Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Narcolecturas
L

a perplejidad con que asistimos a los días que corren nos llevan a denominar breve y superficialmente las cosas que nos invaden los pensamientos y miedos de la imaginación: narco, cártel, comando, drogas (ya nadie dice estupefacientes, que sonaba tan catrín), buchonas, Malverde, decapitaciones, delaciones, aseguramiento, bloqueo, guerra-contra-el-crimen, terror callejero, lavado, masacre, fosa, feminicidio, tipos y calibres de armas o detalles forenses que desafían la buena digestión. Un etcétera se impone, como ya logra entender hasta la pobre Real Academia de la Lengua, que al igual que todos, trata de alcanzar el léxico de una realidad más rápida que nosotros.

La embestida de Todo Eso ha producido un género híbrido de obras literarias o no tanto, periodísticas o no tanto, analíticas o no tanto, que ocupan secciones especiales y en aumento en las librerías, cerca de las cajas registradoras, los otros bestsellers y la dichosa autoayuda, que tan bien vende. Hace pocas semanas, Orlando Ortiz se preguntaba en La Jornada Semanal si existe una “narcoliteratura”, al modo de la novela de la Revolución, y concluía, sensatamente, que más bien no.

Es una moda, ni modo. O una variante del género negro. También una respuesta al horroroso fenómeno nacional que tiene a la mitad de los mexicanos, cuando menos, en condiciones de inseguridad profunda, como nunca antes si exceptuamos las redadas genocidas de la conquista española. Sólo a los inversionistas extranjeros les gusta la situación: pocos países más desregulados, sobornables, descontrolados y a la vez ricos en recursos naturales y humanos con calidad de exportación. Destruyámoslo, dicen y se frotan las manos, como si fuéramos Albania o Somalia.

Resulta inevitable que surjan autores como Élmer Mendoza; hay algo que contar ahí. Ciertamente, la nómina de títulos (sobre todo reportajes y novelas) es amplia, crece con soltura y en ocasiones calidad, no todo es basura perecedera. Narradores estupendos como Sergio González Rodríguez, Eduardo Antonio Parra y David Toscana han recalado ahí, y no sólo por afinidad temática. Como para los consumidores de noticias o la población anegada por esta guerra, para ellos la palabra es: inevitable. Cuántos reporteros y fotógrafos caen o huyen por dicha inevitabilidad, ante el peligro de informar y el riesgo de no hacerlo.

En un mar de desecho sensacionalista y verdades a medias, se publica buena información, crónica y ficción. Lástima que el tema sea tan pinche (y bien mirado, tan limitado) y que nos confronte con la vergüenza nacional con que serán recordados los años que la ultraderecha gobernó México. ¿Si no los propios empresarios turísticos se quejan de que la marca México no vende y aconsejan omitirla, y que los productos Los Cabos, Cancún, Holbox o Huatulco queden como islas en el espacio sideral?

El registro de la nueva realidad brutal en nuestra vida cotidiana ha sido escaso. Un libro altamente recomendable que llena este vacío es Malayerba, de Javier Valdez Cárdenas (Editorial Jus, México, 2010). Mediante una desenfadada y generosa galería de retratos hablados, el también corresponsal de La Jornada en Sinaloa expone cómo se vive la cultura narco en dos de sus cunas: Culiacán y la sierra sinaloense. Carlos Monsiváis escribe en el prólogo (debe ser uno de sus últimos textos) que Malayerba contribuye con destreza narrativa y visión panorámica a la comprensión de los cambios negativos en México.

Ante este colorido mural de niños, mujeres, policías, cuidacoches, estudiantes, cobradores, personas y personajes bajo la ley del plomo y la saña, Monsi sentencia: La normalidad de las costumbres de la violencia es el arrinconamiento de la ética, y Élmer Mendoza y Javier Valdez han sido los primeros en marcar cómo el narcotráfico pasó de ser un fenómeno externo a una vivencia interna, así quienes la padecen no tengan nada que ver.

Otro libro de Valdez, Miss Narco (Aguilar, México, 2009), historias reales de mujeres en el narcotráfico mexicano, compuesto con urgencia periodística, abunda en esa cotidianidad, aunque sin la atención detenida y la economía prosística de Malayerba, volumen que captura con naturalidad el habla y la cartografía culichi y, desde ahí, el abismo que acecha en los jales peligrosos, la avidez febril de poder instantáneo y sin remordimientos. La fragilidad de la sobrevivencia. El cinismo de la sobrevivencia.

Valdez exhibe los modelos imperantes de conducta adulta para los niños y niñas, los nuevos códigos sociales más allá del tópico y la interpretación oportunista o interesada. Confronta la burda alegría del exceso prepotente, la crueldad gratuita, la triste realidad del miedo y la derrota. Hoy cientos de familias huyen de las ciudades Juárez, Camargo, Mier, Matamoros y Reynosa, donde la sangre ya no tiene nombre y las cifras se quedan cortas. Una cosa es que México nos duela y otra que no debamos verlo así como es, para cambiarlo.