Opinión
Ver día anteriorLunes 20 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
¿La fiesta en paz?

Luna Turquesa

E

xisten numerosos casos de mujeres toreras o rejoneadoras, como el de Francisca García, a la que en 1774 se le negó permiso para rejonear en la plaza de Pamplona por no parecer decoroso, o el de Nicolasa Escamilla La Pajuelera, plasmada por Goya en su Tauromaquia, o la frustrada carrera como matadora de Juanita Cruz, o la maravillosa Conchita Cintrón, que tampoco pudo echar pie a tierra en España, o la lucha legal de la novillera Ángela en pleno franquismo, o Cristina Sánchez, Maripaz Vega y, desde luego, nuestra tenaz Hilda Tenorio.

Legiones anónimas de esmeradas costureras de ropa de torear, bastante menos los nombres de ganaderas y apoderadas, contadas las poetas y escritoras que se han ocupado del tema taurino, más como investigadoras y, en años recientes, abundante el número de las dedicadas al periodismo de información, escrito y gráfico.

Lo que continúa siendo una rareza es encontrar mujeres que sepan hacer crónica taurina, no sólo por los conocimientos, juicio fundamentado y criterio independiente que ese género demanda, sino quizá por un ancestral maternalismo que les impide largar de quienes antes que toreros son hijos, aunque a veces no se sepa de qué. A excepción, claro, de Pepe Faroles, como firmaba sus mordaces crónicas la gran novelista tabasqueña Josefina Vicens (1911-1988) en las revistas Sol y Sombra y Torerías.

Esa línea de sustentada y amorosa reflexión femenina con bases, en forma de crónica escrita, es continuada ahora por la cronista Luna Turquesa –sello y celo– en los sabrosos y fundamentados textos de su libro Temporada grande 2009-2010 en la Plaza México y otros apuntes, así como en el portal http://obispoyazabache.blogspot.-com, donde aparecen sus agudos comentarios y crónicas de la actual temporada, que luego serán otro libro. Ahora, no porque su nome de plume es nuevo se vaya a pensar que ella lo es con relación a la fiesta de los toros.

Luna Turquesa heredó de su padre la pasión por el toreo, al grado de que por varios años fue aficionada práctica, luego de abrevar en los conocimientos taurinos y de vida de Jorge González Pastelerito, personaje al que pronto haremos una entrevista casi a la altura de su imaginativa y enriquecedora existencia. Pero alguien que escribe: “Darle de beber al alma… para que no muera de sed. Quizá sea ésta la consigna de los alternantes…”, no habla por mero conocimiento sino desde el sentimiento de lo vivido en carne propia.