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Toros
¿La fiesta en Paz?

Hasta siempre, Don Gra

E

l mediodía del martes 27 de enero de 1981, en la plaza de tientas de la ganadería de Coaxamaluca, el matador tlaxcalteca en retiro Jorge El Ranchero Aguilar cayó fulminado por un infarto cuando toreaba una vaquilla por naturales. Tenía 53 años nueve meses de decirle sí a la vida y de haber protagonizado tardes de apoteosis tanto en ruedos de México como de España. Para muchos, fue una muerte privilegiada; para sus seres queridos, un balde de agua helada.

Transcurridos 29 años nueve meses de aquella muerte inesperada, el mediodía del domingo 31 de octubre pasado, Gabriel Aguilar Muñoz, primogénito varón del Ranchero y nieto de don Daniel Muñoz, ganadero de Zacatepec, fallecía en condiciones similares a las de su padre, sólo que ahora jugando un partido de frontenis en Teziutlán, Puebla, ciudad de la que era vecino. Tenía 52 años, de los cuales más de la mitad se dedicó a sembrar la tierra y a esparcir semillas de nutricia amistad.

Ingeniero agrónomo sobresaliente, Gabriel, a diferencia de muchos hijos de toreros, prefirió el sereno triunfo de labrar el campo y criar ganado de carne en su rancho San Isidro, al lado de sus entrañables tíos doña María Luisa y don Wiliulfo. Por su sensatez y aplomo sus familiares le decían Don Gra, como llamaban a don Gabriel Aguilar, su abuelo paterno, encargado toda la vida de la tienda de la ganadería de Piedras Negras.

A su natural sencillez, aunaba una serena convicción de los valores con los que fue congruente a lo largo de su fructífera existencia. De carácter afable y carismática personalidad, no sólo al fascinar con su trato gentil sino para comprometerse con las necesidades de otros en una inalterable disposición de servicio, era querido y respetado por todos, desde los más sencillos hasta los más encumbrados, que lo instaban a que se metiera a la política, como si el evolucionado espíritu de Gabriel pudiese concebir tamaños excesos.

Don Gra fue también aficionado práctico, entendedor profundo del arte de la lidia, defensor de la bravura como esencia de la fiesta y magnífico tentador de a caballo incluso a campo abierto, con la misma eficacia, discreción y conocimientos que en el resto de sus actividades. Era grato observar el tono mesurado y la elegante reacción que tenía cuando algún sabihondo pontificaba sobre temas taurinos. Su partida física deja un hueco imposible de llenar; su legado de amorosa humanidad sostendrá a cuantos lo siguen queriendo.