Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alfredo Castañeda In memoriam
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l 17 de diciembre pasado, la reportera Merry MacMasters dio cuenta del fallecimiento de Alfredo Castañeda, nacido en 1938, quien perteneció al establo de la Galería de Arte Mexicano, desde los tiempos de Inés Amor, a la vez que tenía representación en Nueva York con Mary-Anne Martin Fine Art. Su muerte se debió a un padecimiento pulmonar, y entre quienes lo conocimos y tratamos provocó pesarosa sorpresa.

Vivía en Madrid, donde su esposa e hijos montaron un restaurante de nouvelle cuisine mexicana, hace ya como 20 años, y allí fue, en estado de perfecta salud, donde lo vi por última vez, hará un lustro, en compañía de Cristina Gálvez, ex directora del Museo Tamayo. Sus incursiones en México no fueron muchas desde que abandonó el país, pero cabe recordar que tuvo una muestra individual en el Museo de Arte Moderno, cuando todavía era un artista joven, en 1972, bajo la gestión de la primer directora que tuvo ese recinto: Carmen Barreda.

Se le calificó de surrealista, debido –quizá– a que poco antes participó en la exposición Der Geist des Surrealismos (El espíritu del surrealismo), en la Baukunst, de Colonia, en Alemania, lo que le valió al poco tiempo una muestra individual en una galería de Los Ángeles, California. Propiamente hablando, no era surrealista, sino que recreaba el espectro del surrealismo en forma bastante consciente, hiper-consciente, se diría.

Hasta donde recuerdo, su iconografía frecuentemente presentaba matices religiosos, por ejemplo, en una pintura titulada Un solo rebaño, un solo pastor planteó cierto personaje, cuya fisonomía se reitera, tocado con gran sombrero negro sosteniendo entre sus brazos a una oveja, en tanto que los primeros planos están ocupados por varios de estos animales, medio trasmutados en copos de nube, a la vez que en el extremo derecho, cubierto por un cielo ligeramente nebuloso, incluyó un milagro de retablo. El milagro pareciera referirse a que la oveja que el personaje carga es la elegida, pues andaba perdida. Esa pintura se presentó en la Sala de Exposiciones de Promoción de las Artes en Monterrey. Ya entonces contaba con coleccionistas, y algunas de sus obras se han subastado en Sotheby’s y Christies’s, de Nueva York.

En otra de sus composiciones representa un cordero degollado, cuya figura glosa de algún modo la del Cordero místico, de Jan van Eyck. Una de sus exposiciones individuales en México se tituló Del purgatorio, y en 2008 publicó un libro de horas, con ilustraciones suyas y breves poemas, que fue bastante celebrado.

Castañeda estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se tituló en 1964; trabajó como diseñador arquitectónico hasta 1971, alternando esa actividad con la pintura. A partir de entonces consagró todo su tiempo a tal medio y también practicó la gráfica. Su primera individual tuvo lugar en 1969 en la Galería de Arte Mexicano, y llamó la atención probablemente por el tono magritteano del que hizo gala, sin glosar a Magritte, pero asumiendo con frecuencia los recursos semiológicos del artista belga, incluso en los títulos que elegía para sus composiciones.

Ni los procederes ni la tónica temática de Alfredo Castañeda cambiaron con el tiempo, aunque sí hizo gala de gran variedad de métodos asociativos que pueden calificarse como ingeniosos, lo cual, sumado a una bienhechura metódica, minuciosa, parca y contenida respecto de aquello que llamamos estilo, lo asocia de algún modo al surrealismo ortodoxo. En ciertas ocasiones utilizó soportes de tabla cubiertos con hoja de oro o bien hermosas portadas de libros antiguos. Decía haber estudiado a fondo el medievo, hubiera querido, tal vez, haber nacido en el siglo XII o XIII, y es un hecho que experimentaba fascinación por visitar monasterios y catedrales románicas y góticas, afición que quizá le fomentó su abuelo, quien era santanderino.

En fases recientes de su producción desaparecieron los rasgos arquetípicos del personaje con atuendo del siglo XIX, que solía privilegiar, pues lo fue sustituyendo con representaciones de sí mismo sin que sean, propiamente hablando, autorretratos, más bien es su efigie trasmutada en patriarca.

Un sentido pésame a su esposa, hijos y amigos. Hizo lo que pudo y trató de hacerlo lo mejor que pudo, dada su idiosincracia algo melancólica.