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El adiós
El pueblo rindió el mejor homenaje a Carlos Monsiváis

Los discursos oficiales fueron superados por las palabras de Elena Poniatowska y las espontáneas consignas de los asistentes a la despedida en Bellas Artes

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“Monsi no es vi ai pí”, que viva la inteligencia y “Monsi presente en la lucha de la gente”, fueron frases que gritaron algunos de los asistentes al adiós al cronista en Bellas ArtesFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de junio de 2010, p. 2

Domingo de intensos contrastes en la despedida a Carlos Monsiváis en el Palacio de Bellas Artes.

La fría y solemne mañana se transformó en una calurosa y aguerrida tarde en la que una multitud, al grito de “¡Monsi es del pueblo!”, logró abrir las vallas que marcaban distingo incomprensible entre los invitados especiales y el público común.

Fue Elena Poniatowska quien al filo del mediodía tomó el micrófono y rompió el tenso silencio que desde las 10 de la mañana permeaba en el ambiente, debido a la molestia que causaron en algunas personas tanto la presencia del secretario de Educación, Alonso Lujambio, como el hecho de que el acceso al recinto fuera restringido.

“¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tú eres el enfrentamiento más lúcido al autoritarismo presidencial, el enfrentamiento más lúcido a las actitudes absurdas cuando no corruptas de las dos cámaras, el enfrentamiento más lúcido a los abusos del poder, la denuncia más ingeniosa y persuasiva de las actitudes y del lenguaje de los políticos,”, dijo Elena, con la voz quebrada.

Los aplausos y las lágrimas brotaron. Atrás quedaron los discursos oficiales de Teresa Vicencio, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, y de Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que muchos escucharon sin inmutarse.

El recinto comenzaba a llenarse de fieles seguidores del cronista, lo que contrastó con el desangelado inicio de la ceremonia, a la que sólo tenían acceso los funcionarios de cultura, familiares, amigos y la prensa, quienes debieron identificarse en la entrada.

Incluso, cuando llegó el féretro, a las 10:11 de la mañana, había lugares vacíos en las áreas que fueron acordonadas por los organizadores del homenaje a Monsiváis en el máximo recinto cultural del país. Unos cuantos aplausos se escucharon al ver el ataúd subir las escaleras del vestíbulo.

Lujambio y Sáizar se apresuraron a cubrir el ataúd con la bandera de México. Y se disponían a realizar la primera guardia cuando el periodista Jenaro Villamil quitó el lábaro patrio para colocar en medio el estandarte arcoiris que simboliza la lucha por la diversidad sexual. También se cubrió a Monsi con la bandera de su alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, y luego ya la del país.

Así empezaron las guardias de honor, primero la de los funcionarios federales: Lujambio, Sáizar, el director del Fondo de Cultura Económica, Joaquín Diez Canedo, quienes se retiraron luego de que Jesusa Rodríguez lanzó el grito de ¡fuera Lujambio!

Otro grito salió del público al que, de a poquito, se le permitió ingresar al recinto: ¡Viva Carlos!, “¡Viva Monsi!”

Un abatido Julio Scherer se colocó frente al féretro para sólo observar al resto de personas que hicieron guardias: José María Pérez Gay, María Rojo, Martha Lamas, Rafael Barajas El Fisgón, Denise Dresser, Jesús Ramírez Cuevas.

La Jornada preguntó si asistiría el presidente Felipe Calderón, a lo que uno de los empleados del Palacio de Bellas Artes respondió: si llega lo hará de manera discreta y entrará por la puerta de atrás, como lo hace siempre.

Quien sí acudió a realizar una guardia de honor fue Andrés Manuel López Obrador. Luego de conversar brevemente con Scherer, señaló que Monsiváis siempre estuvo al lado de las causas justas, defendió la diversidad con una postura de no violencia, fue un hombre bueno, limpio, independiente y ejerció, siempre, una crítica racional.

El flautista Horacio Franco interpretó una partita de Bach desde la cabecera del ataúd, mientras el público se formó en una fila con la promesa de que pasaría a hacer guardias de honor. Sólo se permitía pasar al área acordonada a quienes las autoridades culturales o sus jefes de prensa identificaban como funcionarios o intelectuales. Las personas comunes se quedaban tras el cerco, como la joven Ana Acevedo que, gladiola en mano, se abría paso entre los fotógrafos para intentar depositar su pequeña ofrenda cerca del féretro: “sí hizo mucho por el país el Monchi, deberían dejarlo aquí hasta mañana para que todos podamos despedirlo”, dijo.

Ante los reclamos de la gente, que afuera resistía el sol a plomo, las puertas laterales del marmóreo recinto por fin se abrieron sin restricciones casi a las 11:30 de la mañana. Las edecanes del palacio les ordenaban a las personas que, formadas, desfilaran de prisa frente al féretro. Muchos se desilusionaron, pues las vallas no les permitían acercarse a depositar las flores (algunas compradas en la Alameda Central) o ver de cerquita el féretro, que nunca se abrió para mostrar el cuerpo de Monsiváis.

La fila de las personas comunes que querían hacer guardia comenzó a avanzar lentamente, pues debían esperar a que los funcionarios e intelectuales que iban llegando hicieran lo propio. Así aguardó formado más de una hora el pequeño Jacobo Cervantes, de 11 años, quien afirmó que admiraba a Monsiváis porque él fue a la UNAM y yo quiero estudiar ahí también, ¡ah! y porque siempre defendió a los gatos.

