18 de diciembre de 2010     Número 39

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


ILUSTRACIÓN: Oxfam Internacional

Los campesinos pagan los platos rotos: testimonios de desastres

Lourdes Edith Rudiño

CANCÚN, Quintana Roo. Para los campesinos del mundo, esto es para quienes trabajan directamente la tierra, que están expuestos a lluvias torrenciales, sequías, huracanes, tifones, heladas y otros fenómenos de la naturaleza, que se han hecho cada vez más frecuentes, el cambio climático no es un discurso, no es una amenaza, ni un proceso de negociaciones multilaterales donde se define si el planeta habrá de elevar su temperatura en uno o dos grados Celsius. El calentamiento global es para ellos una realidad viva que está acabando en muchos casos con su patrimonio, que vulnera sus estructuras de organización, como son sus cajas de ahorro y redes de microfinanzas, y que los mantiene en una gran incertidumbre pues, dicen, las fechas tradicionales de lluvias y secas según las estaciones del año se han modificado drásticamente y ya no hay claridad sobre cuándo se debe sembrar y cosechar.

Paralelo a la COP 16, representantes campesinos de diversas partes del orbe sesionaron en el seminario Agricultura Familiar, Sistemas Financieros Rurales y Cambio Climático, organizado por el Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas (Conoc) y por el Foro Latinoamericano y del Caribe de Finanzas Rurales (Forolacfr), y el tema de los desastres fue fundamental. He aquí algunos testimonios.


FOTO: Lourdes Edith Rudiño

Isidro Tzunún
red de Finanzas Rurales
RED-Fasco de Guatemala

Hay ignorancia en el mundo sobre los impactos del clima en países pequeños y pobres. Éstos cobran una dimensión de vida causando un estancamiento económico nacional y de largo plazo y dañando más a los más desposeídos. Este 2010 las lluvias y tormentas han sido las más agresivas desde hace 50 años y provocaron derrumbes; se destruyó por completo la infraestructura del país: puentes, carreteras. Los daños son en todos los niveles: el comerciante y el campesino no pueden vender sus productos por la falta de puentes.

Quien sigue pagando los platos rotos es la gente del campo, las poblaciones indígenas, los más pobres. Este tipo de fenómenos serán más frecuentes y con mayores impactos. Este año muchas personas perdieron por completo su hogar, y una casa en Guatemala es un proyecto de vida, porque el costo de la tierra, que es escasa, es demasiado elevado. Una unidad de tierra, que en Guatemala llamamos cuerda, es de 24 por 20 metros, es decir 404 metros cuadrados. Esta parcela puede costar 250 mil dólares. Y este año ha habido más de 200 mil personas que han tenido que ser movilizadas a refugios temporales por el paso de la tormenta Ágata, luego Álex y 16 tormentas más que entraron a territorio nacional apenas hace unos días. Hay comunidades que quedaron completamente inundadas. Perder casa, tierra, es perderlo todo. Y no es sólo eso. En mayo de este año el Pacaya, que es el volcán de fuego de Guatemala, cercano a la capital, expulsó ceniza volcánica y causó que la gente no pudiera salir porque la ceniza había prácticamente tapado todo. Hemos entendido que los fenómenos naturales van a sobrepasar cualquier capacidad que esté instalada porque las condiciones estructurales son históricas, de exclusión y marginación. Los campesinos pobres han sido empujados a vivir en las laderas de los barrancos, debajo de las montañas y han tenido que cultivar sus alimentos deforestando. La pregunta es ¿qué hacemos? cuando la concentración demográfica es de 400 habitantes por kilómetro cuadrado, lo que empuja al deterioro de esos recursos naturales. Y no hay mucho dinero. El gobierno tenía un presupuesto de millones de dólares, pero se vio rebasado por el primer fenómeno, Ágata, y para colmo la ayuda se politiza, se enlaza con el proceso de campañas para las elecciones de 2011. Uno se pregunta cómo es posible que un país que tiene una de las reservas de la biosfera maya más grande, toda la selva del Petén, una gran cantidad de bosque, tenga que pagar las consecuencias de la contaminación y calentamiento que provocan los países desarrollados.


