de la señora canciller, ni nuestro embajador con su inglés impecable; ni el Senado, que tiene el deber constitucional de analizar la política exterior del Ejecutivo?