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Los festejos, a reflexión

Las debilidades humanas no deben restar mérito a su legado, subrayó Vicente Quirarte

Los héroes surgen ante viejas estructuras para destruirlas

Deben tener autoridad ética, religiosa y estética: Morelos poseía las tres; “con el punto 12 de Los sentimientos... fijó la esencia de la Independencia”, enfatiza el director de la Biblioteca Nacional

 
Periódico La Jornada
Lunes 6 de septiembre de 2010, p. 6

Los héroes son más que autores de frases célebres memorizadas en la escuela y desgastadas en los discursos de los políticos; son mucho más que el nombre de una calle y la inapelable estatua de bronce con la mirada perdida en la Historia; no son santos, ni fueron perfectos; acertaron y se equivocaron.

No obstante –enfatiza el poeta y ensayista Vicente Quirarte–, son necesarios y reconocidos en una sociedad porque surgen ante las estructuras caducas para destruirlas, para cambiar el viejo orden y restablecer otro; son hombres y mujeres que renuncian a las comodidades convencionales, a ser como todos, y aceptan el sacrificio personal en favor del bien común.

Quirarte distingue tres tipos de autoridad en los héroes: ética, estética y religiosa, dependiendo de quién hablemos: en el caso de Miguel Hidalgo y José María Morelos se cumplen las tres características, con una diferencia: Hidalgo no tuvo tiempo de construir sobre el orden que había destruido; en cambio Morelos, con la promulgación de la Constitución de Apatzingán y la redacción de Los sentimientos de la Nación, propuso bases para un nuevo orden.

La representación que el pintor José Clemente Orozco hizo de Hidalgo en los murales del Palacio de Gobierno en Guadalajara son precisos porque muestran un héroe en llamas: es el que incendia la nación, el que quiere a la consumación el mensaje del evangelio, romper con las cadenas de la esclavitud y acabar con los tributos que se cargaban sobre los más humildes; también es el que encabeza la toma sangrienta de la Alhóndiga de Granaditas, por la cual mucha gente que tenía fe en una independencia pacífica se alejó de la causa. No tuvo tiempo de construir.

Para Quirarte, el héroe mexicano por antonomasia es José María Morelos y Pavón. Contribuyó a la destrucción del viejo orden y a las bases del nuevo. Tan sólo el punto 12 de Los sentimientos de la Nación lo hace merecedor de reconocimiento. A la letra dice: Que como la buena Ley es Superior á todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen á constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el Jornal del pobre, que mejoren sus costumbres, alexe la ignorancia, la rapiña y el hurto.

Por desgracia, dice el poeta, director de la Biblioteca Nacional, la utopía que propuso Morelos todavía no se consuma, no se ha moderado la opulencia ni la indigencia; hay muchos avances: la seguridad social, el derecho a la educación, la libertad de expresión, que ahora está en riesgo a causa del crimen organizado, pero falta mucho.

Sin embargo, Quirarte advierte que Morelos –como todo personaje de la historia– “tuvo sus momentos de flaqueza, y al final de su vida abjuró de su causa, se arrepintió, porque era un hombre torturado en la doble acepción de la palabra: lo habían vejado y sentía que había quedado mal con la causa. Esto lo analiza muy bien Vicente Leñero en su obra teatral El martirio de Morelos.

Éste es otro punto importante para mí: las debilidades humanas de los héroes no restan mérito a su legado; con ese punto 12 que mencionaba, Morelos estableció el punto esencial del cambio del movimiento de Independencia.

El interés de Vicente Quirarte por los próceres de la historia –lo recuerda bien– se remonta a 1965, año en que su padre, David Quirarte, publicó la primera edición de su libro Visión panorámica de la historia de México: En las vacaciones, para tener permiso de jugar y hacer lo que cualquier niño decente hace, tenía que leer y resumir un capítulo del libro; ésa fue mi entrada al universo extraordinario de la historia y de lo héroes. Desde entonces he sido lector constante de obras históricas, sobre todo de la mentalidad de los héroes, sus transformaciones.

