Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pérdida irreparable
H

ace unos días, a los 89 años de edad, en total lucidez y pleno de proyectos, falleció en esta ciudad José Rogelio Álvarez Encarnación, con una historia que me recuerda a la de los hombres del siglo XIX, que un día estaban en el frente de batalla, al otro eran ministros de Estado y al mismo tiempo escribían obran invaluables. Con una notable capacidad para realizar simultáneamente y de manera exitosa tareas muy disímiles, don José Rogelio era de esa estirpe.

Voy a intentar hacer una apretada síntesis de lo que fue su vida, para que tengan una idea de lo mucho que aportó a México: Hombre de gran precocidad, desde su época estudiantil en la secundaria y la preparatoria, participó en actividades culturales y políticas e hizo sus pininos en publicaciones estudiantiles. A los 20 años, mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, trabajó en la revista Tiempo, en donde pasó con rapidez de reportero a jefe de redacción. Durante esos años escribió y compiló cuatro libros de la colección El liberalismo mexicano en pensamiento y acción.

En 1953 don Agustín Yáñez, recién electo gobernador de Jalisco, tierra natal de don José Rogelio, se lo llevó a colaborar en su gobierno en donde, entre otras responsabilidades, se desempeñó como vocal ejecutivo de Planeación de la Costa, que inició el desarrollo de esa zona. Hay valiosos documentos que muestran la dimensión del trabajo realizado, así como del que llevó a cabo al frente de la Comisión de Desarrollo y Fomento de los Altos de Jalisco. Durante esos años publicó diversos libros, entre otros Noticia de Jalisco.

Reintegrado al sector privado, fundó en Guadalajara una empresa cuyos estudios permitieron la expansión del Banco del Pequeño Comercio, creándose 12 sucursales en el país. Al mismo tiempo publicó una colección de libros bilingües sobre el arte popular de su amada entidad, del que era un gran conocedor y defendía como fuente inagotable de identidad. Escribió sobre ese tema innumerables artículos y varios libros. Este amor se hacía evidente en su casona de Coyoacán, sede de una maravillosa tertulia en donde durante 13 años gozamos de su generosa y cálida hospitalidad. Aquí conviven armónicamente finas antigüedades con piezas notables de arte popular.

Durante un año dirigió Diesel Nacional y ese corto lapso le bastó para entregar con números negros una empresa que recibió en quiebra. En 1967 coordinó la difusión de los Juegos Olímpicos, labor que enriqueció con la edición de relevantes publicaciones.

En 1969 adquirió una empresa fracasada, que había pretendido iniciar una enciclopedia de México y la tornó en una empresa exitosa que realizó esa magna obra, indispensable, que es la Enciclopedia de México. Increíblemente esto lo realizó sin ninguna ayuda institucional. Con prestamos y fondos propios, a lo largo de una década, trabajó incansablemente recopilando la labor de 400 colaboradores de todo el país. Él personalmente escribió para cada tomo un promedio de 250 cuartillas sobre prácticamente todos los temas y rescribió buena parte del resto del material. El fruto fueron 12 tomos, en los que podemos conocer prácticamente todo lo que se le ocurra sobre México: personajes, lugares, costumbres, gastronomía, historia, geografía…

Paralelamente a la realización de la enciclopedia escribía y publicaba obras diversas, ente las que destacan: Imagen de la gran capital, los diccionarios enciclopédicos de Baja California y de Tabasco, el Diccionario Universal de Manuel Orozco y Berra, Las religiones, leyendas mexicanas, Ciudad de México inolvidable y Summa mexicana, su obra más personal, en la que reúne los principales elementos que denotan la grandeza de México, una obra fundamental que refuerza la identidad y el orgullo por nuestro país, de enorme importancia, particularmente en estos tiempos; es una obra que habría forzosamente que reditar. Descanse en paz amigo tan querido.