Opinión
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Toros
¿La fiesta en Paz?

Más del Alí taurino

E

l concepto de poesía en Alí Chumacero iba más allá de los versos para plasmarse en buena parte de cada día de su existencia. Cuantos tuvimos la dicha de conocerlo y tratarlo veíamos-aprendíamos en su erudición y en sus actitudes, inflexiones, gestos, carcajadas, juicios, contradicciones y mentadas, el espíritu fresco de un individuo deliberadamente gozoso, enemigo de cuanto estorbara al apuntalamiento de la vida a través de la alegría, sin importar tema o circunstancia.

La primera charla que tuvimos fue en su oficina del Fondo de Cultura Económica, en avenida Universidad, y sin que viniera a cuento me disparó a boca de jarro: Oye, no pierdas de vista que entre salinismo y stalinismo sólo hay una letra. La mano dura puede tener variantes pero a final de cuentas pasa por alto muchos factores con tal de prevalecer. El tiempo y nefastas consecuencias políticas, económicas y sociales, le dieron la razón.

Otra ocasión, cuando le inquirí acerca de la poesía y los toros me dijo, ante la siempre solidaria compañía de un whisky: Yo no creo en el arte ancilar. Como tengo la buena costumbre de preguntar cada vez que desconozco una palabra o ignoro su significado, el hombre, casi con agradecimiento, me dijo: Ancilar viene de ancila, que en latín quiere decir sierva o criada, y es término que Alfonso Reyes empezó a utilizar para referirse a aquellas artes y artistas que en cierta época se pusieron al servicio de determinada causa o ideología.

Pero como en Chumacero su taurinismo rebasó comportamientos culturalmente correctos, cuando Guillermo H. Cantú estaba a punto de concluir su amplio trabajo sobre Manolo Martínez le solicitó un poema que encabezara el rico contenido del libro Un demonio de pasión y, para sorpresa de todos, Alí entregó puntualmente un bello soneto que vale la pena transcribir agotadas dos reimpresiones del libro y agudizada la estupidez colectiva de pros y de antis:

Sobre la arena irrumpe la furiosa/ verdad del toro, arcilla que destella/ olas de asombro y alas de centella/ que iluminan la tarde esplendorosa./ En suave conjunción, la mano airosa/ del matador se acopla a la querella/ del bruto: en su percal brilla la estrella/ que guía aquel incendio hacia la rosa./ Contra viento y marea, fluye el brío/ que habrá de sucumbir en la certera/ quietud, como la yedra fatigada,/ porque el diestro, al brindar su poderío/ y detener el tiempo en su carrera,/ levanta una columna sosegada.