Opinión
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2010, año funesto para la Iglesia católica
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urante 2010, la Iglesia católica experimentó la crisis más profunda de que se tenga memoria desde los movimientos religiosos de la Reforma, como expresó Leonardo Boff en visita reciente a México. Los escándalos de la pederastia clerical fueron emergiendo en diferentes países hasta convertirse en un tsunami incontrolable, entre marzo y mayo, a tal grado que sacudió amenazantemente los viejos cimientos de una Iglesia católica que no supo cómo afrontar la cascada de denuncias. En este espacio de opinión registramos la crisis planetaria de la Iglesia católica: de Estados Unidos a Irlanda, de Holanda a México, de Alemania a Brasil, de Bélgica a Chile las imputaciones minaron la autoridad moral de la Iglesia, no sólo por los abusos sexuales a menores, sino por la práctica y recurrente protección sistémica a los criminales que durante décadas ofreció la estructura clerical, bajo el ocultamiento y la simulación.

La vieja guardia de cardenales wojtylianos, y en algún momento el propio Tarcisio Bertone, secretario de Estado, vieron intereses externos que buscan desprestigiar a la Iglesia: retoman el arcaico recurso justificatorio del complot y del enemigo externo. Efectivamente, en otras instituciones, como las escuelas, el abuso es aún mayor; en Alemania, por ejemplo, de los 210 mil casos de abusos sexuales denunciados, 94 implican a la Iglesia; es decir, sólo 0.004 por ciento; así lo publicó una web titulada ReligionenLibertad.com; sin embargo, la gran interrogante se presenta así: ¿por qué la prensa internacional se focaliza sólo en los religiosos abusadores? La respuesta es sencilla: porque estos monstruosos actos contradicen todo el discurso y toda la prédica moral de los actores católicos. Hay una doble traición, por un lado, a la dignidad humana de la víctima y, por otro, a los principios sagrados de la función ético religiosa del sacerdocio.

Ante el atrincheramiento de la curia romana, el propio papa Benedicto XVI, durante el viaje a Portugal, en el vuelo a Lisboa expresó que los enemigos más severos están dentro de la Iglesia. Recuperemos las palabras exactas: Encontramos que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden de dentro, del pecado que existe en la Iglesia. Esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de forma aterradora: que la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y, por tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye a la justicia.

El propio pontífice enfrenta la metralla acusadora de haber sido también permisivo del funesto encubrimiento clerical; sin embargo, enfrenta dos polos que lo presionan: el debilitado sector progresista que le reprocha haberse alejado del Concilio Vaticano segundo y los viejos halcones de la curia que se sienten intimidados por las denuncias le piden protección y cerrar filas ante acusaciones de complicidad y hasta corrupción. Efectivamente, el caso Marcial Maciel ha puesto en evidencia una red de complicidades, favores, encubrimientos y corrupción a los más altos niveles de los cardenales que rodeaban al papa Juan Pablo II.

A los escándalos mundiales de la pederastia se han sucedido nuevos estruendos de corrupción financiera inmobiliaria en las altas estructuras del Vaticano y la intervención radical de autoridades belgas en inmuebles católicos, al estilo Código da Vinci, como se lamentó Vittorio Messori. Ante esto, Benedicto XVI ha respondido reformando su curia, colocando a personas de confianza en puestos claves. Dicha tarea se inició en julio, con una cascada de nombramientos y reacomodos en diversos puestos fundamentales de la Santa Sede y culminó en el consistorio del 20 de noviembre, cuando diversos colaboradores son elevados al rango cardenalicio.

Incierto se antoja 2011; el Papa está en el ojo del huracán mediático y el mundo espera medidas más firmes y drásticas que erradiquen el cáncer pederasta de la Iglesia. Su prueba de fuego es la refundación de los legionarios de Cristo; ahí el pontífice no ha sido claro ni decidido. Ha dado un paso firme y ha retrocedido dos. El tono severo del comunicado del Vaticano sobre los legionarios de Cristo, del primero de mayo, contrasta con la dulce y conciliatoria carta de Velasio De Paolis y coloca a Maciel como un asesino solitario que actuó sin el apoyo de sus discípulos Álvaro Corcuera y Luis Garza Medina.

El mismo Benedicto XVI, en entrevista recogida en el libro Luz del mundo, lamenta el retraso y la lentitud con que la Iglesia actuó frente a las aberraciones de Maciel y aunque admite que la Iglesia le ofreció protección, éste estaba muy bien encubierto, no especifica por quiénes ni menciona su propia cuota de responsabilidad. No obstante, anuncia el rescate de la congregación, porque percibe ahí una comunidad sana a la que habrá que introducir reformas y modificaciones. Maciel fue un accidente y esta aberración humana logró construir y edificar una comunidad religiosa sana; en un decreto firmado por Corcuera, el fundador de la legión dejará de existir públicamente, aunque se le podrá rendir culto en el ámbito privado. Maciel se convierte en un nuevo innombrable, el tumor canceroso debe ser extirpado. El hombre que no debió existir.

Por último, las declaraciones y la apertura del Papa sobre el uso del condón bajo condiciones especiales, expresadas en la larga entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, muestran que hasta la Iglesia puede ir cambiando, de no ser así ya hubiera desaparecido. Sin duda este pequeño matiz del Papa es un severo golpe a los sectores más tradicionalistas de la Iglesia; al fin y al cabo pequeños pasos, no con la velocidad que reclaman los tiempos actuales, pero la Iglesia, como a lo largo de toda su historia, se mueve.