Opinión
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Destrabar trabas trabalingüísticas
E

n atención a los hechos, este paréntesis es imprescindible: las siguientes líneas son la versión sintetizada de una ponencia dirigida a 500 jóvenes, misma que leí en la Secretaría de Educación Pública durante el lanzamiento de su colección 18 para los 18, de 30 mil ejemplares de 18 novelas breves de 18 autores mexicanos del siglo XX, para lectores de alrededor de 18 años de edad.

A pesar de que nací rodeada de libros, a mí me costó mucho trabajo aprender a leer, en voz alta o en silencio, quizá porque imaginaba que si abría la tapa de un libro y lo leía, la tapa se me iba a cerrar encima y yo iba a quedar atrapada adentro.

No sé qué habría sido de mí, si en la primaria no le hubiera parecido presa perfecta para sus experimentos a mi compañera de banca Marisol, quien, látigo (imaginario) en mano, mediante mañas, me orilló a leer con atención. Su método consistía en que me prestaba un libro y a la mañana siguiente me preguntaba si ya había leído tal episodio. Yo le contestaba que no, porque apenas me había dado tiempo de empezar a leerlo. Entonces ella (imaginariamente) me pelaba los dientes y me llamaba mentirosa, pues, me informaba, el episodio por el cual me cuestionaba aparecía en la primera página del libro, precisamente en el primer párrafo, pues era el pasaje con el que el libro arrancaba.

De esta manera fue como empecé a abrirme paso en un mundo que, para mí, se centró sobre todo en la literatura, que sin embargo, más pronto de lo deseable, me presentó su paquete específico de obstáculos que sortear, especies de visas, si además de cruzar la frontera y por fin poder recorrer las calles y las plazas que dicho universo me prometía, quería yo pasarla bien. No basta saber que un pedazo de pan te alimenta, es mejor si además su aspecto y su sabor te gustan y te causan placer.

Como básicamente me formé en español, la mayoría de los primeros títulos con los que me las tuve que ver fueron en este idioma, y a la cabeza de los cuales no tardó en exigírseme la lectura de la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, con todo y sus mil páginas de letra pequeña y sin notas, que para mí equivalió a ordenarme escalar una montaña la tarde que me han quitado el yeso de las piernas y los brazos rotos.

Aunque me adelanto a dejar claro que lo logré y hasta con creces, me interesa más detenerme en la mejor lección que saqué de la experiencia, y que fue que: el mismo autor que había escrito esa novela tan infinita que asusta no sólo a un lector principiante, sino con mayor razón al que, tal vez ante semejante perspectiva, ni siquiera se plantea llegar a ser lector principiante, de literatura o de nada más, pues mejor encuentra otros intereses que lo entretengan; ese mismo autor, Miguel de Cervantes, que se tiene, con absolutamente toda razón, como El maestro de la novela no sólo larga, sino Novela a secas, y tampoco sólo en español, sino en La Literatura; el mismo autor, digo, había escrito, además, novelas breves, y he aquí que resultó ser todo un maestro también en esta otra forma de narrativa. Pero la lección que aprendí tampoco termina aquí. Porque hay otro dato en los hechos que a mí me hace llegar a la conclusión de que Cervantes, que fue maestro en la novela extensa, al serlo además en la novela breve, nos dejó un mensaje extra e invaluable, pues escribió las breves después de haber escrito las extensas, lo cual no tiene sino un significado, según él mismo observó. Con toda su experiencia, pudo decir tanto en la breve como en la extensa, si no es que más, pues, al constreñirse, no limitaba su arte, sino que lo pulía; no sobresalía en una forma literaria existente, sino que inauguraba otra.

Si por Don Quijote la más sofisticada crítica llama a Cervantes El padre de la novela moderna, por una novela breve como Rinconete y Cortadillo, por ejemplo, la misma crítica no podría más que llamarlo con un apelativo aún superior al de padre, porque con esta novela breve, que por otra parte fue lo último que escribió, dejó a sus lectores un costal desbordante de lecciones, no sólo de literatura, por cierto, sino de vida, ya que trata de la vida de dos jóvenes que empiezan a vivir y a conocer cómo es esa vida y cómo son ellos mismos, novela breve cuya lectura es como un trozo de pan que nos alimenta y que al mismo tiempo nos permite paladearlo deleitosamente, porque además nos gusta.