17 de julio de 2010     Número 34

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Chiapas

Semillas con corazón en la selva lacandona

Rodrigo Megchún Rivera

Don Mario, un tzeltal que habita en la Selva Lacandona, sostiene un grano de maíz entre sus dedos para explicar que cada semilla “tiene corazón” y en ese corazón radica su capacidad para multiplicarse incansablemente, mientras el trabajo de los hombres y las mujeres que lo cultivan y –desde su perspectiva– de las entidades que lo sustentan (la lluvia, los rayos, el panteón divino) lo permitan.

Más aún, una narración del origen del maíz, reproducida por estos tzeltales, establece que fue un solo grano el que “Dios regaló a los hombres”, mismo que al ser sembrado dio nacimiento a una mazorca. Al sembrar ésta, fue alumbrada una milpa primigenia, de la cual provienen todas las semillas de maíz que han existido en el mundo a lo largo de infinitos ciclos. Tal es parte del proceso de reproducción del maíz reconocido y celebrado por los sujetos que forman parte de esta cultura, y sólo uno de los palpitantes valores culturales que germinan en el ámbito de la milpa tzeltal.

En efecto, para esta población, como para tantos otros grupos étnicos y campesinos, la milpa no es sólo un espacio de producción alimentaria o económica, sino además de reproducción sociocultural: surcado por valores, cosmovisiones, saberes e identidades. Así nos los muestra la historia relativamente reciente de esta población.

En el caso de los tzeltales que colonizaron la Lacandona (a partir de los años 30s y 40s del siglo pasado), la posibilidad de hacer milpas en sus propias tierras generó cierto margen de independencia para los miembros del grupo. Antes de poblar la región, la mayoría de estos tzeltales hacía sus milpas en tierras que no les pertenecían (en las fincas), por lo que sólo recibían una parte de lo producido. Posteriormente, el reparto agrario estatal quiso que esta población se asentara en la selva: un entorno sin gran vocación agrícola, a partir de la insospechada fragilidad de su suelo. A pesar de ello, el grupo buscó reproducir ahí su universo cultural: el acto fundacional de las comunidades de la selva fue hacer una milpa.

En la mayoría de los casos, pequeños grupos de hombres, padres de familia, localizaron aquellos sitios en los que fuera posible cultivar y establecerse. Entonces, desmontaron la selva y sembraron maíz, frijol y calabaza, entre otros alimentos que componen la milpa. Con celo, cuidaron sus plantaciones de la invasión de plantas silvestres, hasta que la ecuación de su esfuerzo y –desde su perspectiva— la gracia de la Santa Madre Tierra brindó frutos.

Los primeros xilotes fueron la inequívoca señal de que la búsqueda de un espacio en el cual reproducir su universo había terminado. Entonces pudo llegar el resto de la familia. De esta manera, la milpa representa la base de la autorreproducción grupal, a la que posteriormente se añadieron otras actividades (el cultivo comercial del café, la ganadería y la migración). Asimismo, la milpa es cultura en cuanto representa un elemento central de modificación del entorno. Vaya, si planteamos “lo natural” como aquello al margen de la actividad humana, para esta población la milpa representa la principal actividad que los vincula con el entorno. En este muy general recuento de las milpas tzeltales de la Lacandona cabe señalar que el impulso que el gobierno en sus distintos niveles ha dado a los cultivos transgénicos es actualmente interpretado por los pobladores de la región como un regreso a la dependencia de las fincas. Es la experiencia histórica del grupo la que les permite interpretar y calificar el suceso. Desde la perspectiva de esta población, en términos de la independencia grupal, de nada valdrá el haber obtenido la tierra, si las semillas deberán comprarse en cada ciclo (contrario a su naturaleza de reproducción infinita). A decir de los sujetos, por esa vía vendrá la futura sujeción, tan semejante a la pasada. De cara a ello, la totalidad de indígenas campesinos locales han acordado, más allá de su pertenencia política, no aceptar el maíz transgénico; para preservar, no sólo sus milpas, sino también su universo. De cualquier forma, como señalan, la amenaza sigue latente, pues, ante la necesidad económica, es fácil presionar a algunos grupos, y con ello afectar al conjunto de la población.

