Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tumbando Caña

Olga Guillot, laberinto de pasiones

A

lgunos la llamaron La madre del bolero. Otros, la coronaron como La reina. Y los más eufóricos le decían La temperamental. Y sí, Olga Guillot, uno de los grandes mitos de la bolerística cubana, poseedora de una voz y un estilo singular, que revolucionó la escena y la manera de decir femenino en la canción popular, era todo eso y más.

Gran señora del escenario, que cautivó con su voz intensa y su estilo frenético, no sólo marcó toda una época musical, sino que con su ejemplo inspiró a otras cancioneras a transitar por rutas que hasta ese momento eran exclusivas de las voces masculinas.

A su forma desparpajada de pararse sobre el escenario, Guillot destacó una manera de cantar intenso proveniente del filin cubano, imprimiéndole carácter y desgarro; dramatizando cada línea de la canción con una expresión tan íntima y descarnada que evidenciaba afinidades del bolero con el blues.

El estilo de Guillot se entiende si atendemos su carácter volcánico y talante de actriz que le permitían dotar de vida propia a las obras que pasaban por su voz y asumir con igual destreza los énfasis más dramáticos y más sublimes. Se entiende también por su cubanía, que llevaba como estandarte inclusive más allá del escenario hasta difuminar el mito artístico para hacer surgir la personalidad política.

Pero como sea, ese mito que se elevó de cero a categoría de símbolo nacional en el exilio y tocó muchos corazones, nació y vivió para la música. Su pasión por el canto y el baile consiguió llevarla a la fama desde pequeña, cuando comenzó a cantar junto con su hermana, Ana Luisa, por los rincones de La Habana y fue descubierta por el pianista Facundo Rivero, quien la hizo debutar en el Zombie Club el 15 de diciembre de 1945.

Desde niña, Olga sabía cómo poner de pie al público y con su voz y su encanto supo conquistar a una generación entera. Con Miénteme, de Chamaco Domínguez, rompió el mito de que las mujeres no vendían discos.

La fama fue su objetivo desde que tuvo uso de razón. A los 20 años, cuando todavía se consideraba una niña, tuvo la oportunidad de cantar con la gran Edith Piaf en Cannes, pero a su regreso a Cuba nadie le creyó. Sin embargo, dos años más tarde la diva francesa visitó un escenario de La Habana y, en medio del espectáculo, interrumpió su presentación y la saludó. Fue entonces que todos reconocieron cuán lejos había llegado a tan corta edad.

En 1961 abandonó su país, dos años después de la revolución cubana que llevó al poder a Fidel Castro. Vivió unos meses en Venezuela antes de instalarse con su hija Olga María en México, donde finco residencia hasta la actualidad.

Cuba es mi esposo y mi amante adorado es México, decía a modo de metáfora. En la ciudad de México, la Guillot se hizo de un departamento en la colonia Polanco. Cuando la visitamos para realizar una entrevista por motivo de la aparición de su última grabación, Faltaba yo, que marcó su regreso a los escenarios, la gran señora manifestaba desazón ante decenas de fotografías que revelaban su pasado. Le atormentaba pensar que moriría sin regresar a Cuba.

En aquella ocasión Guillot aprovechó la oportunidad para confesar que no se arrepentía de absolutamente nada, pero que en su corazón cargaba con ese dolor: Es una pena que en tu propio país, donde naciste, haya una generación completa que no te conoce... que no sabe nada de los que hemos representado a Cuba en el exilio, en el mundo. Somos muchos los que hemos puesto el nombre de Cuba muy alto y no nos conocen.

Durante sus últimos años se mantuvo ocupada con una autobiografía, en la que habrá muchas reflexiones, anécdotas y, sobre todo, consejos prácticos y orientaciones para las nuevas generaciones de cantantes. No le gustaba pensar en la muerte, pero al preguntársele cómo quería ser recordada, dijo: El día que yo no esté me gustará que se recuerde a Olga Guillot como una señora muy romántica, muy apasionada; que hizo sentir a mucha gente muy bonito, con mucho amor.