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La discusión arranca con hora y media de retraso porque telenovela mantiene en vilo al país

Candidatos evaden confrontación en el último debate en Brasil

Finalizan las campañas presidenciales

La oficialista Dilma Rousseff conserva amplia ventaja

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José Serra, del Partido de la Social Democracia BrasileñaFoto Ap
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Marina Silva, del Partido VerdeFoto Reuters
Enviado
Periódico La Jornada
Viernes 1º de octubre de 2010, p. 29

Sao Bernardo do Campo, 30 de septiembre. ¿Morirá Diana? ¿La víctima será Saulo? ¿El cuerpo del drogadicto encontrado muerto será el de Danilo? Silvio de Abreu, el autor de la telenovela Passione, que causa furor en Brasil, ha escrito cinco muertes distintas para confundir al espectador. Cualquiera de sus personajes morirá entre hoy y el 11 de octubre. De paso, ha conseguido que el debate entre los candidatos a la presidencia, programado para las nueve de la noche, no arranque sino más de hora y media después.

Aquí los debates entre presidenciables no comienzan hasta que terminan la telenovela o el partido de futbol, dice Celso Orta, editor del periódico ABCD Maior, que se edita en esta ciudad que viera el inicio de la carrera sindical y política de Luiz Inacio Lula da Silva.

Tv Globo transmite por Internet los preparativos del debate, muestra a los candidatos cuando entran al estudio, cuando toman asiento y… esperan pacientemente el fin del capítulo de la telenovela, una historia que se alarga o se acorta según el interés de la audiencia y los bolsillos de los anunciantes.

Ahora sí

Una hora y 35 minutos después de la hora fijada, el anunciador informa: “Ahora sí, la novela Pasionne está terminando, el debate comienza en pocos instantes”.

Y comienza un debate desapasionado. Se trata del encuentro más esperado en la coyuntura política brasilena. Pero los candidatos invierten largo tiempo en temas menores y en evadir confrontaciones directas. Sobre todo, la oficialista Dilma Rousseff y el opositor José Serra, que no se tocan ni por equivocación.

Hay algunos momentos que se salen del tono general.

Por ejemplo, cuando Dilma Rousseff dice que todas las donaciones a su campana fueron registradas y provoca risas de un sector del público. Lamento las risas de quienes no tienen la misma práctica.

Los petistas ya habían adelantado que Rousseff evitaría la confrontación directa con Serra e insistiría en su estrategia de destacar los logros del gobierno. Así lo ha hecho desde los primeros encuentros, con el añadido de que presenta también propuestas de gobierno concretas, y contesta rápido y firmemente cuando la atacan.

Los marketeros de Serra adelantaban a los medios brasileños que su candidato tendría un comportamiento light, en busca de que Rousseff y su ex compañera de partido Marina Silva (ahora del Partido Verde) se hicieran polvo entre ellas.

La apuesta de Serra tiene que ver con el debate del domingo anterior, cuando el escándalo de tráfico de influencias de la sucesora de Rousseff en la jefatura del gabinete presidencial, Erenice Guerra, fue y vino 12 veces, aunque él no tuvo que mencionarlo.

También decían, antes del debate, que Serra apelaría a los electores de menores ingresos, los estratos donde el voto petista es mayor. Así que vuelve a ofrecer un incremento de 10 por ciento a los jubilados y un salario mínimo de 600 reales.

En los primeros bloques del debate dominan temas como transporte, medio ambiente y salud, relegados asuntos como la corrupción o la reforma política.

Cada candidato puede elegir a otro para hacerle preguntas. Rousseff y Serra nunca se escogen uno al otro.

La otra oficina de Lula

No es el candidato, pero Lula cierra campaña en este municipio conurbado de Sao Paulo, adonde el hoy presidente llegó muy joven desde la pobreza del nordeste brasileño.

El mitin es más bien discreto, aunque los petistas habían ofrecido un acto apoteósico. Se realiza en la avenida Robert F. Kennedy, en el barrio donde Lula tuvo su casa, a unas calles de la sede del sindicato metalúrgico donde inició su carrera política.

