Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuestiones de clase y poder
D

esde hace muchos años, tantos que son incontables, el periodismo escrito, radial o televisivo ha sido capturado por una compacta clase del amplio conglomerado social: el empresariado. Todo el siglo XX ha visto, en el continente americano al menos, cómo los medios han quedado bajo la férrea custodia y la orientación ideológica de un grupo acomodaticio que, casi por regla general, se ha emparejado con el poder establecido. Los medios, bajo tal férula, han servido, con muy pocas y notables excepciones, al mundo de los negocios compartidos y al sostén del régimen dominante. Han llegado al horror de provocar una guerra (R. Hearst-Cuba) con el propósito de aumentar las ventas de sus diarios. Lo cierto es que en los diversos países latinoamericanos han formado un reducido club de hombres y mujeres de empresa que gira en torno y difunde y justifica el modelo de apropiación de lo púbico en unas cuantas manos privadas.

En este entramado mediático lo que rige es el individualismo y la primacía de lo económico. Son éstos los que seleccionan, ordenan y dirigen los demás valores que los tratan como subsidiarios. El mercado, las finanzas como instrumental privilegiado que todo lo subyuga, la acumulación de riquezas como sinónimo del éxito, la admiración y el ejemplo a seguir. En una instancia más pedestre, los medios son el parapeto, la palanca que defiende los intereses particulares de los dueños o de un grupo bien determinado de colegas. También repercuten, y esto es importante para aquellos bajo el influjo metropolitano, las consignas para la defensa de los intereses y los afanes del poder central, estadunidense.

México es un ejemplo señero de la concentración y manipulación de los medios, tanto escritos como radiotelevisivos. Los periódicos Excélsior y El Universal, por ejemplo, nacieron como instrumentos de defensa contra el contenido del artículo 27. Los fundaron personeros de las empresas petroleras angloestadunidenses para protegerse o reversar la inminente expropiación cardenista. Hoy en día, y después de varios sobresaltos y peripecias, han continuado como consorcios privados que, ciertamente, han empujado medidas dosis de pluralismo y cierta apertura crítica. La televisión fue, desde sus meros inicios, un negocio que conjuntaba políticos con negociantes (Alemán-Azcárraga y anexos prestanombres) Y, desde esos tiempos, Televisa se ató al presidencialismo autoritario. Años después, la arreglada privatización de la cadena de televisión pública (Canal 13) dio pie a la conformación de un cerrado y hasta atrabiliario duopolio que acapara más de 90 por ciento de la audiencia y la casi totalidad de la inversión publicitaria.

La radio siguió, con velocidad constante y consistente, su ruta hacia la integración de conglomerados que controlan vastas cadenas que trasmiten, sin tapujos, la visión política, el credo empresarial, las creencias religiosas y los caprichos de los accionistas mayoritarios. Hay, sin embargo, que reconocer la existencia de radios locales y diarios que han sido claves en el proceso de instaurar valoraciones democráticas en el país. Regeneración, periódico de los hermanos Flores Magón, fue uno de los adelantados y cuya mística y lucha hoy recoge otro ensayo del mismo nombre. En el presente se han multiplicado, pero siempre en condiciones precarias al no ser adoptados por los anunciantes, un compacto grupo de diarios y semanarios (La Jornada, Proceso, Z) que, con sus posturas independientes, han logrado reconocimiento del auditorio. A pesar de su penetración y agendas hermanadas con los requerimientos populares, no logran contrarrestar el enorme peso de los diarios y la radiotelevisión aliados con el oficialismo y el modelo neoliberal.

El caso mexicano no es excepcional. Sus condiciones concentradoras se repiten en toda Latinoamérica. Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Colombia, El Salvador, Panamá, Paraguay, Ecuador o Perú adolecen de la misma enfermedad. Todos ellos han sufrido las consecuencias del dúo negociantes-poder político. Han padecido, como pocas naciones, los dictados de oligarquías rapaces, del militarismo dictatorial, de las tiranías asesinas de Centro y Sudamérica. En todas esas malhadadas circunstancias, los medios, con sus propietarios a la cabeza, se han plegado y hasta alegremente colaborado en tal imposición. Pocos de los diarios o radios y redes televisivas han propagado valores democráticos o formas de producción y vida disonantes con las consejas, el modelo y las ambiciones del imperio. Los ejemplos citables son marginales. La visión empresarial es la constante hasta que, en ciertos momentos, se vuelve intolerable. Las rebeliones y disonancias no podían esperar más. Las sociedades han elevado sus voces para introducir balances, alternativas de vida y posturas discordantes con lo establecido y que apuntan hacia la solidaridad y la independencia, personal y colectiva. Es por eso que en Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador o Venezuela se vienen ensayando modos de propiedad y de contenidos difusivos distintos a los dominantes. No más banqueros propietarios de medios, claman en Bolivia y Ecuador. No más monopolios de las voces colectivas, dicen en México o Brasil. La exigencia de aperturas a la pluralidad y la crítica se asientan como demanda y exigencia inmediata.

Por estos días de confusiones mentales, liderazgos endebles y atonías financieras, también se observa un rejuvenecimiento democrático y popular. Pero, al mismo tiempo, se ensaya una campaña desde las mismas sedes del poder central para detenerlo. La cadena CNN es la abanderada, pero la siguen innumerables repetidoras. Esta cadena está decidida a contrariar cualquier intento de independencia difusiva de ciertas naciones sudamericanas. Venezuela, en primer término, es el mal en sí mismo, según su credo. No sólo pone el dedo flamígero en la marcha económica, sino que denuncia, con valentía inaudita por lo sesgada, los atentados contra la libertad de prensa que, según ella, ahí tienen lugar. Ninguno de sus voceros repara en la previa concentración de los medios con sus sabidas como malsanas consecuencias, sus orígenes oligárquicos que desembocaron en la golpista postura de la radiotelevisión local. Se olvidan, con fingido disimulo de esos confabulados de clase que, cotidianamente, conspiran en Bolivia y en Ecuador. Ahí, los medios están totalmente controlados por banqueros. Todos ellos ensayando su fiero golpeteo contra gobiernos electos y relectos por abrumadora y creciente mayoría. Gobiernos que han incursionado por senderos donde los excluidos son los destinatarios de sus acciones reivindicatorias. Para el sentimiento de clase que domina el actual entramado continental, la reciente legislación argentina que rompe modos de posesión monopólicos (grupo Clarín) es un asunto intolerable. La unión, ahora conjunta entre comunicadores oficiosos y propietarios, se impone y coincide con los deseos restauradores de la hegemonía americana. La continuidad del modelo vigente es el terreno de la disputa en todos lados y conciencias. Ya se irá clarificando el resultado.