Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La patraña de la unidad nacional
L

os llamados de Felipe Calderón y sus adláteres a la unidad nacional no tienen sentido en el México de hoy, si alguna vez lo tuvieron. Cada vez que la clase dominante tiene problemas para ejercer su dominio y para hacer que la gente se sume aprobatoriamente a sus políticas también dominantes, llama a la unidad nacional. Es un recurso tan viejo como dividir para vencer, que obviamente tiene otro significado.

La guerra del gobierno contra el crimen organizado no es equivalente, en ningún sentido, a una guerra de un país contra otro. Y aun así, la unidad nacional tiene sus bemoles. Cuando estaba en vías de estallar la Primera Guerra Mundial, Lenin señaló que era una guerra entre las burguesías de diversos países en la que los trabajadores no tenían por qué involucrarse. Sin embargo, la socialdemocracia de aquellos tiempos, en su ala reformista, así como las monarquías existentes, llamaron a la unidad nacional y al reclutamiento de la población de cada país para defender la patria. Los que murieron (por millones), como bien se recuerda, fueron los trabajadores convertidos en soldados mal pertrechados y los burgueses se repartieron Europa con una Alemania sometida que capitalizó Hitler años después provocando la Segunda Guerra Mundial. En esta segunda guerra también se usó la fórmula de la unidad nacional, incluso en México, que estaba pero no estaba en la guerra. Hasta el Partido Comunista apoyó la unidad nacional y convirtió a Ávila Camacho en el símbolo de esa unidad (unidos tras un solo candidato, fue la consigna).

La unidad nacional es una patraña, y más todavía cuando se plantea en torno al gobernante. Es una gran mentira porque la sociedad no está unida, como tampoco la llamada clase política (las zancadillas de Lozano a Gómez Mont, para sólo citar un ejemplo, demuestran tal desunión). Todos los mexicanos que vivimos en el país formamos parte de éste, sí, pero eso no quiere decir que estemos unidos. ¿Por qué habría de unirse un trabajador con su patrón en la lucha de éste por aumentar su ganancia? Una cosa sería defender el centro de trabajo y otra claudicar por éste aceptando disminución de los salarios reales y de su contrato colectivo. Son dos cosas distintas, aunque la línea de diferenciación sea muy delgada.

Unidad nacional, cuando es propuesta por el gobernante, es una demanda de apoyo a sus políticas; y el viejo truco consiste en inventar un enemigo común a amplios sectores de población y al mismo gobierno, por ejemplo, para el caso, el narcotráfico. Y si no fuera éste, sería otro país, de preferencia una potencia con antecedentes imperialistas y de invasiones, como ya ha ocurrido en México en otros momentos y, desde luego, en muchos países del mundo (ahora en Irak y Afganistán). En este sentido la unidad nacional sirve también para buscar la legitimidad que dudosamente se obtuvo en las urnas electorales. Por lo menos esto creyó Calderón, sin lugar a dudas, cuando decidió combatir el crimen organizado, dizque para darle seguridad al país provocando lo contrario y violando nuestras leyes.

La reacción que ha provocado la política de Calderón, que no sólo es la guerra contra los maleantes, se ha visto reflejada en las elecciones de 2009 y en las del 4 de julio pasado. Todos los analistas serios, incluso aquellos a quienes les salen ronchas con la expresión voto útil, coinciden en que la votación de estados como Oaxaca y Puebla, entre otros, fue en contra de lo establecido y de gobernantes salientes. Y esto es válido tanto en estados gobernados por el PRI o el PAN, como en Zacatecas, donde gobierna el PRD. En Guerrero pasará lo mismo el año entrante, pues el perredismo de Torreblanca es mero discurso de campaña y una mala selección del candidato en 2005.

No hay ni puede haber unidad nacional, a pesar de que los partidos políticos se parezcan cada vez más y de que Manuel Camacho y sus amigos políticos quieran ubicarlos coyunturalmente en un centro gelatinoso y carente de significados por cuanto a ideologías y principios. Una vez más y para el caso de los partidos, son sus dirigentes los que han propuesto una suerte de unidad nacional, pero no sus bases. Gustavo Esteva dijo, y en esto sí estoy de acuerdo con él, que muchos oaxaqueños no votaron por Cué sin contra el significado de Ulises Ruiz. Voto útil, le llamo, pero no tengo problema en denominarlo voto en contra. Dicho sea de paso, en Oaxaca tampoco hubo unidad nacional, es decir estatal. En realidad, sólo en los regímenes totalitarios parece haberla, pero incluso ahí es una ficción, como se pudo ver en la ex Unión Soviética una vez que desapareció. Una de las sabidurías de los pueblos (y de todos los seres vivos) es intentar sobrevivir, incluso bajo dictaduras y regímenes totalitarios. Pero ni siquiera en estos casos debemos engañarnos.

La unidad nacional no existe, salvo en coyunturas muy específicas y cuando las ideologías nacionalistas y patrioteras son usadas para engañar, y logran su cometido gracias a la propaganda y al miedo que se le mete a la población de mil maneras (algunas muy efectivas).