Como se hecha de ver en esta pequeña narración (en frase que es lugar común entre algunos grupos religiosos), la milpa no es un sustantivo, sino un verbo: se hacen milpas y con ello, caminos. La milpa debe cuidarse de las plagas que amenazan a ese espacio y a quienes lo sustentan. La milpa implica el trabajo decidido de los hombres y mujeres, pues es también un modo de preservar culturas.

Antropólogo, investigador del proyecto Las Regiones Indígenas de México al Nuevo Milenio del INAH


FOTO: Carl E. Lewis

Chiapas

Maíz criollo en red

Emanuel Gómez

La milpa es la base material, cultural y agroecológica que permite la reproducción social campesina, la soberanía alimentaria y la construcción de alternativas locales a la crisis climática. Así se resume el planteamiento político de los productores de maíz para autoconsumo de Chiapas y muchas otras regiones de Mesoamérica.

Sembrar la triada mesoamericana en un mismo terreno, maíz-frijol-calabaza, se hace a contracorriente de los agroquímicos, fertilizantes y semillas híbridas de la revolución verde, paradigma tecnológico neoliberal que los centros de investigación agrícola y las instituciones de desarrollo rural repiten cual dogma de fe desde hace 40 años.

La práctica milpera sigue siendo la acción más importante de miles de familias de escasos recursos que, al seleccionar las semillas de maíz según su tamaño, color, raza o dureza, reafirman su arraigo a la tierra y dan vigencia a los conocimientos heredados por padres y abuelos.

La producción de milpa es diversa y no aplican fórmulas de trabajo; por ejemplo, en una misma comunidad como Emiliano Zapata, Yajalón, en los límites de Los Altos con la Selva Tzeltal-Chol, hay dos sistemas milpa: en la parte alta se siembra maíz con frijol y en la baja sólo frijol. Esto es por los tipos de suelos, por lo que podemos afirmar que la milpa es una serie de agroecosistemas creados por el ser humano tras siglos de adaptación.

Para los milperos tradicionales, el legado más importante son las semillas nativas, criollas o autóctonas, más valioso incluso que la tierra, aunque hablamos de un valor intangible y no comercial. Es el caso de los descendientes de los pueblos mam, quienes salieron de Guatemala hace 150 años para internarse a México; dejaron sus tierras, pero no sus semillas. Un puñado de ellas en la bolsa fue suficiente para reproducir variedades que el banco de germoplasma del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) en Tuxtla Gutiérrez no tiene registradas, como el maíz jarocho.

El debate está abierto: Néstor Espinosa, del INIFAP, afirma que en el ámbito internacional se han presentado estudios que comparan la resistencia y productividad de las semillas nativas con las híbridas o mejoradas patentadas por laboratorios. En tiempos de estabilidad climática, como fue hace 40 años, cuando empezó la revolución verde, las semillas híbridas eran más productivas que las criollas, pero hoy, con el cambio de régimen de lluvias, sequía y vientos huracanados propios de la crisis climática, las criollas tienen mayor capacidad de resistencia por llevar siglos e incluso milenios de adaptación climática micro-regional.

Un factor adicional hace más viable la producción de semillas nativas que las híbridas o transgénicas: el financiero. Los paquetes tecnológicos de la revolución verde –fertilizantes químicos, herbicidas, semillas mejoradas y ahora incluso transgénicas–, acompañados de créditos al productor para impulsar el maíz como monocultivo, con uso de tractores, máquinas semilleras e infraestructura de riego y contratación de jornaleros, no son viables en México y son el origen de la pérdida de la soberanía alimentaria y el inicio de la dependencia tecnológica: los productores que se dejaron engañar por este sistema, como los de la Fraylesca, el Soconusco y el Valle del Grijalva, las regiones de “alta productividad” de Chiapas, cargan una deuda con la banca de desarrollo rural que resulta impagable, y no pueden romper tan fácilmente la dependencia, pues los suelos se han hecho adictos a los fertilizantes.

