Cultura
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Trabajar por la cultura... por la vida
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Soy muy respetuoso con la escritura y las palabras, expresa Vicente Rojo a La JornadaFoto José Antonio López
 
Periódico La Jornada
Miércoles 2 de febrero de 2011, p. 5

En breve aparecerá Puntos suspensivos, volumen que coeditan Ediciones Era y El Colegio Nacional. Reúne una amplia selección de la obra plástica de Vicente Rojo, que abarca más de medio siglo de labor ininterrumpida e incluye pintura y escultura, desde los primeros trabajos, de 1952, hasta la serie Escrituras, de 2010. El libro recoge además un breve ensayo autobiográfico, una notas del pintor sobre cada una de las series, una lista de exposiciones, bibliografía, hemerografía y fichas técnicas de las obras. Con autorización de Ediciones Era, a manera de adelanto presentamos el siguiente texto, elegido por el propio maestro Vicente Rojo para ser publicado en La Jornada

No sin cierto pudor puedo afirmar que me considero un creador y recreador de imágenes, pues éste es el medio en el que trabajo. No lo es la palabra, ni hablada ni escrita. Esto me resulta muy doloroso, ya que las ideas que yo pueda tener, más allá de las que supongo resueltas en el espacio de las artes visuales, nunca han encontrado, como señalé, las palabras adecuadas para expresarse. Se observa con frecuencia, y con razón, que lo mejor que puede hacer quien no sabe hablar es permanecer callado. Yo lo hice durante los primeros veinte años de mi actividad profesional, hasta que en una ocasión una compañera mía, colaboradora de la Revista de la Universidad, pidió entrevistarme. Consecuente con mis incapacidades, me negué; pero ella, mes a mes, me hacía la misma petición. Le pregunté el motivo de su insistencia, pensando que respondería algo así como que los lectores estaban deseosos de oír mis brillantes conceptos sobre, o mis fantásticas opiniones en torno a. Pero no fue así; no recibí los halagos esperados, sino que la periodista se limitó a decirme: Sabes, te insisto porque me pagan seiscientos pesos por entrevista, y los necesito. Ante tan contundente razón acepté, y a partir de entonces he compartido las tareas de los que han sido durante muchos años mis compañeros del periodismo cultural y al responder a sus formulaciones correspondo de la mejor manera posible a su interés por mi trabajo. Pero, sin pretender ignorar mis limitaciones, para colaborar con los entrevistadores me he atenido a una sentencia atribuida, como tantas otras, a Picasso, quien dijo que uno no debe hablar mal de sí mismo, que para eso están los demás. Yo, debo confesarlo, no he tenido muchos demás; pero cuando he recibido críticas negativas hacia mi trabajo y las he supuesto de buena fe, las he considerado siempre bienvenidas: si algo me parece sospechoso es la unanimidad, pues cancela la necesaria paradoja del arte.

CULTURA En relación al tema de qué clase de trabajador soy yo, escojo una respuesta más sencilla o quizá más complicada: trabajar por la cultura es trabajar por la vida. Pero siempre y cuando la cultura no sea la visión superficial de quienes se creen poseedores de la verdad y hacen de ello un privilegio, sino que signifique la práctica permanente de la civilidad, donde lo personal y lo colectivo encuentren su equilibrio, donde la convivencia de las ideas permita que las más extrañas e insólitas de las individualidades no sólo sean respetadas sino alentadas, una práctica cultural que haga posible que nazcan utopías y se desarrollen los sueños propios y los compartidos, que no esté falsamente dividida ni fragmentada: en la que la llamada alta cultura y la conocida como cultura popular sean dos extremos que se sumen para darle a la vida imaginación y hondura. Yo me hago la ilusión de haber contribuido como pintor, escultor y diseñador gráfico a la difusión de esa cultura, donde lo esencial le gane terreno a la banalidad que por medio de la comercialización impone lo secundario, lo irrelevante, el éxito fácil y rápido; una vida cultural en la que incluso el espectáculo y la necesaria diversión puedan, al mismo tiempo, emocionar y perturbar. Me sentiría feliz si hubiera aportado a este proyecto un grano de arena, o quizás algo mejor, una piedrita en algún zapato.

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Portada del libro de Vicente Rojo, coeditado por Ediciones Era y El Colegio Nacional

[... Puntos suspensivos. Según la entrada en el diccionario, puntos suspensivos es un signo ortográfico que denota que conviene dejar la oración incompleta o el sentido en suspenso para indicar temor o duda, o lo inesperado y extraño de lo que ha de expresarse después. Pero, ¿qué sucede si ese signo ortográfico se interpreta a la inversa para que entonces denote que lo inesperado o el temor de lo que habría de expresarse eran emociones que antecedían, y no que siguieran, a esos puntos suspensivos? En una imagen muy precisa, después de una derrota bélica cruel e injusta, una familia obligada por sus penurias económicas tiene que vender un piano en el que dos jóvenes hermanas estudiaban. Un niño de apenas siete años, con gran zozobra y el corazón adolorido, ve salir el piano sujeto de correas por el balcón del quinto piso de su casa. Quizás en ese momento ignoraba lo que estaba sucediendo, quizá lo intuyera. Pero, setenta años después, ese niño piensa que a lo largo de toda su vida su afán más profundo, la raíz de sus desvelos, siempre acompañada de papeles y lápices de colores en las manos, ha sido recuperar ese piano.]

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La primera visión que guardo es de mis cuatro años y se remonta al 19 de julio de 1936. Recuerdo con precisión la reacción que hubo en Barcelona frente al alzamiento militar de Franco. Yo lo veía todo a través de la ventana de mi casa. Por entre los edificios y sobre el Paseo de San Juan se abre paso una imagen muy poderosa, muy nítida plásticamente: los camiones que pasaban con gente gritando o cantando mientras enarbolaba armas y banderas. Empiezo a ver el mundo a partir de esa doble imagen que tiene, según la miro en aquel momento, unidos en una sola visión el sentido de la fiesta y la tragedia. No olvido el sol, los brillantes colores del verano, la euforia popular y, al mismo tiempo, en el mismo instante, surge la presencia ominosa de las armas. Desde entonces, la conciencia del júbilo inseparable del dolor ha normado todo mi trabajo (y toda mi vida).