Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las pifias del bicentenario
A

100 años del primero, la memoria y los vestigios de su conmemoración continúan presentes en el imaginario colectivo y esparcidos en el territorio nacional. Al concluir el año del segundo, cabe preguntarse si las ceremonias y acciones con que se recordó han dejado huella comparable en el ánimo y el paisaje de la nación. Cómo se rememorarán, en los próximos decenios, los festejos de 2010; qué construcciones conmemorativas serán reconocibles a primera vista como su herencia material duradera. Pienso que los primeros serán pronto olvidados, apagada su efímera luminosidad y estruendo, y de las segundas se recordarán sobre todo las fallas asociadas a su realización. Si se acuña una expresión equivalente a la de las fiestas del centenario es probable que sea las pifias del bicentenario.

Sería saludable contar con una crónica exhaustiva y una reflexión de fondo, pues la forma y contenido del festejo bicentenario revelan el tipo de nación en que nos hemos convertido. El propósito aquí es menos ambicioso, presentar impresiones, diversas y desordenadas, que quizá animen algunas conversaciones de este fin de año.

La ceremonia central, la del Grito, fue concebida para la televisión. Fue obra de diseñadores y organizadores extranjeros. En la globalidad y en la dependencia, los requerimos hasta para celebrar la Independencia. Quizá a alguno de ellos se deba la idea del autómata, o coloso, involuntaria evocación del Gólem o de Frankenstein. De hecho, se desalentó la concurrencia al Zócalo con advertencias de seguridad y prevenciones de mal tiempo. Con similar argumento, se controló y limitó el acceso a la plaza. Se exhortó a celebrar desde la comodidad del hogar, sin correr riesgos. “Aisladitos y encerraditos –parece haberse pensado– los mexicanos son mejor portaditos”. Antes, se había realizado la innecesaria y grotesca exhibición y paseo de las urnas funerarias extraídas de la cripta de la Columna. La trashumancia de despojos funerarios, con el pretexto de su estudio forense, constituyó la dimensión macabra del bicentenario

También para la televisión fueron pensadas las noches de luz y sonido que se escenificaron en el Zócalo por semanas. Más que las imágenes, los deslumbramientos y los sonidos parecen recordarse las dificultades de acceso, los controles de seguridad, los cierres arbitrarios de vialidades. En todo caso, como alguien comentó, parecía tratarse de conmemorar el bicentenario de Disneylandia.

La obra emblemática del bicentenario debía haber sido lo que se conoció como arco o torre del bicentenario: obra de arte de inigualable belleza... pieza única de la arquitectura mundial... obra sin precedentes, como obra de arte y como pieza de ingeniería, según la modesta y reiterativa descripción del titular de Educación, recogida por Javier Jiménez Espriú en La Jornada el 19 de agosto de 2010. Nos indica que los constructores debían acertar, por lo menos en tres cálculos: la profundidad de la cimentación, el peso de la estructura y el grosor de columnas y paredes, y resulta que sólo se equivocaron en esos tres cálculos. También se equivocaron, por cierto, en la estimación del costo: será más del triple del previsto. En ese extraordinario artículo, que amerita la relectura, se documenta ejemplarmente la mayor de las pifias del bicentenario: una torre de luz, construida con materiales importados y procesados en el exterior, que se inaugurará a destiempo, si es que alguna vez se concluye. Hará recordar la opacidad, descuido e irresponsabilidad con que se condujeron las conmemoraciones.

Tras un carrusel de encargados del bicentenario –ex candidatos presidenciales, promotores culturales activos o en retiro y, finalmente un locutor de radio y político mexicano que se dio a conocer como divulgador de la historia (según Wikipedia)–, la responsabilidad institucional correspondió al titular federal de Educación Pública. La descargó con mayor entusiasmo que acierto. “Las canciones mexicanas – declaró el 18 de agosto– han acompañado siempre los acontecimientos históricos del país, por tal motivo la música será un actor principal en la celebración de los 200 años del inicio de la Independencia nacional”. Acto seguido divulgó el tema musical del bicentenario. Esta composición mereció el siguiente juicio de Juan Arturo Brennan: “… la calidad de una canción puede ser calibrada por cuatro aspectos importantes: su letra, su música, el arreglo y la interpretación. [El futuro es milenario] sólo tiene cuatro defectos … Uno: la letra es de una estupidez singular… Dos: la música es un feo y vulgar seudohuapango sazonado con dosis masivas del pop más ramplón, donde la creatividad brilla por su ausencia. Tres: el arreglo es patético, con su cansino pulso electromecánico y su pintoresco coro infantil. Cuatro: en la interpretación predomina el estilo homogeneizado y aséptico de lo que hoy pasa por música popular…” (Mexicanos: ¡Shalalalalala!, La Jornada, 28 de agosto de 2010.) Brennan señala varios ejemplos que dejan constancia de la calidad de la letra: “… nacimos en el lugar del Cielito lindo... orgullo que se comparte… México es puro amor… se hermanan las diferencias…” Encuentra “una retahíla de identidad folcloroide, un lema de comercial de tequila (o cerveza), un lugar común de cursilería ramplona y, sobre todo, una mentira flagrante…” Entiendo que la calidad de la música, el arreglo y la interpretación pueden apreciarse en el portal de la SEP, si aún no ha sido retirada la grabación.

Una pifia que se multiplicó y continúa manifestándose es la opacidad respecto de los gastos incurridos en la conmemoración bicentenaria. Un ejemplo reciente –pero, desde luego, no el único y, por cierto, uno de los menores– repercutió en la prensa nacional el 21 de diciembre tras haberse propalado desde mediados de año. Se refiere a la negativa a proporcionar información sobre la contratación por adjudicación directa de 14 eventos [sic] por un monto superior a los 447 millones de pesos por parte de la entidad de servicios turísticos del ISSSTE. Sería entendible que el llamado Turissste conmemorase de algún modo el bicentenario, pero ¿14 acciones con costo unitario promedio de 32 millones de pesos, adjudicadas sin licitación? De la opacidad, de la reserva de información que debía ser pública, del ocultamiento de datos y, a fin de cuentas, de la presunción de corrupción que a todo ello apunta, se desprende un pesado tufo. El tufo del bicentenario.