Los suelos con alta carga de fertilizantes se vuelven ácidos, y los insectos que logran sobrevivir se salen de control, volviéndose plagas, como el gusano Gallina Ciega. Los ríos arrastran residuos de agroquímicos y las aguas dulces se vuelven ácidas, al grado que en las costas del Golfo de México y del Pacífico hay zonas sin vida marina o sistemas lagunares azolvados, contaminados, lo que aumenta el riesgo de inundaciones.

Los ácidos de nitrógeno, azufre y otros derivados de los agroquímicos, como el protóxido de nitrógeno (N2O) y el metano, son gases que provocan el cambio climático, tan peligrosos como el CO2, según el plan de acción climática del gobierno mexicano. Y sin embargo, en lugar de limitar la explotación petrolera, apoyar la transición a la agricultura sustentable y reconocer e invertir en las técnicas agroecológicas de los productores de autoconsumo, se promueve la producción de agrocombustibles, lo que amenaza ampliar la frontera agrícola contra las selvas y los bosques que sobrevivieron a la colonización del trópico húmedo, la deforestación, la ganadería extensiva y la urbanización de los 30 años anteriores.

En el diseño de las políticas climáticas que supuestamente reducirán la emisión de gases de efecto invernadero, los funcionarios ignoran los riesgos de los agrocombustibles y los promueven, y se ofrece que 125 mil hectáreas de maíz dejarán de sembrarse para entrar en un proceso de reconversión productiva a frutales. Sin maíz, ¿qué comerá la población? ¿Manzanas?

Una técnica que también permite la reconversión productiva pero sin abandonar la milpa es la sugerida por investigadores del Colegio de Posgraduados y del INIFAP: la milpa intercalada con árboles frutales (MIAF). Si se invirtiera en procesos de capacitación y experimentación en los dos mil 500 municipios del país, se demostraría la efectividad de la MIAF en mucho más que las 125 mil hectáreas que el gobierno propone para reconversión, pero se haría con base en la milpa, y no en contra de la población, su economía y cultura.

Se requieren metas de largo plazo, como la restauración ambiental de las comunidades. Las prácticas campesinas de manejo de laderas con sistemas artesanales de riego, lo que denominamos milpa sustentable, son un excelente inicio. La diversidad de cultivos, la milpa, que se basa en maíz-frijol, y que puede incluir decenas de plantas medicinales, hortalizas, árboles frutales y maderables e incluso flores ornamentales, es la base para recuperar la soberanía alimentaria por familia.

Para que los productores de maíz en monocultivo, los maiceros, rompan su dependencia financiera y tecnológica, tendrían que iniciar una transición a la agricultura orgánica, con base en el sistema milpa y reducir paulatinamente los fertilizantes químicos al tiempo que incorporan cada vez más abonos orgánicos y bacterias que dinamicen el suelo y lo desintoxiquen. Es más fácil iniciar la transición a la agricultura sustentable con los productores de autoconsumo, los milperos, pues su pobreza no les permitió adquirir los insumos de la revolución verde.

Una demanda central de los milperos es que se les reconozca el trabajo de selección de semillas nativas. En Chiapas, dos mil productores de 50 comunidades indígenas de la Red Maíz Criollo han logrado que subsidios como los del programa Maíz Solidario sean transformados en un proceso de transición a la agricultura sustentable con base en la reproducción de las semillas nativas. Por otro lado, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), instituyó en 2009 el Programa Maíz Criollo, con muchas limitaciones de cobertura geográfica, pues se limita a las zonas protegidas. Tenemos el reto de cambiar el planteamiento original del ambientalismo por uno nuevo, que permita pasar de la conservación de la biodiversidad a la reproducción de la misma, con base en la agrobiodiversidad no sólo de la milpa, sino también del potrero y otros agroecosistemas.

