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Ver día anteriorJueves 23 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Discriminación en EU: avance y pendientes
E

l presidente de Estados Unidos, Barack Obama, derogó ayer la legislación popularmente conocida como Don’t ask, don’t tell (no preguntes, no digas), vigente en ese país desde 1993, que prohibía la presencia de homosexuales y lesbianas confesos en el Ejército de ese país y los obligaba a no hacer pública su orientación sexual, so pena de ser despedidos. De esta manera concluye un proceso de revocación legislativa que tuvo lugar en la Cámara de Representantes y en el Senado del vecino país el jueves y el sábado pasados, respectivamente, a sólo unas semanas de que se integre el nuevo Congreso estadunidense, de mayoría republicana.

La derogación de la ley referida es un hecho positivo y saludable por varios motivos. En primer lugar, porque representa la cancelación de una de las directrices más retrógradas y discriminatorias en el vecino país, que derivó en la expulsión de unos 13 mil 500 militares, hombres y mujeres, en los 17 años que se mantuvo vigente. Con esta medida, el mandatario estadunidense da cumplimiento a una de sus promesas de campaña y se apunta un segundo triunfo legislativo –el otro fue la aprobación de la reforma al sistema de salud, en marzo pasado– sobre el conservadurismo republicano. Lo anterior no es poca cosa si se toma en cuenta que la administración que encabeza Barack Obama ha transitado, en la primera mitad de su mandato, entre la continuidad decepcionante en la conducción de Washington en el exterior, y el freno sistemático, en lo interior, a los cambios impulsados por el político afroestadunidense. En forma paradójica, tal dinámica ha exhibido la debilidad del presidente de la nación más poderosa del mundo; su incapacidad para cumplir con promesas que le granjearon simpatías en amplios sectores del electorado y la opinión pública internacional, y su condición de gobernante entrampado entre los intereses de la clase política y los poderes fácticos de su país.

Otro aspecto significativo de la derogación de esta ley es el hecho de que se haya producido en uno de los sectores más cerrados, chauvinistas y reaccionarios del establishment del país del norte. Por supuesto, la medida no atenúa el carácter belicista y colonialista característico de las fuerzas armadas estadunidenses, pero sí da cuenta de un giro, así sea mínimo, en la apertura y la tolerancia en el estamento militar.

Para volver al tema de la discriminación, el hecho de que la legislación derogada ayer haya sobrevivido al paso de cuatro presidencias –las dos de Bill Clinton y de George W. Bush, además de la que encabeza Obama– habla del peso de ese flagelo en la vida política y la cultura del vecino país, que históricamente se ha proclamado defensor mundial de la libertad y los derechos humanos, pero que en la práctica ha distado mucho de hacer valer tales principios, incluso en su propio territorio y con sus ciudadanos. Sin demeritar el episodio sellado ayer por el gobierno de Estados Unidos, no deja de ser exasperante que no puedan concretarse cambios igual de necesarios, o más, en otros ámbitos, y que las autoridades de ese país muestren falta de capacidad o de voluntad para corregir situaciones de injusticia y exclusión que afectan a otros sectores minoritarios de la sociedad en esa nación. Por no ir más lejos, baste recordar que esta misma semana el Senado estadunidense rechazó la llamada Dream Act, una propuesta que habría otorgado a jóvenes nacidos en el extranjero la posibilidad de convertirse en residentes legales del país después de pasar dos años en la universidad o en las fuerzas armadas.

Cabe hacer votos porque el triunfo que se apuntó la administración Obama con esta derogación tenga el efecto de un impulso decidido, durante los dos años que le quedan, a otras transformaciones de carácter impostergable en ese país, entre las cuales está la reforma migratoria, que tiene un papel central, como reconoció ayer el propio mandatario. Si logra avanzar en ese sentido, el primer presidente no caucásico de Estados Unidos podrá revertir, en alguna medida, el sentir de desencanto que su administración ha causado, hasta ahora, en la opinión pública nacional e internacional.