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Ver día anteriorMartes 30 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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San Ildefonso: el amorío de Orozco
A

driana Malvido presentó El joven Orozco: cartas de amor a una niña (Lumen, Grupo Planeta) el martes pasado en el auditorio Simón Bolívar ante un nutridísimo público.

Los comentarios estuvieron a cargo de Sealtiel Alatriste, Gregorio Luke, Fernando González Gortázar y mi persona. Con su gentileza característica, ella agradeció a quienes hicieron factible su investigación, a los presentadores y a todos los entusiastas asistentes.

No es para menos, pues su trabajo implicó, además de la clasificación y ordenamiento de 465 cartas, la selección de misivas completas y párrafos capaces de armar una historia novelada de lectura ágil. El resultado puede calificarse de novela histórica sobre un romance apuntalado por las propias cartas de Orozco, autentificadas, entre otros, por Julio Scherer y Raquel Tibol (no hay duda, son originales todas).

Añadió trabajo de campo, entrevistas y consultas hemerográficas llevadas a cabo en Sombrerete, lugar de nacimiento de Refugio Castillo, la destinataria de Orozco. Ella se desenvolvió en su tierra natal desde los 13 o 14 años de edad en que regresó para siempre allí, validándose como maestra y educadora notable, hasta 1994, en que murió a los 97 años.

En 1909, a los 26 años, Orozco le dirigió la primera misiva; en 1911 la familia Castillo regresó a Zacatecas y los amorosos no se vieron ya jamás, pero el epistolario orozquiano terminó hasta 1921, cuando se inicia su declaración amorosa, también epistolar, dirigida a Margarita Valladares, quien después fue su perenne esposa. Al casarse él tenía 40 años y la novia 25. La diferencia de edad es casi igual a la que existió entre Orozco y Refugio Castillo.

Malvido manejó su escritura con elegancia y viso romántico. No existió posibilidad de obtener cartas o testimonios de Refugio dirigidos a su admirador, pues éste nunca los guardó, pero a través de lo que redactó y sobre todo de sus continuos reclamos y lamentaciones, la autora pudo deducir no pocas cuestiones. Por ejemplo, que ella le negó un beso, que el noviazgo platónico existió, consistiendo fundamentalmente en paseos por el Centro Histórico y visitas a iglesias, que incluso se fijó un plazo ante los padres de ella para formalizar noviazgo (plazo que Orozco no cumplió, porque la perspectiva de casorio no estaba entre sus proyectos de entonces). A él le complacía ir al correo a enviar o recibir cartas.

Pudiera ser que sus frecuentes revisiones de listas de correo se debieran, en parte, a que le encantaba el género epistolar, cosa que se constata acudiendo a las correspondencias con Jean Charlot, Jorge Juan Crespo de la Serna, Luis Cardoza y otros. Esta es anterior. Durante los tiempos que la abarcan él pudo haber recibido cartas de distinta procedencia. ¿Entregó misivas a otras escolares?, eso es cosa que no se sabe. Lo contundente es que, de haberlo hecho, ellas, a diferencia de Refugio, no le dieron importancia a la letra escrita.

El idilio se vincula a los dibujos de muchachitas escolares. José Juan Tablada le solicitó trabajos suyos con la intención de ilustrar un artículo. En el enlistado conservado aparecen títulos como Niña de escuela, Tres niñas de escuela, Niña inocente, Una pícara, etcétera. Se expusieron, según confirmación documentada, en el Whitney Studio Club, antecedente del Museo Whitney, de Nueva York.

La portada del libro reproduce el dibujo de una chiquilla de pelo largo, falda corta, medias negras que rematan en coquetos zapatitos de tacón. Es de 1910, año del que datan otros dibujos de colegialas, la mayoría con cintura estrecha y caderas amplias. Algunas pueden verse en Orozco pintura y verdad, ya que la muestra mantiene vigencia hasta mediados de enero, hay maravillas expuestas y felizmente puede constatarse que asiste bastante público joven.

A Orozco le atraían las nimphetes, al menos les echaba buen ojo y las dibujaba. No es el caso del pastor Dogson (el escritor, filósofo, fotógrafo y matemático que conocemos como Lewis Carroll), quien prefería retratar y narrar sus historias a niñas más tiernas.

Los dos ponentes inicialmente mencionados tomaron como signo de madurez de Rosario, a la sazón de 12 años, un par de palabras arrancadas (supuestamente) de su cuaderno escolar. Desde hoy, suya. La frase obedece no a una deducción, como en otras secciones sucede, tomada de expresiones escritas por Orozco. El cuaderno escolar le fue necesario a la autora para propiciar la trama novelada, es un supuesto. ¿Legítimo?, desde luego. Reparar en eso, ¿es manía de historiadora? Sí.