Comisión de Enlace de la Red Maíz Criollo Chiapas [email protected]

Chiapas


Exposición "El maíz es nuestra vida" en 2007, del Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

¿Envenenar milpa y milpero?

Antonio Paoli

La producción de la milpa y de otros cultivos se ha venido alterando con graves perjuicios para la gente del campo: en su salud, educación, nutrición y economía, y en deterioro de la integración familiar.

Un factor clave de la educación en el mundo campesino ha sido que los niños acompañen a los adultos a la milpa, pero con los graves contaminantes que se usan hoy en día, muchos padres prefieren ya no llevarlos. Por otra parte, los herbicidas han limitado los productos que se obtenían en las milpas. En las zonas tropicales tradicionalmente se cosechaban alrededor de 50 productos: frijoles diversos, calabaza, chayotes, chiles variados, yuca, hongos sabrosos de muchos tipos, hierbas silvestres comestibles como los quintoniles y las verdolagas y multitud de otros más. Enseñarles a los hijos el manejo de esta pequeña gran plantación familiar y tradicional ha sido por siglos una labor capital para el manejo ambiental, la educación y el desarrollo cultural de muchos pueblos. El policultivo de la milpa ha brindado un abasto de hierro y otras maravillas nutricionales que hoy se ven muy deterioradas. Antes del uso de los herbicidas y otros insumos agrícolas, la madre y los hijos se preguntaban ¿qué traerá papá de la milpa para la cena?

La empresa privada y muchos de sus productos “para el campo”, “para mejorar la producción campesina”, han causado gravísimos problemas a la salud y a la vida social en general. Los gobiernos parecen no darse cuenta o, peor, no importarles esta dramática situación.

Veamos uno de los múltiples ejemplos de esta tragedia biológica, social, cultural, económica y ecológica: la región de La Fraylesca, Chiapas, cuya cabecera es la ciudad de Villaflores y cuya producción maicera para el mercado ha sido la más importante de ese estado, hoy vive bajo la amenaza de los agroquímicos. En esta región el cáncer es la causa número uno de muerte. A juicio de los pobladores, esto se debe a los herbicidas, en especial el Gramoxone, el cual no requiere permiso para su venta; incluso se regala para obtener votos. Este veneno es arrastrado por la lluvia y contamina los ríos: emponzoña los niveles freáticos, infecta la atmósfera, impide muchos otros cultivos y causa cáncer. Por supuesto que hervir el agua no sirve de nada contra él.

Si usted consulta literatura sobre este producto, por ejemplo, si ve la página web www. fitosanitario.com/pdfs/gramoxon, verá algo de lo dañino que es este herbicida. Es gravísimo para las personas, para el ambiente y para la fauna.

Y pensar que productos como éste, prohibidos en otros países, se venden libre e inconscientemente en nuestro país. El Estado no se molesta en impedir su uso. ¿Por qué? ¿Ignorancia? ¿Mochada? ¿Inopia? ¿Indiferencia frente al dolor y la muerte?

Mesoamérica

Enfrentado la crisis alimentaria y ambiental

Helda Morales

Ante la crisis ambiental y alimentaria urge reconocer que muchas de las soluciones están en manos de los campesinos mesoamericanos. Durante cinco mil años han proveído alimentos y contribuido a la conservación de la biodiversidad, enfrentándose y resistiendo presiones políticas, económicas, culturales y climáticas.

La agricultura a pequeña escala –como las milpas que aún prevalecen en Mesoamérica– es sinónimo de biodiversidad agrícola o agrobiodiversidad, ya que intercala maíces, frijoles, calabazas, chiles y muchas plantas más en un mismo espacio, lo que los agroecólogos nombramos “policultivos”. La milpa, además de proveer recursos genéticos y plantas comestibles, brinda recursos para organismos silvestres y servicios ambientales o ecosistémicos, como la prevención de ataques de plagas.

