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El Nobel de Literatura 2008 habló con La Jornada en exclusiva sobre su obra y su vida

Le Clézio: cuando escribo me siento muy joven, como adolescente impaciente

En México, la violencia y la crisis económica están conectadas, señaló el autor de Diego y Frida

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Le Clézio en la entrevista que concedió durante su estancia en el país, a propósito del Encuentro Bicentenario El mestizaje mexicano, organizado por la Fundación BBVA-BancomerFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Domingo 24 de octubre de 2010, p. 4

La crisis económica y la violencia que se vive en México están conectadas. Habla el premio Nobel de Literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio en entrevista con La Jornada.

Diez minutos de charla en una suite del hotel de la ciudad de México donde se hospedó, sirven apenas para hacer algunos trazos acerca de su obra, de su literatura, de su vida, y para confirmar o rechazar algunas de las leyendas y dichos que se han tejido alrededor de este hombre que, en 2008, con 68 años, fue reconocido con el máximo galardón literario.

Le Clézio vino al país invitado por la Fundación BBVA Bancomer para participar en el Encuentro Bicentenario El mestizaje mexicano, que se realizó el pasado 12 de octubre en el Museo Nacional de Antropología, donde habló del mestizaje cultural y la interculturalidad. Unas horas después de hablar en el auditorio Jaime Torres Bodet, estamos sentados en una pequeña sala. Es alto, muy alto, viste un traje azul, y su color de ojos es inclasificable: a veces azul, o gris, o verde.

–Hace un año justamente usted llegaba a México en un momento de crisis económica muy fuerte, ahora es en medio de un fenómeno de violencia.

–Pienso que está conectado. Evidentemente la crisis económica mundial produce violencia, no sólo en México. En Francia, por ejemplo, hay partes donde el porcentaje de desempleados llega a 30 por ciento de la población o aún más, 40 por ciento, y en estas partes empezó la violencia inmediatamente.

La violencia es el producto de la injusticia, de la falta de reconocimiento, de empleo, de dinero. Ese es el motivo de la violencia y del crimen también.

Movimientos sociales

–En su discurso de la mañana hablaba de la interculturalidad: la interacción respetuosa entre culturas. En este contexto, ¿cómo podemos ver movimientos como el del Ejército Zapatista de Liberación Nacional?

–Es algo un poco distinto, porque se trata de un movimiento político de una parte de un gran país. Es el deseo de ser reconocido por los demás, porque si uno examina la lista de las exigencias de los zapatistas, son muy sencillas: quieren que les pongan electricidad en los pueblos, que les mejoren las carreteras, que abran hospitales, mejores escuelas; son reclamos sencillos. Es una voluntad de ser reconocido como entidad y también por su cultura.

“Pero, curiosamente, los zapatistas no empezaron en Chiapas, sino en Michoacán. Años antes de que comenzarán en Chiapas hubo un movimiento en el campo de Michoacán: había una empresa de aserraderos, salvajes que iban a la selva y cortaban los árboles, y ese movimiento protestaba contra este abuso, por eso empezaron a hablar de Zapata, etcétera. Así empezó el movimiento.

Así que el origen de todo eso es la necesidad de ser reconocido como entidad social, cultural, con derechos y sus propias costumbres y su manera de vivir.

JMG Le Clézio, que es como aparecen firmados sus libros, conoce bien el país donde ha vivido de manera intermitente durante dos décadas, y divide su vida entre Francia, Estados Unidos e Isla Mauricio, pero aclara uno de los grandes clichés de su biografía: No soy nómada. Mi esposa es nómada; eso significa que cuando se muda se muda con todo y muebles, con muchas cosas. Los nómadas no son livianos, yo me siento liviano, entonces no soy nómada. Soy, probablemente, el acompañante de una nómada.

En México viajó durante tres años por la península de Yucatán, en camión y de pueblo en pueblo, y trabajó en el Colegio de Michoacán al lado de don Luis González. Conoció y estudió el texto de la Relación de Michoacán, del cual publicó un ensayo que ha sido reditado por varias casas, entre ellas el Fondo de Cultura Económica y el Colegio de Michoacán.

Este códice es para el premio Nobel una de las obras fundadoras de la literatura universal. Inspirado en México ha escrito los ensayos Las profecías de Chilam Balam, El sueño americano o el pensamiento interrumpido y Diego y Frida. Admirador de Juan Rulfo y Sor Juana Inés de la Cruz, entró en el mundo literario en 1963, a los 23 años, con El atestado.

