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Ver día anteriorViernes 18 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El ciclo del terror y la intervención
G

uerra binacional en la que un país toma las decisiones principales y el otro carga con la mayoría de los costos. Como señalan los cables de la embajada estadunidense filtrados por Wikileaks y analizados en un espléndido reportaje de Blanche Pietrich y Arturo Cano (La Jornada, 15 de marzo), el intenso compromiso de Estados Unidos con México se ha traducido en un experimento fracasado, lo reconoce la propia Janet Napolitano, en una estrategia que se les fue de las manos, como el multicitado Rápido y furioso, y tan sólo en Ciudad Juárez ha generado más de 7 mil muertos, millares de huérfanos, 230 mil desplazados y un desastre humanitario aún no dimensionado.

Sin embargo, además de las intervenciones oficiales desde arriba del gobierno estadunidense, además de que importantes decisiones de la llamada guerra contra el narco hayan sido consultadas por el gobierno federal con autoridades estadunidenses, incluso sin haber tomado en cuenta a gobernadores de los estados, hay otros hechos que nos revelan que Estados Unidos interviene de otras formas en nuestro país. Algunos de ellos:

La penetración a México de armas vendidas en Estados Unidos. Lo de menos son las 2 mil armas de asalto de la operación Rápido y furioso. Algunas fuentes señalan que cada año se introducen a México cerca de 13 mil armas de este tipo. La aprehensión del alcalde de la localidad fronteriza de Columbus, Nuevo México, Eddie Espinoza, y parte de su equipo, acusados de introducir ilegalmente armas a nuestro país, así como la operación antes citada, no dejan duda sobre la participación de diversas instancias del gobierno estadunidense en el contrabando de armas.

El hecho de que importantes mandos de Los Zetas, quienes, previamente a desertar del Ejército Mexicano, hayan sido entrenados en tácticas de contrainsurgencia en Fort Bragg, Carolina del Norte, por el ejército de Estados Unidos.

Las continuas incursiones en territorio mexicano, sobre todo en Ciudad Juárez, de sicarios pertenecientes a la banda de Los Aztecas, originada en Los Ángeles, California, y El Paso, Texas, ciudad donde residen.

La operación de facto de Los Zetas como una especie de policía migratoria informal, “una migra de la muerte” para contener y regular perversamente el flujo de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos.

El que importantes capos de los cárteles, como Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, sean de nacionalidad estadunidense. Además, la presencia y operación con toda impunidad de cientos de narcos mexicanos en las ciudades de aquel país. La vertiginosa aprehensión de 600 de ellos luego del asesinato del agente estadunidense Jaime Zapata en San Luis Potosí no hace más que revelar que en Estados Unidos hay una amplia base operativa del narco que es tolerada mientras no transgreda ciertas reglas.

Entonces, Estados Unidos interviene con doble cara en México en este contexto de guerra al narcotráfico: por un lado, agudizando el terror que vive la población mediante la introducción de armas que van a parar a los grupos de sicarios; la operación de grupos paramilitares que matan a gente inocente; el servir de base y retaguardia estratégica para sicarios como Los Aztecas o Los Zetas. Por otro lado, en la medida en que lo anterior genera más violencia y más terror, interviniendo más y más en las decisiones estratégicas y hasta tácticas del gobierno mexicano en esa guerra para lograr incluso el envío de una fuerza de tarea del ejército estadunidense para ayudar al débil, indeciso y corrupto sistema mexicano a combatir al crimen organizado.

Si a pesar de todas estas formas de intervención no se ha logrado ganar la guerra contra el narco; si el propio gobierno de Estados Unidos reconoce su aparente fracaso, esto quiere decir que tal vez el objetivo final de dicho gobierno no sea precisamente aniquilar al crimen organizado.

En este contexto merece reflexionarse la hipótesis que plantea Andrew G. Marshall en un trabajo publicado por Global Research, titulado: “Perpetrar terror, para provocar terror… y reaccionar ante el terror”. Según Marshall, luego del 11 de septiembre tanto la CIA como el Pentágono le habrían presentado al gobierno de George Bush Jr. sendas propuestas para prevenir ataques terroristas por medio de labores de inteligencia y grupos paramilitares encubiertos. Esto se basaría en experiencias utilizadas en Irlanda del Norte por el gobierno británico y en El Salvador en los años 80 por la administración Reagan. La operación de esos grupos encubiertos consistiría en lanzar ataques terroristas y asesinar personas inocentes, sobre todo de la oposición política, para generar un ambiente de terror que permita la intervención ya formal de Estados Unidos en el país en cuestión.

¿El propósito? Mantener la ya muy debilitada hegemonía estadunidense en la región. Si en lo económico el avance de China, India y Brasil ya les causa problemas; si en lo político el ascenso de gobiernos de izquierda en Sudamérica desafía su dominio regional, es necesario cuando menos extender su manumisa sobre el patio trasero, hasta Centroamérica.

Así, el ciclo intervención-terror-intervención sería la única forma de mantenernos adheridos al decadente imperio americano. Ante esto, el gobierno mexicano se ha mostrado como todos lo sospechábamos: lento y temeroso.