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Deslizaba los albures con mucha delicadeza, evoca Jacobo Zabludovsky

Fallece el escritor Armando Jiménez, escrutador de un México que se fue

El autor del libro Picardía mexicana fue cronista de lugares de gozo, como antros y cantinas

 
Periódico La Jornada
Sábado 3 de julio de 2010, p. a10

Armando Ramírez Farías, autor del libro Picardía mexicana y cronista de cantinas, antros, pulquerías, salones de baile y otros sitios que documentó como lugares de gozo, falleció ayer en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, a los 92 años de edad.

Durante un cuarto de siglo condujo a presidentes de la República, legisladores, periodistas, artistas de la farándula y pueblo en general por rutas insospechadas, inclusive para capitalinos conocedores, con narraciones y libaciones impregnadas de anécdotas, trivias y datos curiosos y apasionantes.

A La Jornada ofreció varias visitas guiadas y colaboró durante una temporada en estas páginas (aquí se reproduce uno de los textos).

En una entrevista con la reportera Mónica Mateos, Jiménez reconoció su posición machista porque con la llegada de las mujeres a las cantinas del DF, que les estaban vedadas hasta antes del decreto de 1982, los hombres salimos perdiendo.

Gustaba también de ostentarse como dotador de buen tequila para su primo José Alfredo Jiménez: sabiendo que su bebida preferida era el tequila, lo llevé a conocer la antigua tequilería de Manrique, ahí lo presenté con el dueño y le conté anécdotas. Tomé varios caballitos de tequila pero, como dicen los toreros, aproveché un momento para hacer una graciosa huida pues José Alfredo se excedía siempre en la bebida y al final yo terminaba cargando sus 80 kilos.

Armando Jiménez nació el 10 de septiembre de 1917 en Piedras Negras, Coahuila. Como arquitecto se especializó en construir espacios deportivos, además de que conoció y estudió mil 500 estadios para atletismo en 105 países que fueron utilizados para Juegos Olímpicos desde 1896 hasta 2004, por lo cual ingresó al libro de Record Guiness.

Sin embargo, decidió dejar en segundo plano su profesión debido al éxito de su primer y definitivo libro, que publicó en 1960: Picardía mexicana, que ha superado la veintena de ediciones, la más reciente en disco compacto, ha rebasado los 4 millones de ejemplares vendidos y suscitó en su momento la publicidad gratuita de la censura, pues en cuanto apareció en el mercado intervino de inmediato la Liga Mexicana de la Decencia.

Muchas publicaciones sucedieron a ese libro fundacional, todas en el mismo tenor: recopilar albures, chistes, calambures, historias sicalípticas y florilogios varios que extrajo de la cultura popular mexicana. Le gustaba que lo llamaran igual que el personaje que adoptó como alter ego, el Gallito Inglés, un albur piante, nada piadoso.

Foto
Armando Jiménez, en imagen de 2003Foto Roberto García Ortiz

Gustaba don Armando de presumir que tres Nobel prologaron sus libros: Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Camilo José Cela.

De humor picante, lo cual contrastaba con lo adusto a primera vista de su personalidad, el arquitecto y escritor, maestro del desmadre, era un provocador amante de los superlativos y todo lo que girara en torno de su persona.

Su genio era incomparable, repentista, y de su ronco pecho salieron varias sentencias y máximas célebres e hilarantes, como: No hay crudo que no sea humilde ni pendejo sin portafolios.

La muerte de Armando Jiménez fue calificada como una gran pérdida para la ciudad de México por el periodista Jacobo Zabludovsky, uno de sus más cercanos amigos, quien lo describió como un cronista muy singular.

Consultado por La Jornada, el comunicador destacó la fortaleza y el amor que don Armando tenía por la vida, pues, sabedor desde hace dos o tres años de que estaba condenado a fallecer, debido al cáncer que padecía, prefirió disfrutar hasta el final.

Estudió arquitectura en la UNAM y ejercía su propia filología: el estudio de los vocablos de nuestro idioma, los que auténticamente utiliza la gente al hablar en La Merced, la Lagunilla y Tepito, apuntó Zabludovsky.

Además de recoger con un cuidado casi de museo las palabras y frases de doble sentido, muchas de las cuales han dejado de usarse, fue un escrutador de antros, cantinas y fondas de un México que se fue.

El periodista recordó las caminatas que realizaron por el Centro, sobre todo una que él tenía muy hecha: empezaba siempre en El Nivel, la cantina más antigua de México, y luego se movían por las tabernas de 5 de Mayo, como El Gallo de Oro y La Ópera.

Además de ese largo recorrido por las cantinas, comíamos en lugares que frecuentaba la gente de las vecindades, como los Tacos de Beatriz, el Danubio, y el clásico Taquito, el restorán más antiguo de México, dijo.

“Tengo casi todos sus libros, algunos con versos albureros dedicados a mí. La última vez que lo entrevisté fue en marzo de 2002, pero hablamos en otras ocasiones.

Recuerdo que los albures los deslizaba con tanta delicadeza, que los demás no se daban cuenta de lo que les había dicho hasta que llegaban a su casa.