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En la quietud de la noche
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Periódico La Jornada
Sábado 24 de julio de 2010, p. a20

La noche del 17 de agosto pasado todo se volvió quietud, poesía, enternecimiento del alma. Una mujer, rusa, de nombre Anna y apellido Netrebko, escanció con su voz versos en estado puro. A su izquierda, el señor Daniel Barenboim descrucificaba las teclas de un gran piano. El contenido de los versos, pero sobre todo la manera de decirlos en el canto de la rusa, puso sobre cada cabeza humana allí presente una flamita azul iridiscente que solamente pueden ver quienes no estuvieron allí esa noche, porque el efecto mesmérico de aquella experiencia musical quedó capturado en una grabación discográfica cuyo título describe aquella velada de ensueño: En la quietud de la noche.

El nuevo disco de Anna Netrebko es entonces una cajita de fósforos que ya vienen encendidos. Este tesoro que publica la firma alemana Deutsche Grammophon (se consigue en Sala Margolín, Córdoba 100, casi esquina Álvaro Obregón, colonia Roma) se sitúa de inmediato entre los acontecimientos discográficos de mucho tiempo.

Existe un antecedente directo de este disco: el Álbum ruso, que grabó Netrebko en 2007, donde conjunta canciones de muchos autores paisanos suyos, desde Glinka hasta Prokofiev, pasando por Rachmaninof, Rimsky-Korsakov y Chaikovski, autores éstos dos últimos de quienes se ocupa la cantante rusa en el disco que hoy, a nuestra vez, nos ocupa.

Once canciones de Rimsky-Korsakov y 9 de Chaikovski iluminaron el recital que ofreció Anna Netrebko, acompañada al piano por Daniel Barenboim, la noche del 17 de agosto en la Grosses Saal, el foro principal del más importante acto cultural del orbe: el Festival de Salzburgo.

El género pivote: el romance, o romanza, ese venero del futuro lied y otras vertientes (como el bel canto) que inventaron, como una perfecta obra de arte rusa, los compositores Glinka y Dargomyhsky a principios del siglo XIX. Otros dos autores célebres apuntalaron esa etapa áurea del arte ruso: los poetas Pushkin y Lermontov.

De la gran poesía rusa y de la creatividad exquisita de un compositor, Rimsky-Korsakov, que podemos decir es desconocido a la fecha porque sólo se difunden sus obras orquestales (La Gran Pascua Rusa, Scherezada, su manoseadísimo Vuelo del abejorro), nace la esencia de In the still of night, el flamante álbum de la Netrebko.

Al escucharlo, el imaginario remite de inmediato no solamente a Pushkin, sino al entorno entero ruso. Las películas de Nikita Mijailkov, el teatro de Chejov, las novelas de Dostoievski. Las bellas damas rusas encarnadas en la hermosa soprano que está parada enmedio del proscenio de un teatro de Salzburgo y mantiene boquiabiertos, ojicerrados, a los mortales en sus butacas, con una flamita azul iridiscente sobre sus cabezas, que nadie puede ver allí, solamente cuando suena el disco son visibles.

Esa gran poesía romántica, ese sentir del pálpito del mundo. Esa extraña melancolía idiosincrática, ese no sé qué que embruja, alela, impele a ensoñación, levita. Cuando suena el track 8, por ejemplo, uno se percata que lleva segundos interminables sin respirar porque la voz de Netrebko se ha vuelto luz, ala de colibrí en cámara lenta, flama de azul iridiscente.

Gran disco. A sus 38 años (cumplirá 39 el 18 de septiembre), Anna Netrebko entrega una hermosa obra de madurez. Su voz, ese timbre semioscuro, potente, gentil, metal de terciopelo, que escuchar en vivo arranca lágrimas y en disco corta el aliento, ha adquirido una magnificencia espectacular.

Si algo hay que reprocharle a este disco irreprochable es el defecto de su virtud mayor: los aplausos sacan de balance al escucha embelesado, porque este disco está grabado en vivo, lo cual es un logro enorme en cuanto captura para la eternidad (¿qué promedio de vida tiene un disco compacto? Pregunta filosófica, jeje) un instante irrepetible en la realidad, que se vuelve algo mejor que virtual en un disco: en la intimidad del hogar, el coche, la oficina, uno está sentado en la Grosses Saal de Salzburgo y quienes estuvieron físicamente allí la noche del 17 de agosto no pueden ver ahora la flamita azul que nos nace de la coronilla, una luz iridiscente.

Dream of a summer’s night, la última pieza de la noche de la autoría de Rimsky-Korsakov, pone en vida un texto que aunque se llama igual no es de Shakespeare sino del autor ruso Apollon Maykov: una sucesión sencilla de notas en el piano abre las vocales en el pecho enhiesto de Netrebko: levanta la voz suave, suave, suave la levanta. Cuando nos damos cuenta, estamos ya a 60 centímetros del piso.

¡Levitamos!, ¡por fuerza y gracia de la belleza: la poesía de los grandes maestros rusos, músicos y escritores, el piano de Barenboim y encima de todos ellos la voz de Anna Netrebko, nos hemos convertido en esa flamita azul que antes flotaba sobre nuestras testas!

Suave epifanía.

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