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Mauricio Rosencof, ex tupamaro, publicó Las cartas que no llegaron, como exorcismo

Para resistir 11 años en un pozo tuve que vivir en la fantasía

A los rehenes que no caímos por las balas trataron de volvernos locos, señaló el autor

Con esta obra quería decirle a mi padre algo que nunca le dije: que lo quiero, compartió en entrevista

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Rosencof, también autor de El Bataraz y El enviado del fuego, dijo que gran parte de su obra es resultado de su estadía en prisiónFoto María Meléndrez Parada
 
Periódico La Jornada
Domingo 25 de julio de 2010, p. 2

Enloquecer o morir. Pocas eran las alternativas al alcance de Mauricio Rosencof para encarar el hecho de estar enterrado en un pozo de apenas un metro 80 de largo por 60 centímetros de ancho.

Finalmente, logró permanecer así durante 11 años y medio, de los 13 que en total estuvo en prisión, en calidad de guerrillero prisionero, al pertenecer a la dirección del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.

Nacido en 1933, hijo de inmigrantes europeos, el escritor, dramaturgo y periodista uruguayo fue uno de los nueve dirigentes tupamaros conocidos como los rehenes, que entre 1972 y 1985 permanecieron recluidos por la dictadura en ese país en condiciones infrahumanas, soportando torturas físicas y sicológicas. Entre ese grupo se encontraba asimismo el actual presidente de Uruguay, José Mujica.

Sin rasgos evidentes de dolor, ni visos de odio, ni deseos de venganza, hoy es otro el panorama para Mauricio Rosencof, quien se encuentra de visita en México para promover su libro Las cartas que no llegaron, editado por Alfaguara.

Se trata de un volumen muy personal, autobiográfico, en el que autor se adentra en sus años de infancia y relata cómo era la vida con sus padres, un sastre y un ama de casa, ambos judíos y procedentes de Europa oriental, que esperan y reciben con ansia la correspondencia de sus familiares al otro lado del Atlántico, hasta que un día el cartero deja de ir a su domicilio.

La razón es que ya no tenía más cartas que entregarles, debido a que los familiares de ese matrimonio habían dejado de escribir tras ser recluidos en un campo de concentración y posteriormente asesinados.

Lo que entonces hace Rosencof en el citado libro es inventar todas esas misivas que nunca llegaron y dirigírselas sobre todo a su padre.

Con ayuda de la imaginación

Es una obra muy personal, biográfica. Hay una parte que tiene que ver con mi padre, que es muy fuerte; la conclusión es que quería decirle algo que nunca le dije: que lo quiero, comenta el escritor.

Cómo no querer a ese hombre fuerte, que era bolchevique, que participó en la guerra de 1914, que mantuvo a toda la familia, que debía recorrer todo Uruguay para venir a verme a la cárcel. Fue un viejo que tuvo una vida tremenda; cómo no profesar un profundo cariño por él, aunque nunca pude decírselo a la cara.

En entrevista con La Jornada, el también autor de El Bataraz y El enviado del fuego platica que Las cartas que no llegaron, así como gran parte de sus obras, son resultado de su estadía en prisión.

Si algo asume como esencial para haber logrado enfrentar y superar esa cruda experiencia, es la ayuda de la imaginación y los recuerdos.

Este libro es un ejercicio de nostalgia, de exorcismo y redención. Tiene todo de eso. Es una de las estructuras literarias que pude elaborar durante 13 años de estar en el pozo, sin ver un rostro humano, sin poder leer ni escribir, donde en vez de agua debíamos beber orines. Éramos los dirigentes tupamaros. Son temas que fui elaborando, indica.

A nosotros, los rehenes, ya que no caímos abatidos por las balas cuando nos detuvieron, trataron de volvernos locos; algunos enloquecieron y uno murió en calabozo; pero otro salió y ahora es presidente de la República.

–¿Como evitó caer en la locura y en el odio durante su encierro?

–Varias cosas que me ayudaron. Ya era escritor cuando me apresaron. Eso quiere decir que ya sabía cómo cargar con los fantasmas que me atosigaban. La realidad tangible que tuve en prisión no era vivible, entonces tuve que vivir en la imaginación, la fantasía, los sueños, los recuerdos, porque si no, corría el riesgo de empantanarme, como ocurrió con algunos de mis compañeros. Mi recurso fue recurrir a las estructuras literarias, dramáticas, poéticas y narrativas, y valerme de mi imaginación.

Estar en el camino es militancia

–Es una forma atípica y dolorosa de hacer literatura.

–Lo más importante en la lucha y en la literatura es llegar a un camino. El camino es llegar. Uno entra a la lucha y transita en ella; allí puedes encontrarte con que te apalean en una manifestación, que conoces a tu pareja, que te pegan un tiro, que te matan a un compañero, que te vas preso y que, al salir, llegas a la presidencia del país; pero el camino continúa después de llegar a la presidencia. El objetivo de la militancia es encontrar el camino. Si estás en el camino, es militancia.

–¿Existe entonces militancia en la literatura, en el arte?

–Sin lugar a dudas. La literatura es un mecanismo de comunicación, aunque esto no quiere decir que las ideas políticas deban enunciarse mediante una novela. En primer lugar, una novela debe ser tal, debe tener valores en sí misma. Si quiero hacer un discurso, no hago literatura; si tengo que hacer una novela, hago literatura.

“Eso no implica que lo panfletario sea malo. Si tengo que escribir un panfleto, lo hago, pero escribo un panfleto y no busco hacer literatura.

La literatura es harina de otro costal, con otras leyes, otras exigencias. Hay una parte de todo ser humano, que son la imaginación, los sueños, las fantasías, que tienen que estar integrados a la literatura.

–¿Qué opina de que se dice, que la actual es una generación sin utopías, sin esperanza?

–No creo en ello. Primero, no pienso que haya generaciones que duren cinco o 10 años; todo es una continuidad. Esta generación, que dicen que carece de esperanza, ya encontrará su camino; el deseo de justicia social es perenne, lo que ocurre ahora es que existen otros criterios, otras metodologías y otros referentes. No comparto para nada que la actual sea una generación sin utopías ni sueños.

–Dice que el libro Las cartas que no llegaron lo hizo para decirle a su padre que lo quiere: ¿es una forma de saldar una deuda?

–Nunca lograremos saldar todas las deudas que tenemos con nuestros predecesores. Nunca hicimos por ellos tanto como ellos hicieron por nosotros. Eso forma parte de la lucha, y uno sabe que se sacrifican cosas, cosas que se viven y no personales. No es que uno pierda la libertad. Yo estuve preso y mi familia estuvo conmigo.