Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

El sabor de vivir

E

ncontrarse con un hombre de más de 93 años al que lo único que le falla es la vista, quien a los 17 empezó a trabajar de peón en Petróleos Mexicanos con la ficha 6,040, que no tiene una fórmula sobre cómo envejecer con alegría y gusto por la vida, que se jubiló como jefe de departamento y nunca se aburrió ni se hartó, es valioso testimonio que obliga a escucharlo.

Alberto Rodríguez Hernández nació en el DF en 1917, pero muy niño se lo llevaron a Tampico, donde a los 15 años empezó a trabajar. A mí no me ha amargado nada ni nadie. Ni la vida, ni el trabajo, ni las mujeres, ni la religión, confiesa don Alberto, erguido, aún apuesto e impecable en su sencilla vestimenta, mientras apura un trago de tequila en la sala de su casa, donde vive con una de sus hijas y su yerno.

“Durante muchos años jugué básquet y beisbol, quizá eso contribuyó a una longevidad sana. Estudié para tenedor de libros, pero nunca ejercí. Obtuve mi jubilación luego de 50 años de servicio, siempre en el área administrativa. Me divorcié de mi primera esposa porque le gustaba mucho jugar a la baraja por las tardes y yo salía de trabajar precisamente a las cuatro de la tarde. Ante esto, incluso obtuve la patria potestad de mi hija.

“La vida brinda oportunidades que hay que saber aprovechar. Mi hija quedó bajo el cuidado de mi madre en la ciudad de México, por lo que no sólo logré mi cambio de Tampico al DF, sino que mejoré considerablemente mi posición laboral. Posteriormente me volví a casar con una joven de Temascalcingo. Tuvimos un hijo y una hija que por fortuna se llevan muy bien con su media hermana. Luego mi esposa falleció.

“Aceptar es fundamental para fluir con el azar de la existencia o que ésta en sus vaivenes nos sorprenda y afecte menos. En todo caso nunca he perdido el gusto por disfrutar, por comer de todo, beber, bailar, conversar, saludar a los amigos que me quedan, dos y más jóvenes que yo, y viajar cuando se puede. Algo veo con el ojo derecho. Oigo radio y medio veo deportes por televisión. Lo que no distingo lo imagino con lo que escucho.

Tengo dos nietos, niño y niña, a los que quiero, pero sin obsesionarme por verlos más de una vez a la semana. En muchos sentidos me considero un ser privilegiado. La pensión contribuye a mi tranquilidad, pero el dinero es relativo para saber estar. Creo en un Dios que conmigo es muy bueno, pero nunca he sido de misas ni de curas. A quienes eso les ayude, magnífico. (Continuará)