Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de marzo de 2011 Num: 836

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres cuentos
Orlando Monsalve

Céline, bagatelas
de un aniversario

Gabriel Santander

La aguja en el arenal
(poesía joven de Jalisco)

Philip K. Dick,
el filósofo escritor

Matteo Dean

Las manos de John Berger
Ángela Pradelli

Palabras
John Berger

Grandeza y miseria de
un vestido y un cocodrilo

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Germaine Gómez Haro

Rosa Rolanda: un gran rescate (I de II)

A raíz de la renovación cultural impulsada por Vasconcelos al término de la Revolución, surgió un grupo de mujeres artistas altamente innovadoras que comenzaron a dedicarse profesionalmente a un ámbito hasta entonces primordialmente dominado por los hombres. Estas precursoras, imbuidas en la búsqueda de raíces e identidades personales, se desarrollaron en línea paralela a la llamada Escuela Mexicana de Pintura, con cuyos protagonistas compartieron el empeño de promover el “alma mexicana” a través de una revaloración del pasado indígena y colonial, así como del rescate de las tradiciones populares, más bien menospreciadas dentro de la atmósfera afrancesada de las élites porfiristas.

Si bien Frida Kahlo y María Izquierdo destacaron muy pronto por su recia personalidad y por su peculiar trabajo, hubo otras creadoras sobresalientes cuya obra merece la revaloración mediante un estudio crítico y acucioso. Tal es el caso de las artistas plásticas Rosario Cabrera, Angelina Beloff, Nahui Ollin, Celia Calderón, Lola Cueto y Rosa Rolanda –además de la gran fotógrafa Lola Álvarez Bravo–, todas ellas mujeres audaces, comprometidas con su trabajo e ideas, que lucharon por consolidar un lenguaje visual de impronta personal, espontáneo y ajeno a todo academicismo. Lola Cueto y Rosa Rolanda son dos figuras sui generis cuya vida y obra coinciden en diversos sentidos: por mucho tiempo sus nombres estuvieron ligados casi exclusivamente al de sus célebres maridos –los artistas Germán Cueto y Miguel Covarrubias–, pero por fortuna su trabajo ha conseguido una relectura actualizada y ahora podemos situarlas como las multifacéticas y propositivas artistas que fueron: Lola Cueto fue tema de una excelente exposición que tuvo lugar en el Museo Casa Estudio Diego Rivera y en el Museo Mural Diego Rivera (Lola Cueto. Trascendencia mágica, 2009), y actualmente se presenta la magnífica muestra Una orquídea tatuada y la danza en las manos. Rosa Rolanda (1898-1970) también distribuida en dos sedes: el mismo Museo Casa Estudio Diego Rivera y la Casa Luis Barragán.

El artífice de esta muestra es el curador Juan Coronel Rivera, quien se ha dado a la tarea de revisar el trabajo de muchos artistas de esa época, así como de coleccionar y documentar el arte popular mexicano con una devoción admirable. Tras una exhaustiva investigación de más de 40 mil piezas, Coronel seleccionó 250 obras entre pintura, fotografía, dibujo, diseños de coreografía, vestuario y joyería que dan cuenta en su conjunto del mosaico polifónico que fue la actividad artística de Rosa Rolanda (Rosemonde Cowan Ruelas), nacida en Azusa, California, en 1898. Su madre, Guadalupe Ruelas, fue primera generación de mexicanos en Estados Unidos, mientras que su padre, Henry Charles Cowan, fue descendiente de un inmigrante escocés. A los diecisiete años de edad, Rosemonde se integra a la Compañía de Danza de Marion Morgan en la Universidad de California –donde se consolida como bailarina– hasta 1918 cuando se muda a Nueva York para actuar en Broadway. También participa en secuencias de danza para películas realizadas por Maurice Tourneur. Es entonces cuando decide llamarse Rosa en vez de Rose y adopta el apellido Rolanda, que venía de un familiar de su madre.

A través de Adolfo Best Maugard conoce en Nueva York a Miguel Covarrubias, el Chamaco, quien por entonces ya estaba posicionado como el gran caricaturista y cronista de la explosiva metrópoli. A mediados de la década de los veinte viaja a México y entra en contacto con Edward Weston y Tina Modotti, quienes la iniciaron en la fotografía. Con semejantes tutores y la experiencia viva de la creación innovadora de esta genial pareja, no es de extrañar que sus fotografías hayan alcanzado un nivel técnico y estético tan notable, como se puede apreciar en las numerosas imágenes que integran la muestra. En 1930 se casa con Covarrubias y viajan de luna de miel a Bali, un periplo iniciático que los llevará a aventurarse por toda suerte de rincones en Asia y en territorio mexicano, sembrando la semilla que dará los mejores frutos en sus respectivos quehaceres artísticos. Indonesia, China, Japón y Filipinas los cautivaron tanto como el Istmo de Tehuantepec y el sureste mexicano, parajes paradisíacos habitados por personajes de ensueño forjadores de culturas embriagadoras que fueron el leitmotiv de la creación de ambos artistas.

La muestra está dividida en cinco núcleos temáticos que se comentarán en la siguiente entrega.

(Continuará)