Lamentablemente la agrobiodiversidad se está perdiendo de manera alarmante. La mayoría de la población mundial se alimenta de no más de 12 especies de plantas. Para incrementar la seguridad alimentaria, los gobiernos se enfocan en proveer raciones de maíz, arroz, trigo y papas, productos de la agricultura industrial. Esta estrategia nos mantiene llenos pero amenaza la biodiversidad, las estrategias de vida de los campesinos y la calidad de la dieta, además de que propicia la obesidad y enfermedades como la diabetes.

El estudio del aporte de los sistemas agrícolas de los campesinos a la seguridad alimentaria y la buena nutrición no es prioridad de los grandes centros de investigación, pero los datos disponibles sugieren que hay una relación positiva entre biodiversidad, seguridad alimentaria y salud. Nuevos estudios científicos señalan los beneficios de una dieta variada para incrementar la longevidad y reducir las tasas de enfermedades degenerativas crónicas.

Afortunadamente, todavía existen campesinos mesoamericanos, guardianes de la diversidad alimenticia, cultivando variedades adaptadas a las condiciones locales y colectando alimentos silvestres.

En el Colegio de Posgraduados se documentó que las hierbas de las milpas del valle de Toluca se utilizan como alimento, medicina y ornato, incrementando las ganancias en 55 por ciento. En la región semiárida de la reserva de la biosfera de Tehuacán- Cuicatlan, Isabelle Blanckaert y colegas encontraron 161 especies de plantas silvestres, de las cuales 92 por ciento es utilizado para alimentación, medicina, forraje u ornato. Las usadas para forraje disminuyen la inversión en alimentos industriales y aumentan la sobrevivencia del ganado durante la sequía. Otro estudio muestra que en Chiapas los indígenas tseltales pueden reconocer más de mil 200 especies de plantas, muchas de las cuales contribuyen al mantenimiento de sus hogares. En las milpas de los Altos de Chiapas hemos encontrado hasta 28 especies de árboles frutales y maderables.

La milpa permite una dieta basada principalmente en tortillas, frijol, chile, calabaza y un alto consumo de hierbas como el bledo, quelite o quintonil, la hierba mora o macuy, el pápalo y el epazote. Esta dieta con un alto contenido en ácido fólico, vitamina A, omega 3 y 6, ayuda a prevenir la osteoporosis, reducir el colesterol, la anencefalia, la espina bífida, la ceguera infantil, las cataratas y la degeneración macular relacionada con la edad. Las variedades tradicionales de maíz contienen altos niveles de proteínas. Los estudios realizados en 1950 por Ricardo Bressani en Centroamérica muestran que estos maíces pueden proveer 73 por ciento de la niacina recomendada.

Nuestro trabajo en los Altos de Chiapas y Guatemala documenta que, además de su contribución a la nutrición, este sistema mantenido por el conocimiento indígena presta servicios ambientales. La diversidad de cultivos y otras especies asociadas de la milpa son el sustento de su productividad. Los agricultores reportan que la asociación de cultivos hace que los insectos no lleguen o coman poco porque los repele con sus olores fuertes. Según la teoría agroecológica, los policultivos en general tienen menos ataques de plagas porque hay plantas repelentes que alejan a los insectos de las parcelas; porque algunas hierbas asociadas son preferidas por los insectos y los distraen de los cultivos; porque la mezcla de cultivos hace difícil para los insectos encontrar su alimento, y porque proveen recursos para los depredadores de las plagas, como las arañas, catarinas, avispas y pájaros. Las investigaciones de Adriana Castro sugieren que las raíces del tomate de cáscara son el alimento favorito de la gallinas ciega. Esto podría explicar las observaciones de que la presencia de esa planta hace que esta plaga ataque menos a las raíces del maíz. Si hay tomate, ¿por qué alimentarse de las duras raíces del maíz? También hemos aprendido que los árboles dentro de la milpa atraen a unas 50 especies de aves silvestres que se alimentan de insectos, hecho que disminuye significativamente el daño que éstos causan.

En su empeño por cultivar la milpa, muchos campesinos están luchando por su soberanía alimentaria y protegiendo al resto de la humanidad con los beneficios que la milpa brinda. Aprendamos de ellos y apoyémoslos.