Como escritor y académico, se ha concentrado en estudiar la incorporación de los héroes a la cultura de México, mediante distintos lenguajes artísticos.

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Quirarte también estudia la incorporación de los héroes a la cultura de México mediante el arteFoto José Antonio López

–¿Qué se pone en juego con acciones como las recientes exhumación, traslado y exhibición de las osamentas de los héroes de la Independencia?

–Son ritos de paso, necesarios, propios de un país republicano, pero además debemos entender que somos una cultura adoradora de sus muertos, adoradora de sus restos; está muy arraigada en nosotros la idea de la muerte y de la comunicación con nuestros ancestros. Ese traslado concreto y simbólico a mí me complace, porque finalmente es un recordatorio de lo que son los héroes, pero no son sólo esos restos mortales; cometeríamos un error si nada más adoráramos esos restos, sería una idolatría estéril. Los restos de los héroes también están en las calles, a las que también llamamos arterias, y llevan sus nombres, y sus huesos deben ser también nuestros huesos, el esqueleto metafórico que nos sostiene, los que Carlos Monsiváis llamó la herencia oculta de los pensadores y hombres de acción del siglo XIX, que vive en nosotros y nos mueve.

Los héroes dan nombre a nuestros espacios públicos, a las calles, a las plazas, a las escuelas, porque son precisamente los que establecen una serie de actitudes ejemplares (quitándole a esta palabra el tufillo sospechoso moralino), que van desde actos tan sencillos como el de Santos Degollado, general en jefe del ejército liberal, que zurcía él mismo sus pantalones.

–¿Qué hay de los usos y abusos que se hace de lo héroes?

–Ahí está el problema. En la manipulación ignorante, ambos sentidos de la palabra: ignorarlos por comodidad o ignorarlos por falta de conocimiento, es lo que provoca un culto superficial.

“Lo que tenemos que hacer es justamente regresar al laicismo que exalta precisamente los valores civiles y dejar claro que la guerra de Independencia no fue contra la religión, sino contra el poder terrenal temporal de la Iglesia, no contra el poder espiritual. En pleno siglo XXI seguimos confundiendo el laicismo con antirreligiosidad; el laicismo es llanamente educación civil y falta de injerencia de la Iglesia en el poder temporal.

–Existe una corriente historiográfica reivindicadora de personajes como Antonio de López de Santa Anna y Porfirio Díaz. ¿Puede considerárseles héroes?

–El gran héroe de la poesía mexicana del siglo XIX, la figura por excelencia del romanticismo mexicano, es Santa Anna, El soldado de la libertad, como lo llamó Fernando Calderón en el título de un poema. Santa Anna era la encarnación típica del héroe romántico, el que en Tampico enfrenta a una expedición de reconquista, el que pierde una pierna en combate contra los franceses. Dos estrofas del Himno Nacional están dedicadas a él, pero después incurre en el pecado de soberbia, se corrompe y viene todo ese proceso de degradación y caída. El 16 de septiembre de 1854 se toca por primera vez el Himno Nacional en el teatro que entonces se llamaba Santa Anna, y al año siguiente las tropas del general Juan Álvarez entran a la capital de la República y expulsan a Santa Anna definitivamente de la Presidencia.

Porfirio Díaz era llamado el héroe de la paz; en 30 años de gobierno había logrado dar estabilidad al país, claro, a un costo muy alto, porque para muchos esa paz era la paz de los sepulcros, además de que su larga permanencia en el poder pervirtió los actos extraordinarios de su gobierno.

Al respecto, Quirarte refiere una anécdota ilustrativa: frente a las vías de un tren conversan Porfirio Díaz y el poeta Jesús E. Valenzuela. Orgulloso de la red ferroviaria construida durante su gobierno, Díaz le dice a Valenzuela: Hemos convertido los cañones en rieles. Valenzuela le responde: No se olvide de que esos rieles pueden convertirse otra vez en cañones.

Tal como fue: Los trenes que Porfirio Díaz había construido para unir al país se convirtieron también en las máquinas de guerra de Revolución mexicana.