Opinión
Ver día anteriorSábado 31 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Buchbinder, Beethoven, Chopin
E

stocolmo, Suecia. Además de la calidad musical impecable de los conciertos y recitales ofrecidos por la Orquesta Filarmónica de Viena (OFV) y el pianista Rudolf Buchbinder durante su reciente gira por diversos puertos del mar Báltico, el público tuvo oportunidad de conocer (o rencontrar) tres salas de concierto radicalmente distintas entre sí, pero todas ellas de primer nivel.

La Konserthuset (Casa de conciertos) de la capital sueca se sitúa cronológica y estilísticamente a medio camino entre los otros dos auditorios de la gira, el Teatro Mariinsky (1783), de San Petersburgo y la Casa Finlandia (1972), de Helsinki.

Construida en 1926, la Konserthuset de Estocolmo es una sala especialmente cálida y hospitalaria que se mimetiza a la perfección con las mejores cualidades urbanísticas de esta ciudad. El visitante que entra a la sala por primera vez no puede menos que preguntarse retóricamente si ese amplio espacio de forma casi cúbica puede tener buena acústica. La respuesta es inmediata y contundente: en cuanto el pianista Rudolf Buchbinder pone las manos sobre el teclado, el sonido del piano llena el espacio con una claridad y proyección inmejorables.

Para comenzar, la Sonata No. 8 Op. 13 de Beethoven, conocida como Patética. El temprano número de catálogo resulta engañoso por momentos, porque si bien hay en esta sonata algunos detalles de estilo y expresión que ciertamente provienen de Mozart, hay también episodios que ya anuncian al Beethoven tormentoso y potente de las sonatas más tardías. Buchbinder optó por una atinada mezcla de transparencia en las texturas y energía en las dinámicas, con la que logró una versión muy fluida y compacta de la Sonata Patética. Dos aciertos a destacar: su manejo estructural de los dos reprises de la introducción lenta del primer movimiento, y las sutiles y bien controladas fluctuaciones del tempo en el segundo.

Después, Buchbinder se unió a la merecida conmemoración del bicentenario natal de Chopin, abordando su Tercera sonata, Op. 58. Pianista inteligente e intuitivo, trabajó esta sonata con la intención evidente de poner en su lugar con toda claridad los elementos melódicos y rítmicos de la obra, para dejar que la armonía, la siempre asombrosa armonía de Chopin, terminara por hablar por sí sola.

Pianista incapaz de caer en las trampas de la cursilería al interpretar a Chopin, Buchbinder tocó el movimiento conclusivo de la Tercera sonata con una controlada dosis de potencia y convicción, sin perder nunca la transparencia del discurso chopiniano.

Para concluir, el pianista retornó a Bee-thoven mediante una de sus sonatas más maduras, la Appassionata, No. 23 Op. 57. Aquí, aún más que en la Patética, Buchbinder desarrolló con apreciable nitidez los elementos formales de la pieza, construyendo con sabiduría y paciencia un crescendo no necesariamente dinámico, sino expresivo, hasta llegar al último movimiento de la obra, que convirtió en una auténtica tour de force sin permitir que la energía interna de la pieza decayera un solo instante. Fuera de programa, y como un perceptible guiño para la platea, Buchbinder tocó después la espectacular y energética Paráfrasis sobre Rigoletto, de Liszt, pieza construida fundamentalmente con los materiales del aria Bella figlia dell’amore.

Pianista completo, sobrio y expresivo a la vez, Buchbinder dejó testimonio de un altísimo nivel interpretativo, tanto en este recital como en sus ejecuciones de los conciertos de Beethoven realizadas en San Petersburgo y Helsinki.

El resto de este rico periplo musical por el Báltico con la Filarmónica de Viena y Rudolf Buchbinder incluyó también un concierto de corte ligero con música austriaca a cargo de un ensamble de cámara de la propia OFV y la soprano Ildikó Raimondi, realizado en la Plaza de la Torre de Tallinn, la capital de Estonia, ciudad de mágica y nostálgica belleza. En otros momentos, los filarmónicos vieneses formaron diversos grupos camerísticos para ofrecer cuatro atractivos conciertos en el teatro a bordo del Mein Schiff, el barco que se encargó de transportar tantos buenos músicos y tanta buena música por la fascinante y hospitalaria cuenca del mar Báltico.