Opinión
Ver día anteriorJueves 25 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El trueno dorado
E

n el tercer ciclo del Patrimonio Universal del Teatro la Compañía Nacional de Teatro (CNT) y para hacer presencia en el Festival Internacional Cervantino, fue invitado el destacado director español Juan Antonio Hormigón para que escenificara una obra de Ramón del Valle Inclán. Hormigón optó por adaptar varios fragmentos de narraciones del viejo don Ramón de las barbas de chivo y algunos otros pasajes, con un resultado muy disparejo tanto en la dramaturgia como en el montaje que cuenta con actores de la compañía y otros invitados hasta sumar 36, con algunos que doblan papeles en extenuantes –para ellos– representaciones de cuatro horas. Resulta ocioso refrendar la calidad del elenco, pero cabe hacer algunos deslindes y señalamientos empezando porque el reinado de Isabel II de España y sus antecedentes de las guerras carlistas, así como las pugnas entre liberales y moderados de la época nos son totalmente ajenas en México a pesar de que narran El de la muleta y La Castiza, de cara al público, ciertos acontecimientos que se van sucediendo.

Lo anterior carecería de importancia si el adaptador se hubiera ceñido al tema y la acción dramática, pero la referencia a intrigas palaciegas entre personajes que sólo podríamos ubicar con una historia de España en la mano, restan eficacia a los contrastes entre una corte frívola y dispendiosa y un pueblo llano pleno de carencias, que sería el tema. Asimismo, la impunidad de señoritos cercanos a la corte que cometen un crimen en medio de su diversión de robar capas y la adjudicación de la culpa a un pobre músico, hecho tan reconocible entre nosotros como los contrastes antedichos, se desvanece ante la proliferación de escenas superfluas insertadas para ambientar la época, como podría ser la del anarquista Fermín o la del besamanos cortesano con su larga ristra de títulos. La proliferación de bailes de la reina –que se podría haber limitado a un par, incluyendo el muy importante de la seducción de Bonifaz, que representa a todos los amantes de la soberana– en la coreografía de Marco Antonio Silva, no añaden algo a la acción o a la idea del esplendor cortesano y en cambio alargan el tiempo de la representación diluyendo el drama que se nos presenta. Aquí he de decir que cuando me refiero con cierta insistencia quejosa a la duración del montaje se debe a las inconsistencias dramáticas que, a mi parecer, lo alargan sin sentido y que en cambio otras escenificaciones muy largas, cuando resultan bien tramadas y coherentes, son bienvenidas y vistas por los espectadores, entre los que me cuento, con auténtico interés.

La escenografía diseñada por Carmina Valencia Tamayo es rica en detalles cuando muestra el salón palaciego y su contrastante vecindario de pobres en el que se ubica la vivienda del guardia Carballo, pero se va reduciendo hasta constar de una chaise longue iluminada por un cenital. Quizás ello se deba a una idea no muy bien proyectada de ofrecer un paralelismo con la descomposición social del contexto, tan bien expresada en el baile cortesano final, pero también se puede pensar que es resultado de la misma falta de unidad estilística que Hormigón imprime a sus actores. Éstos, como ya quedó dicho, de muy alto nivel, a veces ofrecen actuaciones casi paródicas sin que resulten del todo esperpénticas y otras veces contenidas y realistas en una amalgama difícil de descifrar, por lo menos para mí. En cambio, la fama de José Antonio Hormigón se ve corroborada por sutiles detalles como la transformación del cojo narrador en don Fermín, el anarquista filántropo al abandonar la muleta y ceñirse una bufanda, la presencia el cadáver del infortunado guardia en escenas posteriores o el uso que el director hace de la trampilla de la escenografía. Por eso entiendo poco las disparidades en los estilos de actuación que creo que no se sustentan en las escenas mismas y el envejecido recurso de bajar telón para los cambios escenográficos. La escenificación se complementa con el excelente vestuario de Tomás Adrián, la iluminación de Jorge Kuri Neumann, el espacio sonoro de Ignacio García, la dirección coral de Alberto Rosas y el diseño de caracterización de Amanda Schmelz.