15 de enero de 2011     Número 40

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Campos agrícolas sinaloenses:

Nuevas tecnologías de producción, viejas formas de explotación


FOTO: Jesús López Estrada

Jesús López Estrada

En los valles agrícolas de Culiacán y del Fuerte en Sinaloa es común ver campos agrícolas dedicados a los cultivos de exportación, como tomate, chile, calabaza, berenjena, ejote, melón y pepino. Para la producción y empaque de estas hortalizas se utiliza la misma tecnología que en los campos de California: riego por goteo o aspersión, maquinaria y equipos agrícolas modernos, uso de plásticos para evitar las malas hierbas y enfermedades fungosas, y todo ello se debe en parte a que los horticultores han mantenido una constante relación con la agricultura y el mercado estadounidenses.

Esta relación no sólo es para vender las hortalizas, también hay intercambio de información sobre las variedades de que el mercado demanda; de Estados Unidos los productores obtienen parte del financiamiento para su actividad, además de semillas para la siembra y agroquímicos; la competencia en el mercado de hortalizas exige producir con lo más avanzado de la tecnología y disminuir los costos de producción. Así han operado por años los horticultores sinaloenses.

La producción de hortalizas en Sinaloa en 2009 fue de un millón 904 mil 101 toneladas, con un valor de ocho mil 846 millones de pesos, según el Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera de la Secretaría de Agricultura.

El ciclo agrícola otoño/invierno empieza para los productores en julio/agosto con las labores de preparación de la tierra: barbecho, rastreo, surcado, canalización, colocación de vara y estacón y el riego de “asiento”. Estas labores las realizan trabajadores y jornaleros agrícolas locales; sin embargo, las siguientes labores como plantar el tomate, chile, tomatillo, etcétera, los deshierbes y las fumigaciones exigen mucha mano de obra que ha sido previamente contratada y trasladada de otros estados. Según José Zavala Aispuro, secretario general del Sindicato Industrial, Obrero, Campesino de Sinaloa, este año vinieron sólo 75 mil jornaleros agrícolas, fundamentalmente de Oaxaca (20 mil), Guerrero, (20 mil), Veracruz (10 mil), Puebla (tres mil 500), Morelos (tres mil 500), Michoacán (tres mil 500), Guanajuato, (tres mil 500); Zacatecas (dos mil) y Durango (dos mil 500).

La explotación de los jornaleros migrantes permite explicar por qué los horticultores sinaloenses compiten con los de Florida y California. Mientras en el fil en California a un migrante ilegal mexicano le pagan a 5.25 dólares la hora de deshierbe, en Sinaloa los salarios van de 60 a 75 pesos por día, y cuando la cosecha y el mercado lo exigen, se les paga según las cantidades que corten de tomate, chile, berenjena o calabaza. A las mujeres que clasifican las hortalizas en el empaque les pagan a 14 pesos la hora; a los “bomberos” que aplican agroquímicos cargando una bomba aspersora sobre sus espaldas, con el riesgo de sufrir intoxicaciones, a 120 pesos el día; al “camionetero” que traslada a la “cuadrilla” al campo le pagan 32 pesos por persona. A todos los trabajadores la empresa les descuenta un dos por ciento de su salario, para entregarlo a los dirigentes del Sindicato Nacional De Trabajadores, Obreros y Asalariados del Campo, Similares y Conexos de la Confederación de Trabajadores de México, organismo que detenta el contrato colectivo de trabajo y permite que la empresa pague salarios de miseria, que no cubra los aguinaldos, la prima vacacional y el reparto de utilidades que son parte de los derechos laborales de los trabajadores que vienen a Sinaloa.

En el estado laboran aproximadamente 40 mil jornaleros locales y aproximadamente 75 mil 500 migrantes; estos últimos son alojados en campamentos ubicados a orillas de los poblados o en el campo; no se les permite salir; viven hacinados en cuartos de 12 a 16 metros cuadrados; los fogones para preparar sus alimentos están al aire libre; los baños, lavaderos y sanitarios son colectivos; la empresa tiene en cada campamento un “campero” como responsable de que haya orden. El “campero” cierra el círculo de explotación de los migrantes, que se inicia con los salarios de miseria, nulas prestaciones laborales y los descuentos para el sindicato. En el campamento donde viven los jornaleros, tienen que comprar algunos de sus alimentos en la tienda, donde la mujer del campero les vende todos los productos más caros, desde las Sabritas hasta la Maseca, aprovechándose de que los jornaleros sólo pueden salir del campamento para ir a cubrir su jornada de trabajo, o para volver a su tierra.