Ensayista y traductor nacido en Niza, Francia, en 1940, en su obra de ficción se encuentran novelas y cuentos, dos de ellos infantiles; en este momento tiene abiertos tres proyectos: Estoy acabando una colección de cuentos fantásticos; es la primera vez que trato de escribir este género, así que me siento muy joven; una novela en la que trato de analizar lo que era el colonialismo, que es mi preocupación por ser originario de Isla Mauricio, y el tercero que está empezado es una colección de tres ensayos sobre tres pensadores mexicanos: Juan Rulfo, Sor Juana y Luis González. Especialmente Sor Juana, que es muy moderna. Es una figura muy moderna que debe dar confianza a los mexicanos, porque fue una gran patriota que creyó mucho en México.

Desafíos del autor

En realidad, dice, “no sé cuántos libros tengo publicados. Entre 40 y 50. Creo que escribir es una manera de seguir siendo joven, cada vez que escribo un libro nuevo es como si fuera el primero, porque no sé cómo se va acabar, cómo va a ser recibido, si va a ser leído o no; es un desafío, y sin él sería aburrido. Es el desafío lo que lo hace interesante y conmovedor.

Siempre escribo a mano, con pluma, tinta y papel. Por mucho tiempo escribí en un papel mexicano que se llamaba revolución, porque era el papel utilizado de los carteles de los revolucionarios, pero ahora, aparentemente, se acabó ese papel.

–Ya no hay revolución

-¡Se acabó la revolución! –dice entre risas.

Ahora escribo sobre papel de algodón que compro en Estados Unidos: es un papel de calidad, buen papel, como el revolución.

–Se cuenta que comenzó a escribir a los siete u ocho años.

–Es exacto, porque a los siete años me fui en barco a África para visitar a mi papá; no lo conocía, y como tenía mucho miedo de este viaje, porque no sabía qué iba a pasar ni quién era mi papá, escribí para olvidar el susto y la aprensión del viaje, y de encontrar un hombre que no conocía.

–¿Qué pasó con ese libro?

–Mi mamá conservó esta primera novela, que se llama Un largo viaje, siguieron otros libros, novelas y ensayos y biografías.

–¿Cómo crea ese mundo de ficción?

–Generalmente es una frase que toca a mi puerta y tengo que abrir la puerta o la ventana. Muchos escritores dicen que sufren cuando escriben, pero (yo) para nada. Sufro mucho cuando no escribo. Me siento vacío e inútil, así que escribir para mí es muchísimo goce. Un escritor chino decía que escribía porque la bella vida es muy corta. Y eso es. La bella vida es muy corta.

Cuando escribo me siento muy joven. Me siento no como niño, sino como adolescente, alguien impaciente, que quiere descubrir algo, que quiere abrir puertas y encontrar personas nuevas. La consagración es accidental. Es un epifenómeno, no es el centro.

En un intento por definir su obra, la Academia Sueca dijo en el acta que se le confirió el Premio Nobel de Literatura por ser escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada; investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante.

–Lo cierto es que nunca se le ha podido encerrar en alguna corriente literaria.

–No escogí esa situación, en realidad vengo de afuera. Soy francés por accidente, mi familia viene de una pequeña isla del océano Índico, y nací en Francia porque estaba la guerra. Mi papá estaba en África, mi mamá no podía ir a verlo. Nací en Francia y me quedé ahí, pero me sentí toda mi vida de afuera, por eso no tuve la tentación de entrar en ningún cajón.

En busca del buen lector

–Para muchos críticos su obra es inclasificable también. Yo diría que son novelas iniciáticas: siempre hay un viaje, una exploración.

–Usted es una buena lectora, gracias. Sí hay de esto, porque siempre me ha gustado leer ese tipo de novelas, como las de Stevenson o Juan Rulfo, y las novelas francesas, por ejemplo: Proust también es un viaje y Joyce, especialmente el Ulises, aunque en todas sus novelas no se sabe adónde va, y por fin, lo que encontramos leyendo a Joyce es lo que hallo escribiendo, así que es un encuentro juntos. Gracias por leerme.

–¿Después del Nobel usted considera que se le lee más, que se le entiende más, o sigue siendo un outsider?

–El Nobel es un reconocimiento internacional, pero en realidad la dificultad para un escritor es que es muy raro encontrar un buen lector. Eso es tener buena suerte.

–Entonces si la literatura no sirve para cambiar al mundo, como dijo hace un año en el Centro de Investigación y Docencia Económica, ¿con salvar a uno es suficiente?

–Sí. De verdad existen libros que son iluminadores en la vida de uno, y yo he encontrado libros como esos, como los cuentos de Juan Rulfo, por ejemplo, que son magníficos, son lecciones de vida; pero en su generalidad, la meta del escritor no es de preocuparse del mundo entero, sino de lo que ha visto, de lo que puede transmitir a su nivel, que es muy sencillo. Un escritor es un ser humano como los demás, nada más que se expresa con su pluma, como otros lo hacen en artesanía, música o en la vida, u ocupándose de los niños. Con que cambie la vida de una sola persona ya se gana bastante, porque es amor.