Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pastorela: entre el limbo y el infierno
A

unque en 1999 el Vaticano y el papa Ratzinger decidieron que el infierno no es un lugar, sino una situación en la que se encuentran las almas, en 2006 determinó que el limbo no existe (casi casi lo definieron como una situación de calle) para que lo niños no bautizados fueran al cielo, es decir, los corporativizaron; tanto el limbo como el infierno, hoy, hoy, están en México.

Diez años de alternancia en manos de Vicente Fox y Felipe Calderón no llevaron al cielo, la democracia efectiva o algo parecido, sino al limbo cercano al infierno para que regrese la restauración priísta.

Hoy el PRI demuestra cuán priísta es la política y el país, al punto que ni los ángeles ni los demonios lograron sustituirlo. Lo más que se logró con la alternancia fue demostrar que el vacío gestó el país que actualmente tenemos y que el infierno sí existe como lugar.

Para no sentirnos mal, hacemos el comparativo con el priísmo, cuando el único protagonista de la política nacional y las decisiones era el presidente de la República, que tenía mayoría absoluta en el Congreso y no sólo decidía quién gobernaba en cada uno de los tres estados y el Distrito Federal, sino en cada uno de los 2 mil 480 municipios del país. Frente a ellos, tanto los ángeles como los demonios en oposición a la diestra y la siniestra de la unidad nacional reclamaban democracia.

Democracia para unos era aspirar al lugar que ocupaba el PRI para hacer lo mismo. Para otros eran cambios y transformaciones; legalidad, elecciones limpias sin fraudes, gobiernos cercanos a los intereses mayoritarios. Otros más querían el gobierno para desarrollar sus fantasías, algunas muy cercanas al autoritarismo, el control, el odio a la crítica y la disidencia. En sus formas de lucha, en los métodos, se podía vislumbrar lo que cada fuerza sería cuando fuera gobierno.

Luego de muchos procesos, nacionales y regionales; luego de grandes eventos que fueron empujados por la movilización social y el voto, llegamos puntuales al nuevo siglo, inaugurando nuestra democracia, basada en la alternancia. Se hizo el primer gobierno de minorías y descentralizado, pero no por una visión de nuevo federalismo, sino porque los gobiernos estatales se convirtieron en el refugio de los expulsados del paraíso nacional. Surgieron así los sindicatos y coaliciones de gobernadores, la rapiña por los excedentes petroleros, la reproducción del viejo régimen en cada identidad, y surgieron también partidos franquicias. Ángeles y demonios se pasaban del cielo al limbo, y de ahí al infierno. Hasta el Vaticano se escandalizó… La separación de poderes se convirtió en un conflicto entre poderes y quienes debían legislar ejecutaban; los que tenían que juzgar legislaban, y los que tenían que ejecutar, hablando todo el día, creían que gobernaban.

Vino 2006, momento estelar para ángeles y demonios. Muerta la unidad nacional en 2000, sustituida por la alternancia, estaban dadas todas las condiciones para que, por fin, se abriera el cielo. Sin embargo, el diablo asomó la cola –¡tenía viejo tufo priista!– y empezó a condenar a todos al infierno si no lo seguían, respondiendo a la difamación con insultos, discursos vacíos, purezas, y poniéndose los despojos del vetusto presidencialismo para ganar. Hasta la fecha, en cuatro años, no hemos podido salir de lo electoral y seguimos viviendo las consecuencias de todos los errores y contrasentidos de aquella campaña.

Fueron tan malas las respuestas (como el plantón en Reforma y el Zócalo), que abrieron la duda en miles que habían votado por un cambio de izquierda y prefirieron el limbo. Los ángeles se quedaron con la presidencia, pero desde el inicio estaban caídos. Tanto los que se quedaron con la presidencia como los demonios impugnadores fueron observados por el padre que los veía consumirse en la ingenuidad, la inmadurez y botar a la basura el arma que pudo aniquilarlo: 70 por ciento de la votación en favor de los ángeles y los demonios.

Hoy, el PRI se levanta entre inconsecuencias y un país fracasado, que quiso resurgir, pero que no encontró caminos y se convirtió en un lugar que ni siquiera ha imaginado el Papa o el Vaticano; un lugar entre el limbo y el infierno, donde el espíritu patriota se alimenta de festejos, confeti, chiflidos de resentimiento y ganas de destruir todo.

Acabada la unidad nacional priísta, devino el limbo y el infierno. La exaltación de la violencia como triunfo y respuesta a la complicidad y el inmovilismo. La fuerza sobre la razón; la posesión personalista de los destinos nacionales, donde el ángel y el demonio terminaron pareciéndose e identificándose como autores del mismo fracaso.

¡Gracias, señor Presidente!, dirán ahora los priístas como en los viejos tiempos, pero por haberles regresado el país que habían perdido.

México es hoy resultado de una pasión entre ángel y demonio, sentados a la diestra y siniestra del gran régimen priísta; ellos unieron el limbo y el infierno que el padre todopoderoso acepta como un regalo en el cuarto año de gobierno.