Opinión
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Jazz

Daniel Manrique (1939-2010)

L

as seis enormes y contrastantes figuras que sirvieron de escenografía durante el primer homenaje a los pioneros del jazz en México –al parecer, habrá una segunda ronda en junio de 2011–, en el Palacio de Bellas Artes, hace cinco años, fueron obra de Alfredo Arcos, Jazzamoart y Daniel Manrique. En 2008 estos tres artistas volvieron a trabajar juntos para la iconografía del Festival Nacional de Jazz en la sala Nezahualcóyotl, el Palacio del Arzobispado y el Foro Coyoacanense. Por ahí andan todavía estos dibujos.

Daniel Manrique, ya en solitario, se encargó también de ilustrar muros y escenario de la Quinta Margarita (Museo de Culturas Populares) durante las cuatro sesiones del coloquio Viaje al fondo del jazz. El maestro se acercaba de muy buen humor a la síncopa y al blues, aunque su pasión confesa por la música afroantillana en general, y la cubanía en particular, ocupó siempre el centro neurálgico de su melomanía.

Inmerso hasta el último instante en sus conceptos estéticos, en sus teorías artísticas, y comprometido hasta la médula en su militancia y sus convicciones alrededor de la cultura popular, Daniel Manrique Arias falleció la madrugada del domingo 22 de agosto. Dos meses después, a lo largo del 28, 29 y 30 de octubre, recibió emotivos homenajes en el corazón de su barrio natal: Tepito. En la Casa de Cultura Ramírez y Ramírez, en los Palomares y en Campamentos Unidos de la Guerrero estuvieron Luis Arévalo, Antonio Paz, Carlos Plascencia, Mario Puga, Alfredo Matus, Brisa Ávila y mucha banda más (no tanta como esperábamos) para hablar, recordar y brindar por el artista, el pensador y el amigo.

Daniel era muchos Danieles. Aunque seguramente la historia lo recordará (lo recuerda) primordialmente como el creador del movimiento Tepito Arte Acá: calles y vecindades del antiguo barrio inundadas de murales (individuales y colectivos), en el que lo majestuoso, lo cotidiano y lo revolucionario se daban la mano y se albureaban sin mayor preámbulo. Manchas de humedad, paredes descarapeladas, portones desvencijados, Manrique echaba mano de todo esto y más y lo integraba al cuerpo de sus obras.

Entre la asfixiante sobreoferta de la plástica contemporánea, Manrique logró construitr (a una velocidad impresionante, con imágenes sin boceto) un estilo propio, inconfundible, contundente, muy cercano al estructuralismo: un discurso plagado de figuras estilizadas, paisajes urbanos –geométricos la mayor de las veces–, atmósferas de la inmediatez que retrataban con maestría, una y otra vez, la tan añorada aldea y el tan mentado universo.

Sus murales y sus cuadros quedaron esparcidos por Francia, España, Bulgaria, Argentina Estados Unidos, Canadá y México, aunque en estas tierras nunca quiso entrarle al circuito de los galeristas, a los que nunca bajó de oportunistas y padrotes. En 2002, el mural El mundo de la naturaleza es responsabilidad de los humanos, quedó cubierto después de la remodelación que sufrieron las instalaciones de la Universidad MacMaster, en Ontario, Canadá. Entonces todos los académicos de la MacMaster se pusieron de acuerdo, hicieron una vaquita (una vacota) y le pidieron a Daniel que regresara a Canadá para volver a hacer el mural. Él, obviamente, hizo otra cosa, pero todo mundo quedó bien y de buenas.

Pero Daniel fue también un intelectual orgánico, un lector voraz, un escritor incansable, un crítico feroz del sistema, un fumador compulsivo, un esposo enamorado, un vecino ingenuo, un amigo entrañable, un ateo confeso y un pesimista irredento. En alguna ocasión me dijo: A ver, ñero, dame una sola razón, pero una razón de a deveras, no pendejadas; una razón por la que valga la pena estar en este pinche mundo. En automático yo le contesté: Tú, maestro. Una sola de tus obras, a mí me da razón de sobra para haber andado por aquí. Por un instante se quedó quieto, viéndome fijamente; luego dijo: “No te digo… ya vas a empezar con tus pendejadas”. Salud.