Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de octubre de 2010 Num: 814

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El Hamlet de Nekrosius
JUAN MANUEL GARCÍA

70 con John Lennon,
30 sin la Morsa

ALONSO ARREOLA

No elegía
RICARDO YÁÑEZ

El hombre que veía rodar las ruedas
PABLO ESPINOSA

John Lennon: karma instantáneo
ANTONIO VALLE

Duhamel y la santidad cotidiana
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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La excepcionalidad, la regularidad y el dolor

In memoriam John Lennon

Como bien sabe Todomundo, año bisiesto es aquel que suma 366 días y no 365, y sucede cada cuatro años. Lo que suele ignorarse es que ese día extra fue instaurado hace aproximadamente 2 mil 55 años, en el calendario llamado juliano –que le debemos al astrónomo griego Sosígenes de Alejandría–, y que es llamado así (bisiesto, del latín bis sextilis) porque en aquellas épocas sirvió como una repetición del sexto día antes de las calendas de marzo.

El ajuste, necesario para que las cuentas del tiempo no se descuadren, adecua el año solar al año cronológico, pero para la gente de a pie, es decir para Todomundo y Elrresto, hoy por hoy sólo significa que cada cuatro años febrero tiene un día extra. A saber si en otras latitudes ocurre algo similar, pero en México ese día excepcional y al mismo tiempo reglamentado suele ser visto mayoritariamente bajo dos puntos de vista: uno, digamos administrativo, cuando ese 29 de febrero se añade y alarga otras veinticuatro horas el tiempo que debe durar un presupuesto de gastos, y otro más bien bromista, cuando Uno promete pagar algo/encontrarse con alguien/cumplir cierto compromiso “sin falta el 29 de febrero”; claro está, de preferencia un año que no sea bisiesto.

Empero, y como resulta obvio, hay quienes nacen y quienes mueren precisamente un 29 de febrero. En el primer caso, cada quien decide cuándo celebra su cumpleaños y, claro, puede jugar diciendo que sólo cumple uno cada cuatro. En el segundo caso el asunto ya no se presta fácilmente a chanza: ¿qué hacer si alguien querido, por ejemplo el padre de Uno, murió un 29 de febrero? ¿Lo olvida tres años y lo recuerda hasta el cuarto?

Michael Rowe –también director del filme– y Lucía Carreras, guionistas de Año bisiesto, hacen una muy interesante propuesta en torno a la dificultad implícita en la conjunción de tres de los elementos antes mencionados, es decir la excepcionalidad, la regularidad y el dolor causado por la pérdida de un ser querido.

Una mujer joven llamada Laura –interpretada excepcionalmente por Mónica del Carmen– es el artífice narrativo mediante el cual Año bisiesto expone las maneras, todas ellas complejas, duras de sobrellevar, inclusive sórdidas, en que dicha conjunción de situaciones vitales puede manifestarse. No que dichas maneras sean necesaria y colectivamente sórdidas, complejas y duramente sobrellevables, sino que el contexto social, emocional, cultural y económico, así como la historia de vida previa de Laura, provocan que la manera de enfrentarse a su propio devenir cotidiano, tienda a la búsqueda y recolección de las miasmas yacientes en los sótanos tristes de su propio espíritu, para de ahí extraer y llevárselo al exterior, a la parte física de su ser, la posibilidad de un flagelo que ella supone o está segura podrá sacarla de un marasmo psicológico del que, hábil y hasta elegantemente, los guionistas irán dando indicios a lo largo de la mínima trama, para rematar en la última secuencia con el dato que todo lo redondea, que le da sentido cabal a lo que se ha visto hasta ese momento, y de lo que naturalmente nada será dicho en estas líneas.

Postfinisecular, si se acepta el término, al mismo tiempo que es la historia dura, cruda y pura del dolor que busca ser sublimado aun a costa del placer –o quizá exactamente al revés–, Año bisiesto es el retrato fidedigno de una muy contemporánea excepción convertida en regla, consistente en la soledad vivida como “libertad”, “independencia” o “autonomía” cuando, en el fondo, y por más que quien la experimenta sea incapaz de ser sincero al menos con su propio yo, no se trata sino de simple y llana soledad en medio de una multitud de soledades, incomunicada, incapaz de verdadera comunicación –se insiste, ni siquiera con su propio yo–, pero necesitada, y mucho, y en términos de estricta supervivencia, de cortar lo más pronto posible, y de raíz, el flujo de sus soliloquios ególatras que se vuelven conductas egoístas que se vuelven pensamientos egocentristas que se vuelven contra ese propio yo acosado por sí mismo.

Una solución, pareciera insinuar este Año bisiesto, es mirar al Otro, pensar en el Otro, pero trascendiendo la postura elemental de considerarlo un simple espejo en el cual mirarse –con el cual golpearse, verbal y físicamente; en el cual derramar deyecciones y maltratos–, para en cambio acercarse a él, sencillamente, con el corazón en la mano y no con el puntapié en la punta de la lengua.