Era casi mediodía; el flujo de personas aumentaba: algunos con sus playeras verdes de futbol, padres e hijos, abuelos, señoras, hombres vestidos de mujer, estudiantes, parejas de novios, patinadores, turistas extranjeros, todos con alguna anécdota que contar acerca de Monsiváis, varios platicando dónde lo habían conocido, qué habían leído o qué consejo les había dado.

Se hizo una pausa en la fila que debía caminar rapidito para ver el féretro y salir. Empezaron los discursos de las titulares del INBA y el CNCA. Pero cuando Elena Poniatowska habló la emoción subió de nivel; fue recibida con una larga ovación.

La escritora dijo: “Monsi, tu mensaje fue ennoblecernos y hacer que creyéramos en nosotros mismos porque tú eres la nobleza misma, el compromiso mismo, la defensa de los derechos humanos, la indignación y el llanto en Acteal, la frase que alguna vez exclamaste tú que jamás, jamás decías groserías: ‘¡Ahora sí que no tienen madre!’”

Algunos lloraban mientras seguían atentos las palabras de una de las mejores amigas del autor de Apocalípstick: “¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Aquí caminamos a tu lado, sonreímos contigo, cantamos contigo, a ti te gustaba cantar y eras muy entonado, te gustaba reírte y reír contigo nos hacía sentirnos casi dioses. Aquí nos tienes a todos desolados y conmovidos, aquí nos tienes destanteados, aquí nos tienes dolidos hasta la médula preguntándote ¿por qué nos hiciste eso? Y si nos hiciste eso, ¿por qué no nos preparaste mejor?”

Cuando la periodista concluyó, del primer piso del recinto bajaron unos mariachis interpretando Amor perdido. Siguieron con Usted y Costumbres, de Juan Gabriel. Algunas personas se entusiasmaron, pero otras dijeron estar desconcertadas por el circo que se estaba armando: ¡No es show!

Las edecanes del INBA también llevaron a un par de organilleros que comenzaron a tocar cuando terminaron los mariachis.

“¡Viva Monsi eternamente!”, ¡Viva el hombre del pueblo!, “Te queremos, Monsi, te queremos!”, fueron los gritos de guerra de una multitud que, cuando continuaron las guardias de honor, se molestaron porque la fila de los comunes seguía sin avanzar, pues se dio prioridad a los directores del INBA Teresa Franco y Gerardo Estrada.

“¿Por qué nos hacen esto? ¿por qué nos excluyen y dan prioridad a la ‘tremenda corte’?”, dijo un señor, ya entre empujones y gritos de ¡déjenos pasar!

Las porras arreciaron: “¡Monsi es del pueblo!”, “¡Monsi fue la voz del pueblo!”, “¡Monsi no es vi ai pí!” y entonces Consuelo Sáizar dio la instrucción de que las personas pasaran de 15 en 15 para hacer guardias, todavía a través de un filtro.

Los admiradores que lograron llegar así hasta el féretro le depositaban ramitos de flores, se persignaban, acariciaban las banderas. Las mujeres, sobre todo, lloraban, ante la indiferencia de algunos funcionarios que se la pasaron echando chisme, en su muy particular feria de vanidades.

Eran ya las 12:30 y la fila para entrar a despedirse de Monsiváis salía del palacio y ocupaba una buena extensión de la explanada. Los aplausos no paraban, ni las consignas: ¡es un honor estar con Monsiváis!, ¡Se ve, se siente, Monsiváis está presente!

También brotaron los goyas, al tiempo que las autoridades entendieron por fin que debían dejar pasar a todos a despedirse del cronista. Se hizo una fila única que rodeara el féretro y se suspendieron las guardias de honor. Pero se les pedía que caminaran rápido. Los dolientes VIP quedaron relegados.

Puños izquierdos en alto comenzaron a brotar. Era casi la una de la tarde y el vestíbulo del palacio estaba totalmente lleno. Se comenzó a cantar el Himno Nacional. Los empleados de la funeraria pidieron que se hiciera una valla para salir.

Cuando cargaron el ataúd para abandonar el recinto, la multitud tronó en aplausos y se escucharon más gritos: ¡muera el mal gobierno, “Monsi, presente en la lucha de la gente”, ¡Que viva la inteligencia!

Lentamente, quienes llevaban el féretro se fueron abriendo paso hasta la carroza. Ya en la calle los ánimos se desbordaron: ¡Muera el espurio, viva Monsiváis!

Atrás del ataúd venían, tomados del brazo, Poniatowska, Lamas, Sáizar y Omar García, quien llevaba un papalote pintado con un retrato de Monsiváis.

Algunos seguían tratando de acariciar la caja. Elena fue la única que se subió a la carroza, la cual se dirigió lentamente hacia el Eje Central.

Las personas seguían con las porras y caminaban detrás, hasta que el auto, de manera intempestiva, aceleró y se perdió en las calles del Centro Histórico, para dar una vuelta alrededor del Zócalo. “¡Adiós, Monsi, hasta luego!”, gritaron, desconcertados, quienes se quedaron a mitad del Eje Central. Como huérfanos.

El cuerpo del escritor fue incinerado más tarde en el Panteón Español. Su familia informó que sus cenizas serán depositadas en el Museo del Estanquillo. Ayer, por lo pronto, descansaron en su casa de la colonia Portales. También se anunció que este lunes, alrededor de las 13 horas, se realizará un homenaje en el Teatro de la Ciudad (Donceles 36, Centro Histórico).