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La fuerza legítima de coacción frente a la violencia revolucionaria
E

l fin de la guerra (en Colombia), sólo con diálogo es el título de la entrevista con Mono Jojoy –que publicó La Jornada el sábado 23 del presente mes–, jefe del Bloque Oriental de las FARC, quien habló después de siete años de silencio al reportero Jorge Enrique Botero, en exclusiva para nuestro periódico.

Botero dice textualmente, que Mono Jojoy, aceptó la entrevista, ya visiblemente afectado por la diabetes y el tiempo, y pasa a describir magistralmente la situacion exacta que priva en las montañas de Colombia, desde el solemne acto de graduación de un grupo de guerrilleros, que de esta manera ingresan a las filas de las FARC, hasta la informal recepción que le hace a él mismo, Jorge Briceño, acompañado de varios miembros de su familia, quienes formaban parte de la fuerza armada de la guerrilla, así como de su guardia personal, y numerosas enfermeras. Entre los miembros de su familia que lo acompañaban destacaban su hijo Chepe y su sobrino Julián, enemigo visible del gobierno de Colombia por ser un temible guerrero de las FARC.

En este punto será necesario guardar en la mente lo dicho por el comandante del Bloque Oriental, personaje histórico, ligado desde sus orígenes a la guerrilla sostenida en las montañas de Colombia por las FARC. Lo que ellos aspiran a realizar, desde sus inicios, ha sido derrocar al régimen establecido y apuntalado después por la oligarquía colombiana, la misma que, según el propio comandante guerrillero, es la que decide mantenerla (la guerra), esto es que lo que para los integrantes de las FARC es la guerrilla que se apoya, o simplemente coincide con los teóricos de la violencia revolucionaria, en que para liberar a los pueblos hay que demoler las instituciones vigentes y acabar con la oligarquía que explota a la clase trabajadora, los obreros y los campesinos (no todas las revoluciones incluyen estos importantes elementos de la estructura productiva, que son los campesinos), que se supone deben ser su única fuente de poder, lo cual en nuestros días ya no es lo mismo que cuando la revolución bolchevique tuvo un lugar en la historia, a principios del siglo pasado: hay que considerar otras fuerzas políticas en un análisis mucho más complejo que el que asumieron en la Rusia soviética los inspiradores de su revolución, que se dividió varias veces en su historia, por ejemplo cuando surgió la fracción menchevique, inspirada en la filosofía de los social revolucionarios.

Es un dato curioso que Trotsky forma parte del primer sóviet de la historia, como representante menchevique, debido a las diferencias que tuvo con Lenin en el exilio en Londres, donde se redactaba Iskra, la chispa, el órgano ideológico mas importante, que dio origen a la iniciación de la revolución socialista, que no consideraba a los campesinos como parte de quienes habrían de ser el soporte de ésta, que debía apoyarse en los obreros de los sindicatos. Trotsky integró el grupo disidente que hacía Iskra, constituyéndose automáticamente en la minoría del consejo (menchevique) que se enfrentaron a Lenin, que presidía el consejo, por ser la mayoría, bolchevique, realizándose así una de las ironías de la historia que inspiraron a Isaac Deutscher en su libro, de este nombre precisamente.

Todos estos datos, para subrayar que ha sido uno de los comandantes más importantes de las FARC quien está planteando ahora la necesidad del diálogo con la oligarquía, para llegar al fin de la guerra. Aquí tendría Deutscher, el biógrafo de Trotsky, otro caso para su interesante libro.

En estos días también, con lugares prominentes en los medios y en las agencias noticiosas, se informa en todo el mundo del conflicto tan grave que se desarrolla en París, que originalmente se precipitó en la escena internacional, por una iniciativa del gobierno francés presidido por Nicolas Sarkozy, que en su origen se refería, exclusivamente, a una modificación de la edad para la jubilación, que la retrasaría de 60 a 62 años. El conflicto se ha agravado por la participación de los estudiantes en las manifestaciones, que han llegado a bloquear el abastecimiento suficiente y oportuno de gasolina para las refinerías de todo el país.

La respuesta del gobierno francés ha sido tajante y ya lanzaron a las fuerzas antidisturbios contra los miembros de los sindicatos que bloqueaban la refinería más grande de Francia, la de Grandpuits; apoyados por estudiantes universitaios, fueron desalojados a golpes. Todo esto ocurrió a las nueve de la mañana. El prefecto del departamento de Seine-et-Marne (probablemente equiparable a un gobernador en nuestro sistema político), en información de Antonio Jiménez Barca, en el periódico El País, del sábado 23 de octubre.

Las otras 11 refinerías dispersas en Francia, siguen paralizadas o, en el mejor de los casos, deficientemente abastecidas. El gobierno obliga a trabajar a decenas de obreros especializados, bajo pena de cárcel, y aunque el presidente Sarkozy se ha comprometido a que muy pronto se restablecerá el abastecimiento normal de las doce refinerías de Francia, hay dudas de que lo logre, debido, además, a la creciente participación de los estudiantes universitarios en el conflicto. El diario El País, en su sección internacional, cierra su nota de referencia diciendo que los trabajadores en huelga aplaudieron al movimiento con el puño en alto y cantando La Marsellesa.

Estamos en ese caso ante el uso de la fuerza pública de coacción contra la violencia revolucionaria, representada precisamente por quienes entonaban las notas del himno universal del espíritu de la revolución francesa.