Opinión
Ver día anteriorViernes 26 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Se abusa de la buena fe y credibilidad sociales
L

a sociedad mexicana no tiene conocimiento de los grandes temas militares; si no conoce los de mayor magnitud, menos puede pedírsele que domine los detalles. Esto se corresponde con la ignorancia que se tiene en el cuerpo militar respecto de la vida civil en general y más aún del complejo universo político. Si alguien piensa que lo señalado es un tema sin importancia, sencillamente se equivoca. El que civiles, desde el Presidente de la República hasta sencillos trabajadores, no conozcan lo descrito, significa una grieta en la estructura del Estado, que no del gobierno.

No hay país que no tenga en gran consideración a sus fuerzas armadas. En México no falta voluntad, pero arrastramos décadas de haberse decidido políticamente que a ellas se les pondría bajo un capelo y con eso se les honraba y se les aislaba.

Hace cuatro años se tomó una decisión errónea, precisamente por el Comandante Supremo, en una imperdonable ignorancia de las potencialidades y debilidades de las fuerzas armadas.

Se les lanzó a la hoguera sin anticipar que ese fuego podría inflamar, por encima de ellas, a la mitad del territorio, por lo menos y hasta hoy. Los estados que no están inflamados, como Tabasco o Quintana Roo, no puede decirse que estén libres del narco, para nada. Solamente sucede que la lucha aún no se ha manifestado.

Atendiendo sólo a la información disponible y sus elementales consecuencias, el anuncio hecho de que la Secretaría de la Defensa Nacional pedía miles de millones de pesos para crear 18 batallones, despertó, por ignorancia, muchas y diversas reacciones. Claro, si la sociedad civil no sabe lo que es un batallón mexicano, su referencia quizá sea sólo algún episodio cinematográfico o de televisión, lógicamente extranjeros. Si no tiene noción de lo que es un batallón menos calculará el reto terrible de crear 18 y, por tanto, su opinión, respetabilísima, carece de fundamento.

Pero no acabó ahí el sainete, tan a la ligera y misteriosamente como se propuso, la propuesta se retiró. La inquietud surgió: ¿Pues no que eran vitales esos batallones? Y si lo eran ayer, ¿cómo es que ahora ya no lo son? Para responder a esta cándida cuestión se lanzó otro dardo. Ahora se plantea modificar leyes como la orgánica y otras medulares, para hacer del personal de servicio hombres combatientes.

Otra vez falta de información sobre lo que eso puede ser; preguntando aquí y allá, pues el Poder Ejecutivo nada clarifica, la sociedad supo que se trata de llevar a la línea de fuego a choferes, electricistas, camareros, mecánicos, dibujantes, cocineros, profesores, navegadores aéreos, enfermeros, ingenieros, defensores de oficio, escribientes, archivonomistas y para qué abundar...

La gente entiende que tan grave medida correspondería a una crisis de carencia de personal. Entonces sería que el reclutamiento ya no funciona y, otra vez, la ausencia de información. Si eso es así, ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Nos enteramos ayer? Una crisis de personal pone en duda el sostenimiento de la guerra.

¿Cuánto tiempo llevará adiestrar a ese personal para ir a la línea de fuego? Primero habrá que ponerlos en aptitud física. Muchísimos no darán el ancho. Problemas de edad, de peso, de condiciones de salud que no los incapacitan para lo que hacen, pero sí para combatir, como la disminución de la agudeza visual. Entonces, otra vez, ¿Qué está pasando que se llega a extremos como el descrito? No sería más fácil calificar a jóvenes reclutados, de edad y condiciones convenientes y darles su adiestramiento básico en semanas? Seguramente que el Consejo de Seguridad Nacional debatió y avaló ambas decisiones.

Quizá sea que la sociedad ha llegado al grado extremo de rechazar la incorporación a las fuerzas armadas. O que la ola de deserciones sea altísima, más de las decenas de miles al año que se han sabido. Pues entonces algo muy grave debe estar pasando. Esperemos que no, que sólo sea lo de siempre, mantener a la sociedad en la ignorancia, cueste lo que cueste. Aunque si esto fuera así se estaría abusando de la buena fe de la ciudadanía y eso es también algo muy, muy grave.