Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Ofendidos, no apoyados

S

i bien este título podría resumir el sentimiento de millones de seres humanos hacia gobiernos e instituciones, alude al dudoso trabajo realizado por la Sociedad Española e Internacional de Tanatología (SEIT), contratada por Industrial Minera México para dar apoyo tanatológico a deudos de los trabajadores fallecidos en la mina Pasta de Conchos.

En cuatro años ocho meses, ni la empresa, ni el sindicato, ni la Secretaría del Trabajo, ni los gobiernos estatal y federal han querido recuperar los cadáveres de las víctimas, al principio porque no existían condiciones para el rescate, y después porque en México ese tipo de recuperaciones ya no reditúa políticamente.

Refiere una testigo –¿o se dirá testiga, Mr. Fox?–: “Los españoles que Industrial Minera México trajeron como tanatólogos a Pasta de Conchos hicieron tontería y media con los deudos. En un completo desconocimiento del mexicano y su relación con la muerte, que no porque se ría de ella deja de dolerle, confrontaron a los familiares de las víctimas con prejuiciada torpeza y pánico europeo, y lejos de apoyar a la gente la maltrataron y ofendieron en su duelo, convertido con el tiempo en atroz incertidumbre. “De esto nada se supo, los medios no dan seguimiento a las secuelas de las tragedias, trátese de explosiones, tsunamis o derrumbes. Lo que más indigna es que habiendo en nuestro país tanatólogos con experiencia, los de Minera México hayan optado, como en todo, por extranjeros”, concluye.

No tienen cadáver dónde poner a su muerto, observa el doctor e investigador Víctor Manuel Ortiz Aguirre, quien agrega: “Cuando no hay restos qué enterrar del ser querido, éste se vuelve un fantasma en el sentido más ominoso, en vez de ser un proceso luminoso. En el caso de Pasta de Conchos aceptar no es que ya no les duela, sino que se resignan, dan otro signo a su pérdida, como efecto de una voluntad divina tan antojadiza como cruel, sobre todo por la falta de solidaridad institucional, convertida en traición al desentenderse de lo humano y de lo ético. Además de un accidente que pudo evitarse es un mentís a la civilización”.

“Queda asimismo nuestra sólida tradición de impunidad –añade el doctor Ortiz– así que más que quién me la hizo, quién me la paga. Y es consecuencia, también, de esta infantilización premeditada de un sistema opresivo que ya inhibió toda movilización social, hasta convencernos de que callar es sobrevivir.”