Doctorado en Desarrollo Rural, UAM-X



FOTO: David Jiménez

Distrito Federal

Migrantes agrícolas: conflictos y exclusión en
el ámbito rural-urbano

Gisela Landázuri y Liliana López

San Gregorio Atlapulco es un pueblo de origen náhuatl asentado en la delegación Xochimilco, al sur de la Ciudad de México, a orillas de lo que fue el lago de Xochimilco, en la cuenca del valle de México.

Su sistema de producción agrícola, heredado desde tiempos prehispánicos, ha consistido en traer la tierra al agua; en construir terrenos agrícolas con lodo del fondo lacustre, alternado en capas con tiras de césped hasta lograr una parcela de 25 centímetros sobre el nivel de las aguas. El terreno queda afianzado con los ahuejotes a su alrededor. La estructura rectangular de las parcelas permitía la humedad por filtración, pero en la actualidad, debido al desecamiento de los canales, se ha tenido que recurrir al riego y al bombeo de agua.

En tanto su carácter de espacio rural, San Gregorio Altapulco tiene un importante antecedente prehispánico, que continúa hasta nuestros días, en el cual la cultura agrícola está organizada en función del lago, de manera tal que la unidad territorial son las chinampas, que se distribuyen a modo de islotes entre los canales. Dichas prácticas, de gran tradición histórica, no han moldeado únicamente el territorio, sino que además le han dado una fisonomía particular al paisaje y una identidad a Xochimilco, donde se encuentra ubicada la comunidad en cuestión. En este sentido, las tierras más fértiles de la región son las de esta localidad.

Lo anterior ha llevado a que la vida y la pertenencia territorial en San Gregorio se hayan ligado por razones instrumentales, funcionales, simbólicas y afectivas al agua.

La práctica ha subsistido por más de 500 años, principalmente para la siembra de hortalizas y flores, pero su extensión ha ido menguando; en parte por las acciones que desde el porfiriato y a lo largo del siglo XX afectaron las fuentes hidráulicas de la región.

Los canales existentes en la cuenca hasta la primera mitad del siglo XX permitían que hasta tiempos recientes se llevara la producción de estas zonas a los principales mercados de la Ciudad de México. Sin embargo, los ríos y canales que cruzaban la ciudad fueron desapareciendo de la superficie. Algunos ya no existen, otros se entubaron y los pocos que aún quedan están muy contaminados. Los escurrimientos y los manantiales que alimentaban al lago fueron utilizados para abastecer de agua a la zona urbana.

Los paisajes del lago, de las chinampas y de los canales cortaban la respiración por su belleza, por esa naturaleza en que el agua irradia fuerza vital. Esos eran los años en que el nivel del agua estaba a escasos centímetros de la tierra, no como ahora en que se han desecado los canales varios metros. Las canoas eran el medio de transporte tanto de las personas como de los productos agrícolas. Las chinampas no eran sólo áreas productivas, también eran lugares de convivencia, de trabajo comunitario, de recreación.

Aunado a lo anterior, el crecimiento tan acelerado de la que es hoy una de las áreas metropolitanas más grandes del mundo ha ido conquistando las periferias, en consecuencia el suelo ha incrementado su uso habitacional y se han ido desestimando las prácticas agrícolas. Con ello Xochimilco en general, y en particular el caso que nos ocupa, San Gregorio Atlapulco, se ha ido incorporando poco a poco a la dinámica de la gran ciudad.

A pesar de su apreciable reducción territorial, el lugar de las chinampas en la historia regional y en el paisaje de la cuenca de México ha marcado una importante tradición e identidad que va más allá de los grupos campesinos y que la ha llevado incluso a ser reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que en 1987 declaró a Xochimilco, patrimonio de la Humanidad.

El lugar se encuentra sometido a presiones de urbanización y que atentan contra los recursos ecológicos y sociales del lugar. En este sentido, se puede dar cuenta de la depredación sobre el medio ambiente, producto de la urbanización, la presión del mercado inmobiliario sobre los terrenos agrícolas y la generación de proyectos enmarcados en una dinámica capitalista que busca sacar el mayor beneficio económico, sin respetar los geosímbolos y las tradiciones locales.

Actualmente la descarga de aguas negras provenientes de la laguna de San Lorenzo y del colector América contamina los cuerpos de agua y los suelos y amenazan la flora endémica.

La noticia de un proyecto turístico en la zona, que incluye la construcción de un acuario y que se propone modificar la zona lacustre, ha puesto en alerta a los pobladores de San Gregorio, que han emprendido una serie de acciones de difusión para preservar las chinampas y evitar su extinción.