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Los festejos, a reflexión

Tercera mesa del coloquio El bicentenario y los centenarios, organizado por la UNAM

Analizan el desfase y los contrastes de las historias cultural y política de México

El año clave fue 1915, cuando se crearon obras fundacionales de la literatura nacional: Stanton

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Gabriel Vargas, Anthony Stanton, Vicente Quirarte y Gonzalo Celorio durante el desarrollo de la mesa Revoluciones, arte y literatura, en la Facultad de Filosofía y LetrasFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Jueves 9 de septiembre de 2010, p. 4

La historia de lo que podemos llamar la cultura nacional no necesariamente se corresponde con la historia política del país. Ambas transcurren desfasadas en el tiempo e, incluso, llegan a estar en oposición tácita o abierta.

En esta premisa se resumen las ideas vertidas durante la tercera mesa del coloquio El bicentenario y los centenarios, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que participaron Alicia Azuela, Gabriel Vargas, Anthony Stanton y Gonzalo Celorio, moderados por Vicente Quirarte.

Paradojas

Revoluciones, arte y literatura es el nombre de la mesa donde Gonzalo Celorio hizo notar lo que llamó paradojas de la literatura nacional, pues el inicio de la guerra de Independencia fue precedido por obras y autores reconocidos como fundamentales en la historia de la literatura mexicana, Juan Ruiz de Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz, aun cuando surgieron cuando el país formalmente todavía no existía.

De la mano de Alfonso Reyes, Celorio dijo que, a pesar de ser escritores que anhelaban el reconocimiento de sus iguales españoles y se subordinaban a los modelos literarios dictados en la península, poseían rasgos que diferencian sus obras de las de sus colegas peninsulares, la diferencia tiene que ver con el tono discreto y comedido, la contención de los sentimientos.

“Después de la Independencia –prosiguió el escritor– el país sigue un largo y complejo proceso de emancipación literaria que acaso llega a su culminación apenas ahora, cuando en el mundo globalizado que vivimos, el carácter nacional de una literatura ha relegado su significación primigenia a un segundo plano y en alguna medida ha perdido su razón de ser.”

En el siglo XIX los liberales, con Ignacio Manuel Altamirano a la cabeza, promueven un programa de despañolización, merced al cual se repudia la herencia española, lo que redunda en la negación de una parte sustancial de nuestra identidad nacional, paradójicamente es la dominante a fuer de vencedora.

El filósofo Gabriel Vargas dedicó su intervención a refutar el silogismo de Antonio Caso y José Vasconcelos, fundadores del Ateneo de la Juventud, según el cual el positivismo era la filosofía oficial del porfiriato y nosotros estuvimos en contra del positivismo. Por tanto, somos precursores de la Revolución Mexicana.

Vargas recordó que el positivismo lo trajo a México Gabino Barreda durante el gobierno de Benito Juárez, como la alternativa más avanzada de su tiempo para combatir la educación religiosa y la superstición; su idea era preparar la nueva etapa de la modernidad de México.

En ese sentido es más preciso considerarla como la filosofía del juarismo, y El Ateneo no se preocupó por la Revolución, estuvo a espaldas de ella, más allá de sus reuniones artísticas no existía el mundo, cosa que suele existir mucho en México, que los intelectuales se reúnen, debaten reflexiones filosóficas muy avanzadas, y el entorno derrumbándose.

Inclusó señaló que Caso perteneció al club releccionista de Porfirio Díaz y aunque Vasconcelos fue maderista, ninguno en ese momento pensó quién podía sustituir a Díaz, ni Henríquez Ureña ni Alfonso Reyes, quien lo dice claramente: la Revolución Mexicana brotó más de un impulso que de una idea, no fue planeada por los intelectuales como sí lo fue la francesa o la rusa.

Membrete inservible

Anthony Stanton en su turno sostuvo que el año de 1910 en rigor no significó nada para la cultura mexicana. Si hablamos de literatura hay abundancia de poemas, ensayos, novelas, obras de teatro, que se produjeron entre 1910 y 1914 que no se diferencian de las producidas antes.

Para Stanton, el año clave fue 1915, cuando se crean obras fundacionales o canónicas de la literatura mexicana, señaladamente Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes; Los de abajo, de Mariano Azuela, y La querella de México, de Martín Luis Guzmán.

En este punto, exhortó, hay que hacer una distinción básica entre la literatura en que lo revolucionario es el tema, aunque sea muchas veces anecdótica, que es lo que solemos llamar la novela de la Revolución, un membrete que ya es inservible, que habría que someter a una crítica muy rigurosa porque no sirve de mucho hoy día.

Stanton señaló la paradoja de que la literatura formalmente más revolucionaria haya sido escrita por autores que no se asumían ni eran considerados revolucionarios, como es el caso del propio Alfonso Reyes o los integrantes del grupo los Contemporáneos, creadores de obras realmente revolucionarias, pero que en su momento fueron condenadas por extranjerizantes, antinacionalistas, irresponsables, cuando no herméticas.

El coloquio en la UNAM conmemora el inicio de las gestas históricas de 1810 y de 1910, pero también los cien años de fundación de la universidad en su carácter de nacional, así como el centenario de la Escuela de Altos Estudios, antecesora de los estudios de posgrado.