FOTO: Lourdes Edith Rudiño

Estrella Penunia Banzuella
Asociación de Campesinos Asiáticos
para el Desarrollo Rural Sostenible

Voy a comentar lo que ocurre en dos países. En Lagos este año se sufrió una experiencia muy fuerte, un tifón, que es un fenómeno que no les ocurría desde hace 30 años. Fue en la región sur y la elevación de los ríos provocó inundaciones de hasta siete metros y los predios agrícolas, granjas de pollos y de cerdos, las casas, quedaron sumergidos. El gobierno no supo responder porque no está preparado para esto. A media noche la gente nadó o utilizó botes para llegar hasta las montañas, y allí se salvaguardó. Los campesinos fueron muy golpeados pues acostumbran almacenar sus cosechas de granos en sus casas y todo eso se perdió. En Filipinas, de donde soy yo, experimentamos muchos tifones, pero ahora hay más que antes, y también son más constantes las sequías. Decimos que en el país ya sólo tenemos dos temporadas, la seca y la mojada. Y hay un gran descontrol, tenemos lluvias en junio cuando los agricultores preparan su tierra, y se afecta la labor, y las lluvias de octubre ahora se han ampliado hasta noviembre, dañando las cosechas. Esto ha reducido la producción nacional e importamos cada vez más granos y vegetales. A ello se aúnan los efectos del Acuerdo de Libre Comercio de Asia, vigente desde 1996, que permite el acceso de alimento de Tailandia, cuya calidad es muy buena y preferida por los consumidores, y eso desestimula la producción interna. La cebolla era un producto que se sembraba mucho en Filipinas, ahora los campesinos ya no quieren producirlo porque las cebollas que vienen de Tailandia y Taiwan son más baratas. La crisis económica que ya se padecía por efecto del libre comercio ahora se exacerba con el cambio climático.


FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

Eugene Dieudonné
Red de Microfi nanzas KNFP de Haití

En Haití hay una política neoliberal que le da poca importancia a la producción rural y los alimentos que vienen del exterior no pagan aranceles. Eso desplaza la producción interna y los ingresos campesinos no son suficientes para vivir. Por eso, cuando surge una necesidad mayor de la familia, unos deciden emigrar a la ciudad, y otros cortan sus árboles para hacer carbón, para tener dinero inmediato. En 1994 el nueve por ciento del territorio nacional tenía cobertura forestal y ahora es sólo el dos por ciento. Es un país montañoso que ocupa la mayor parte de su territorio en agricultura. Con la deforestación, se han deslavan los cerros y se inundan las ciudades. Hemos llegado a una devastación ecológica tal que no hay manera de revertirla. El terremoto de enero de 2010 agravó las cosas, pues mucha gente reconstruyó sus casas con madera, esto es, tiró árboles, fue un proceso muy agresivo. En 2015 sólo vamos a tener algunos puntitos de bosque en el país. Participé en un evento donde los agricultores haitianos comentaron los efectos del cambio climático. Se dijo que hay una modificación en temporadas de lluvia y en las de secas, que por estos cambios ya las legumbres no se dan. Los pescadores no encuentran peces cerca del litoral y como no tienen barcos, no pueden ir más lejos a buscarlos. Ya no pueden subsistir. La temperatura del mar cambió y las especies se han retirado de la costa. Hace diez años el cambio climático no era tema, hoy es algo muy preocupante relacionado con la pobreza y la inseguridad alimentaria.


FOTO: Lourdes Edith Rudiño

Catalina Díaz
Caja Solidaria Kondoi, de Santa
María Tlahuitoltepec, Oaxaca

El desgajamiento del que sufrimos el 28 de septiembre de este año cerro (propiciado por lluvias torrenciales y suelos erosionados, deforestados) fue una experiencia que a todos nos lastimó y seguimos enfrentando sus consecuencias. En la caja de ahorro tenemos mil 200 socios. Varios de ellos tienen invernaderos, con jitomate y verduras, que se dañaron, como se dañaron también las milpas. Las viviendas fueron también afectadas. El gran deslave abarcó toda el área de Tlahui, fue como un temblor a la vez, está cuarteado todo el territorio. La caja de ahorro tiene problemas porque los socios de los barrio Llano Grande y Manantial fueron avisados por Protección social que van a tener que reubicarlos. Esos socios están empezando a ver que no podrán pagar sus créditos con nosotros.


Pagar la adaptación al cambio climático

Steve Suppan y Karen Hansen

En un artículo de la edición 33, de junio pasado, de La Jornada del Campo (“Buscando la salvación por medio del presupuesto”), comentábamos cómo en las consultas del Congreso estadounidense sobre la próxima Ley Agrícola o Farm Bill, los congresistas no quisieron reconocer el elefante en la casa agrícola: el cambio climático.

