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La exposición, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso; permanecerá hasta el 27 de febrero

Extienden la exhibición de José Clemente Orozco: pintura y verdad

Presenta la vasta obra muralista del artista y su faceta poco conocida como pintor de caballete

Desde 1979 no se realizaba una retrospectiva de tal magnitud en honor del jalisciense

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La buscona, 1912. Óleo sobre tela 32 x 24 cm. Colección particular
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Juicio final, 1923-1924. Fresco. Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso
 
Periódico La Jornada
Domingo 23 de enero de 2011, p. 2

Si piensa recorrer José Clemente Orozco: pintura y verdad, exposición de 379 piezas que ocupa 14 salas del Antiguo Colegio de San Ildefonso (Justo Sierra 16, Centro Histórico) deberá disponer de tiempo y un grueso abrigo.

Tiempo, para apreciar en toda su extensión este esfuerzo de la Secretaría de Cultura de Jalisco y del Instituto Cultural Cabañas, curado por Miguel Cervantes, y ropa adecuada dado el ambiente frío del edificio pétreo, ex colegio de los jesuitas. Por fortuna, la exhibición, que se inauguró el 30 de septiembre del año pasado, ha sido prolongada hasta el 27 de febrero de este 2011.

La muestra, que comprende pintura, dibujo, gouache, grabado y estudios preparatorios de los murales –muchos se presentan por primera vez en la ciudad de México por conducto de la familia Orozco Valladares–, comienza con una faceta tal vez poco reconocida de Orozco (1883-1949), la de retratista, ya que la mayoría del público lo ubica como muralista. El primer retrato es de su madre, Rosa Flores Navarro, quien practicaba con talento el piano, el canto y la pintura, consigna Raquel Tibol en José Clemente Orozco: una vida para el arte. Breve historia documental (Conafe, 1984 y Fondo de Cultura Económica, 1996).

Cabe recordar que el museógrafo Fernando Gamboa y la crítica de arte Tibol organizaron en 1979 una muestra del jalisciense en el Museo del Palacio de Bellas Artes con motivo de su 30 aniversario luctuoso, y desde entonces no se había intentado un esfuerzo de tal magnitud.

También hay retratos de su esposa, Margarita Valladares, además de Eva Sikelianos, Justino Fernández, Luis Cardoza y Aragón, y del arzobispo Luis María Martínez, así como Autorretrato (1946), una línea cronológica y una selección de fotografías del pintor de semblante severo.

Pintura y verdad no es una exposición cronológica, sino temática. El siguiente núcleo –hay 34– es Caricatura, México, 1906-1925. Tal vez no sea del conocimiento general que Orozco comenzó su trayectoria en el arte como monero, en 1906, en las páginas de El Mundo Ilustrado y de El Imparcial. Pero, el pintor, quien no era maderista, hizo su aparición, rotunda y polémica, como se lee en el texto de sala, en 1911, en El Ahuizote. De hecho, era considerado caricaturista. Localizar las viñetas de Orozco en los periódicos de la época, no sólo de circulación nacional, sino incluso locales, fue todo un logro, expresa Marco Antonio Flores, responsable del área de actividades para jóvenes y adultos de la coordinación de servicios pedagógicos de San Ildefonso.

La casa del llanto, México, 1910-1915, tercer núcleo, consta de una serie de acuarelas, que en su mayoría alude a los prostíbulos que se encontraban rumbo a La Merced, y que formó parte de su primera exposición individual en la Librería Biblos, propiedad de Francisco Gamoneda, según consignan notas periodísticas de la época. Sin embargo, “se conserva un impreso donde se indica como lugar de la exposición la Casa Francisco Navarro, en la calle Madero, número 28.

En 1913, José Juan Tablada escribió el artículo José Clemente Orozco. Un pintor de la mujer, en el que revela la fascinación y la capacidad pictórica del jalisciense para capturar la vida frenética y miserable de la prostituta, aunque, aclara, que el pudoroso lector no sienta alarmas. De antemano afirmo que no existe una obra pictórica más moral ni más meritoria en el terreno de la ética pura que esta parte de la obra del pintor José Clemente Orozco.

San Ildefonso es un lugar excelente para alojar Pintura y verdad, porque Orozco, además de que inició sus estudios de primaria en la escuela anexa, la Normal de Maestros, en la cercana calle de Licenciado Verdad, tuvo en la entonces Escuela Nacional Preparatoria la sede de sus primeros murales. En José Clemente Orozco..., Tibol escribe que fue Tablada quien sugirió a José Vasconcelos, secretario de Educación Pública, la conveniencia de sumar a Orozco al grupo de muralistas.

El trabajo de Orozco, al igual que lo que pintaba David Alfaro Siqueiros en el Patio Chico, tuvo que suspenderse en 1924, porque un grupo de estudiantes y damas de la alta sociedad lo vieron con malos ojos. Los estudiantes, de hecho, agredieron los frescos con piedras y navajas. El alboroto fue un sismo para el naciente muralismo mexicano, incluso, para Vasconcelos, quien habría de renunciar a su cargo de secretario de Educación Pública, se lee en el texto de sala.

Los frescos que Orozco pintó en la planta baja fueron El banquete de los ricos, dos versiones de Trinidad revolucionaria, Cristo destruyendo su cruz, Juventud, Los elementos, Tzontémoc y La lucha del hombre con la naturaleza. Realizó también los murales del primer piso, los franciscanos de la escalera y en el segundo piso pintó Tropas defendiendo a un banco contra los huelguistas, que fue borrado y del que no se conserva ninguna fotografía.