Desde la oficina del actual presidente del sindicato, Sergio Novre, se puede ver la planta de la automotriz Volkswagen, enorme todavía, aunque de los 45 mil obreros que llegó a tener sólo quedan 8 mil.

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Dilma Rousseff, abanderada del Partido de los TrabajadoresFoto Reuters
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Plinio de Arruda Sampaio, del Partido Socialismo y LibertadFoto Reuters

El padre y el hijo de Nevre, igual que él, han trabajado en la Mercedes Benz.

Nevre cuenta que fue el hermano mayor de Lula –a quien todos conocen como Frei Chico– quien animó al ahora presidente a incorporarse al sindicato metalúrgico. Frei Chico era del Partido Comunista y participaba en un grupo opositor dentro de un sindicato que estaba con la patronal.

En las paredes de la oficina está la foto oficial de Lula, y otras que cuentan la historia del sindicato y su dirigente más famoso. En una se ve a Lula a principios de los ochenta, parado sobre un vehículo, flaco y sin canas. Hablaba sin micrófono, y la gente iba repitiendo lo que decía para que todos oyeran, dice Wagner Santana, secretario general del sindicato.

Sus dirigentes haya llegado a la presidencia del país. Y ese presidente se encarga de recordar a cada rato que él es un sencillo metalúrgico que sólo tuvo cuatro años de instrucción.

Un liderazgo así ya no es posible. Para empezar, dice Nevre, hoy los trabajadores deben tener el bachillerato terminado para ingresar a una automotriz.

Nevre y Santana forman parte de una nueva generación de dirigentes sindicales que se mueven sin problemas en los terrenos de la globalización, la productividad y las negociaciones con Toyota, Ford, VW y Mercedes, las cuatro más grandes asentadas en la zona. Dirigen un sindicato de 100 mil miembros.

Al salir del edificio donde despachara el dirigente sindical Lula, cruzando la calle, hay un anexo donde está la escuela de formación sindical. Más allá, otro edificio que aloja una televisora, una estación de radio y un periódico que se edita dos veces a la semana.

Antes, los sindicalistas sólo debían estar preparados para enfrentar a la policía, resume Nevre.

El dilema de Brasil

Los dirigentes sindicales aparecen rato después en el templete donde Lula cierra campana, sin ser candidato.

Apoya así a los candidatos de Sao Paulo, donde su partido no ha logrado quebrar el dominio del Partido de la Social Democracia Brasilena (PSDB).

Lula bromea con la gente, en su tierra adoptiva, tierra de neblina permanente.

Luego vuelve al extenso recuento de los logros de su gobierno: 15 millones de empleos, mejores salarios, las filas de la clase media engordadas por 35.7 millones de personas y un largo etcétera.

Aunque los petistas han ofrecido un acto apoteósico, el encuentro entre Lula y la ciudad que acogió a su familia cuando huía de la pobreza del nordeste del país es más bien como una reunión con los de casa.

Unas 4 mil personas ovacionan al presidente, mientras él celebra que el tribunal electoral haya aceptado una demanda del PT para que los brasileños puedan ejercer el voto sin necesidad de presentar dos documentos, el título electoral y una credencial con foto, como establece una nueva ley. Según los petistas, la decisión favorece sobre todo a sus electores de menores ingresos, que a veces ni siquiera tienen donde guardar un documento que usan cada dos años.

Netinho, el primer negro presentador de televisión, canta su propio jingle de campaña en busca de un sitio en el senado.

Netinho denuncia acoso policiaco a domicilio, ordenado por autoridades electorales, por un presunto fraude en su declaración de bienes. Lula escucha, cosa rara, con mucha atención. Les molesta que un negro vaya al senado. Más tarde respalda con largueza. “Hoy tú eres víctima. Yo lo fui hace mucho tiempo… ¡Levanta la cabeza sin arrogancia!”

En dos días Brasil va a elecciones generales. Dilma Rousseff se llevará la victoria en la primera vuelta, a menos que suceda un desastre para Lula y su partido. Los demóscopos lo dan como un hecho. Pero nadie puede resolver el otro enigma que mantiene en vilo al país: ¿Morirá Danilo? ¿Será Diana quien estire la pata?