Los pasos de este elefante agudizan la volatilidad de la oferta y la demanda de alimentos y por tanto agitan el comportamiento de los precios. El Partido Republicano ganó las elecciones estadounidenses con candidatos que niegan la existencia del elefante, el cual, sin embargo, sigue pisando el jardín y mucho más.

Pues bien, ahora llegaron a Cancún 20 mil o más personas para dialogar. ¿Cuánto cuesta, quiénes pagan, y qué hace falta para que el elefante no acabe con el jardín? Y aquí se acaba la metáfora, porque se trata del daño a nuestro planeta y sus ocupantes.

Hace casi un año, en Copenhague, unos pocos jefes de Estado negociaron un acuerdo político no vinculante en el cual los países ricos se comprometieron a reunir un fondo de 30 mil millones de dólares para el arranque rápido (fast start) del financiamiento climático entre 2010 y 2012. Se propuso un fondo con recursos balanceados para proyectos tendentes a reducir los gases invernadero por un lado y por otro proyectos para facilitar la adaptación al cambio climático en las naciones más vulnerables.

En noviembre un estudio breve del Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo (www.iied.org) mostró que es previsible que sólo entre 11 y 15 por ciento del arranque rápido se dedique a la adaptación. ¿Por qué hay tanto desbalance en este fondo, siendo que los países más vulnerables exigen fondos de compensación para adaptar sus recursos, sobre todo en la agricultura, a las consecuencias variadas del cambio climático?

Resulta que los países donantes piensan invertir la gran mayoría del arranque rápido para crear una materia prima artificial: el crédito de compensación de emisiones del carbono. Sus empresas pueden comprar estos créditos para cumplir con sus cupos de emisión (no-vinculantes), pero sin reducir sus propios gases de efecto invernadero. ¡Otra innovación financiero-ambiental! Ésta, auspiciada por los bancos en la Asociación Internacional del Comercio de Emisiones (www.ieta.org) y sus colegas académicos.

Se sabe ya que los llamados mercados del carbono no sobreviven sin el apoyo legislativo y subsidios gigantescos del Estado en la forma de los permisos para contaminar, regalados por el Estado a las empresas. En Estados Unidos la Cámara de Representantes aprobó en junio de 2009 la ley Waxman-Markey, que regula el comercio de emisiones, pero está estancada en el Senado. El valor de los permisos que esta legislación considera hubiera llegado a un rango de entre 50 mil y 300 mil millones de dólares para 2017, según las estimaciones del gobierno. El colapso de la Bolsa Climática de Chicago, anunciado en octubre, es otro testimonio de cómo los llamados mercados privados dependen ampliamente del gobierno.

Sin embargo, un informe de la Oficina del Secretario General de las Naciones Unidas –formalizado en Cancún, aunque publicado antes–, considera que los mercados de carbono contarán con más de la mitad de los cien mil millones de dólares anuales para el financiamiento de largo plazo, a partir de 2020, de los proyectos aludidos en el Acuerdo de Copenhague. No es infrecuente que los presupuestos y las cifras econométricas sean optimistas, pero este informe tiene una fe ciega en el mercado.

Wall Street pagó una buena parte de la victoria electoral del Partido Republicano y espera un mercado del carbón de unos dos trillones de dólares para 2017, subsidiado por los mismos votantes que denunciaron recientemente el alto nivel de gastos gubernamentales durante la campaña electoral. Y puede ser que si el Partido Republicano gana la Presidencia en 2012, descubrirá que sí existe el cambio climático, o por lo menos su parte más rentable.

Ya que el porvenir político estadounidense es tan fatídico, ¿a qué fue el Instituto de Políticas Agrícolas y Comerciales (IATP) con sede en Minessota– a las negociaciones en Cancún? Fuimos a tratar de convencer a los gobiernos que los costos verdaderos de no financiar los proyectos del Fondo de Adaptación del Convenio Climático serán mucho más caros con cada año de demora. En el caso de Estados Unidos tan sólo los gastos de reparación a los daños infraestructurales llegarán a 271 mil millones de dólares anuales a partir de 2025, según un estudio de Frank Ackerman y Elizabeth Stanton.

Urge que el Fondo de Adaptación financie por lo menos con unos tres mil millones de los 30 mil millones de dólares comprometidos para 2010-2012, para que los países más vulnerables puedan defenderse y el convenio puede cumplir sus obligaciones.

Instituto de Políticas Agrícolas y Comerciales (IATP)