Fin a viejos planteamientos plásticos

Dos años después, Orozco retomó la pintura mural del edificio con nuevos planteamientos plásticos y decidió borrar algunos frescos. Sólo conservó El banquete de los ricos y Maternidad. Sustituyó los murales destruidos por: La huelga, La trinchera y La destrucción del viejo orden. Pintó también los murales del segundo piso, además de los muros y bóvedas restantes de la escalera. La muestra presenta los bocetos que hizo el jalisciense para esos primeros murales, cuya realidad es satirizada por medio de la caricatura.

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Paisaje con magueyes, 1929. Óleo sobre tela 56 x 74 cm. INBA/Museo de Arte Moderno

Siguen los apartados Omnisciencia (1925), fresco que Orozco pintó en el descanso de la escalera de la Casa de los Azulejos, invitado por el dueño, Francisco Sergio Iturbe, tras las agresiones padecidas en la Escuela Nacional Preparatoria, y Revolución social (1926), mural hecho en la Escuela Industrial de Orizaba, Veracruz.

La serie de tintas conocida como México en la Revolución, México-Nueva York, 1926-1928, al ser vista por Anita Brenner, la escritora hidrocálida dijo que más bien eran los horrores de la Revolución, apunta Marco Antonio Flores. Para el artista –lo escribió en su Autobiografía– la Revolución fue sainete, drama y barbarie. Bufones y enanos siguiendo a señores de horca y cuchilla en conferencia con sonrientes celestinas (...) Quebrazón de vidrieras, golpes secos, ayes de dolor, más balazos. Un desfile de camillas con heridos envueltos en trapos sanguinolentos y de pronto el repicar salvaje de campanas y tronar de balazos.

El artista siempre combinó su trabajo mural con la pintura de caballete, de allí que a lo largo de la exposición se encuentran diferentes apartados dedicados a la Pintura: México, 1925-1927; Nueva York, 1928-1931 y México, 1940-1945. A partir de 1928 también aparece el apartado de Gráfica. Instalado en Nueva York, Orozco le escribió a su esposa estoy ensayando la litografía y acabo de iniciar mi aprendizaje en el grabado.

Durante su segunda estancia estadunidense –la primera fue entre 1917 y 1919–, el jalisciense pintó los murales Prometeo, 1930, en Pomona College, Clairmont, California; El trabajo, el arte y la huelga en la New School for Social Research, Nueva York, 1930-1931, y Épica de la civilización americana, en la Baker Library, Dartmouth College, Hanover, New Hampshire, 1932-1934.

De regreso a México, en 1934, ejecutó Catarsis en el Palacio de Bellas Artes; luego, en 1935-36 los murales del Paraninfo de la Universidad de Guadalajara y del Palacio de Gobierno del Estado de Jalisco, Guadalajara, 1936-1937. Hay toda una sala dedicada al Hospicio Cabañas, Guadalajara, donde en el transcurso de 1937 a 1939, Orozco pintó uno de sus murales más emblemáticos: El hombre de fuego.

En 1940, el artista interrumpió sus trabajos en la Biblioteca Pública Gabino Ortiz, en Jiquilpan, Michoacán, para viajar a Nueva York para pintar Dive bomber and tank en el Museo de Arte Moderno, mural transportable que además fue la obra estelar de la exposición 20 siglos de arte mexicano, celebrada en el recinto.

A su regreso al país, Orozco terminó los trabajos en Jiquilpan, pintó en la Suprema Corte de Justicia, de 1940 a 1942, así como el mural Apocalipsis, dentro del ex templo de Jesús, de 1942 a 1944. No desestimó el llamado de Gloria y Nellie Campobello para sumarse al Ballet de la Ciudad de México para diseñar escenografías y vestuarios, de 1943 a 1947.

El crítico de arte Antonio Rodríguez alguna vez escribió que Orozco ha sido acusado, en múltiples ocasiones, de ser ajeno al optimismo y de no hacer incidir nunca, sobre su pintura, la luz cálida y radiante del sol.

Una excepción fue el fresco La primavera (1945), que pintó en la casa de su urólogo José Moreno y actualmente forma parte del acervo del Museo de Arte Moderno.

La serie Los teules (1947) ofrece una visión atroz y demoledora de la toma de Tenochtitlán. El nombre de la serie deriva de una palabra náhuatl, téotl, que en el oído de los conquistadores sonó a teules, es decir, los dioses. Las piezas reconstruyen, en correlato libre, el clásico de Bernal Díaz del Castillo, el fragor de la batalla entre europeos e indígenas.

Miembro fundador de El Colegio Nacional, en su sexta y última exposición, Orozco presentó los estudios de los murales que había pintado y que estaba por pintar, además de seis piezas en piroxilina de gran formato como Fantasía, también conocido como Paisaje metafísico. Sobre este periodo, escribe Tibol, según información proporcionada por el recinto: sintió que la vida se le escapaba, y es cuando responde con gran fuerza en la serie de imágenes en sentido metafísico: formas en negro que muchas veces denotan más la ausencia que la presencia. Mantos vacíos sin cuerpo; un silencio subjetivo, voluntario, y el otro objetivo, el impuesto, que Orozco expresó con un candado enorme puesto así, nada más, sobre la boca.

En los últimos años de su vida Orozco pintó tres murales (1947-48) en el recién construido edificio de la Escuela Normal de Maestros y el mural desmontable Retrato de don Benito Juárez, alegoría histórica de la Reforma (1948), en el recién inaugurado Museo Nacional de la Historia en el Castillo de Chapultepec. En la media cúpula de la Cámara de Diputados de Guadalajara hizo el mural La gran legislación revolucionaria mexicana, que terminó en agosto de 1949.

Ese mismo año empezó a pintar un mural que quedó inconcluso en la sala de conciertos del Conservatorio Nacional de Música. A principios de septiembre –murió el día 7 de ese mes– hizo los primeros trazos para un mural en el exterior de la Unidad Multifamiliar Miguel Alemán.