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Figuras de un fin de régimen
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El afamado arqueólogo Zahi Hawass con el presidente estadunidense Barack Obama, durante una visita de éste a Egipto, en junio de 2009Foto Pete Souza/ Casa Blanca
S

erá que no voy mucho a fiestas, pero hacía siglos que no me sentía tan de a tiro colado, y menos en una de tanto postín. No por falta de invitación, que sí tenía, no pregunten por qué (es otra historia). Era falta de costumbre. A la puerta de la delegación de la Unión Europea en El Cairo merecí saludo de mano del embajador Marc Franco. Su esposa, una elegante dama que pasaba con naturalidad del francés al inglés, italiano o alemán, me condujo al jardín, atravesando la vasta residencia, convertida by the way en galería para la obra del artista local Hisham El Zeiny: collages conceptuales, demasiado aquejados, en mi opinión, de opacidad y desierto.

Era un fiestón. Todo el cuerpo diplomático europeo, hasta un general ruso llamativo y condecorado. Pero vi otro, egipcio, más condecorado todavía. Era el secretario de la Defensa. Sobre el césped alfombrado con hermosos tapetes clásicos se alzaba una gran carpa blanca, como de sheik, y en ella un podio, una pantalla y centenares de sillas reservadas, para la recepción de los jeques blancos en honor al egipcio-más-famoso-del-mundo, el arqueólogo Zahi Hawass, ministro de Antigüedades del gobierno de Hosni Mubarak, que llegó firmando autógrafos.

Estamos en el corazón de El Zamalek, isla residencial en medio del Nilo y del Cairo, donde viven miles de extranjeros y están las embajadas, los clubes náuticos, el comercio chic y varios cafés a la italiana, sin las muchedumbres proletarias del otro lado del río.

No hay muchos egipcios en la recepción a El egipcio, título del documental presentado en la gala, sobre la vida y los milagros de Hawass, el Indiana Jones local, favorito de Discovery Channel, National Geographic y las agencias internacionales de información que constantemente propalan algún nuevo hallazgo arqueológico, ya que Hawass descubre, en promedio, una pirámide o ciudad perdida a la semana, lo mismo en el extremo inhóspito del Sinaí que en las vecindades de Sudán o el delta mediterráneo del Nilo.

Desplegadas estaban las cámaras de la poderosa cadena Nile TV, de CNN y televisoras de Francia e Italia. El documental era una producción de la RAI, cuyo jefe formal, Silvio Berlusconi, refrendaría respaldo eterno a su amigo Mubarak a la hora de su defenestración popular en febrero de 2011. Pero es apenas abril de 2010. Supongo que la mayoría de los invitados esa noche abandonaron El Cairo después del pasado 25 de enero.

Los cineastas Sandro Vannini y Marc Innaro son los reyes de la arrogancia eurocéntrica, y más cuando al concluir la proyección de su panegírico se desata un debate inesperado, donde hasta Indiana Jones tiene que hacerse el agraviado por una película que le rinde culto, pero vitupera las nacionalizaciones nasserianas y la educación socialista de la que Hawass, hombre del pueblo, asegura ser producto.

Omnipresente en los medios mundiales. Decidido. Siempre con la iluminación adecuada para filmarlo cuando ingresa a las tumbas faraónicas y rompe las telarañas. La producción italiana, narrada por Omar Shariff, otro egipcio oficialista de exportación, incluye entrevistas con la inteligentsia nacional y académicos estadunidenses sobre lo fantástico que es el arqueólogo superstar.

Agoniza el régimen que estos europeos acompañan y solapan. Nadie menciona los rumores generalizados de que Mubarak está muy enfermo, tal vez en Alemania, o convalece en Sharm el-Shiej. Que pretende heredar el poder a su hijo. Que el ejército no lo acepta. Que algo está a punto de pasar. Los egipcios andar raros, reconocen en corto algunos europeos esa noche en su embajada comunitaria. La escena pudo ser idéntica en el siglo XIX. Algo se traen estos prietos, dan a entender bajo su máscara sonriente y neutral, cómplices de las dictaduras y siempre a gusto en las colonias.

Al concluir la proyección de El egipcio, la famosa conductora Shahira Amin, directiva de Nile TV y corresponsal de CNN para Inside Africa, coordina un debate entre algunas personalidades presentes, miembros de la clase política mubarakita. La señora me sorprende. Nada dócil, resulta provocadora, incómoda, inteligente. Los embajadores europeos están molestos. Los periodistas, interesados. Los políticos, urgidos de parecer nacionalistas y progresistas. Hawass se retira abruptamente, argumentado otro compromiso, y lo siguen a la calle los fotógrafos.

Shahira Amin daría un campanazo el 3 de febrero de 2011 al abandonar su cargo directivo en la oficialista Nile TV y lanzarse a la plaza Tahrir para unirse a los manifestantes, liberada y aliviada, dijo a BBC. No quiero ser parte de la mentira, declaró a Al Jazeera con la voz de quien arriesga el pellejo. Meses atrás, Amin ya estaba enojada y lista para dejar el barco, a diferencia de Hawass, quien hasta el final defendió a Mubarak y la semana pasada se aventó el puntacho de ver llorando a la Esfinge de Giza por las cosas tristes que pasan ahora en Egipto. Ah, esa íntima tristeza reaccionaria.