Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Natán el sabio
H

ace varios años pudimos ver la versión de Michael Talheiner a Emilia Galotti, pero ningún teatrista mexicano había emprendido la tarea de escenificar alguna obra de Gotthold Ephraim Lessing, el innovador del teatro alemán, hasta ahora que la Compañía Nacional de Teatro presenta Natán el Sabio en versión de Stefanie Weiss y Luis de Tavira y bajo la dirección de Enrique Singer. Son conocidas las tristes circunstancias por las que pasaba el dramaturgo, crítico y tratadista cuando escribió esta obra que resume muchas de sus inquietudes filosóficas y que nunca llegó a ver en escena. En efecto, el polémico tema impidió que el poema dramático se estrenara hasta un año después de la muerte del autor, con poco éxito por cierto, y que el gran público alemán conociera por mucho tiempo la versión de Schiller antes que la del autor original.

Lessing encontró en el cuento del judío Melquíades de El Decamerón de Boccaccio, referente a los tres anillos, el punto de partida para elaborar su poema con el que ilustra su tesis de que las tres grandes religiones monoteístas son en esencia lo mismo, porque se dirigen al mismo Dios y que lo que importa en definitiva es la manera de relacionarse entre sí que tiene el género humano. Es significativo que Lessing, hijo de un pastor protestante, muestre en esta obra como sabios y tolerantes a los representantes del judaísmo y el islamismo, mientras que en la cristiana Daya se den las tontas suspicacias a las que lleva el fanatismo, además de buscar su provecho, y el Patriarca de Jerusalem sea un vengativo déspota saqueador del tesoro común: las persecuciones que sufrió por sus ideas le hicieron sentir en carne propia el peso de la intolerancia, mientras que la lejanía de judíos y musulmanes se prestaba para que fueran un tanto idealizados. El entramado de equívocos, además de apoyar la construcción dramatúrgica, no pierde de vista la teoría de la religión natural, ya esbozada en el cuento tomado de Boccaccio, y que se muestra de manera muy poderosa en el desenlace que resume la tesis de los tres anillos.

Stephanie Weiss y Luis de Tavira, director artístico de la CNT, usaron para su versión un lenguaje acorde con nuestra época, lo que clarifica el texto sin que pierda su aliento, mientras que el director Enrique Singer, en armonía con la estilización de los adaptadores, no intentó una escenificación realista a no ser por las actuaciones, excepto quizás la de Rea, un tanto estilizada y, sobre todo la de Al-Hafi que no puede olvidar su pasado con esos pasos que son un tanto danza derviche. La escenografía de Philippe Amand está hecha a base de paneles con motivos arábigos que se deslizan para dar las áreas y sobre los que se proyectan diferente imágenes y el vestuario debido a Mario Marín reproduce, sin ser exacto históricamente, los elementos de cada raza, vistosos para los árabes, neutros para los cristianos y ocres para el mundo judío. La parábola de los tres anillos es narrada en off mientras los actores y actrices del séquito y harem de Saladino miman la escena, para ser reemplazados por tres títeres. Este juego entre Historia –con su cola de reflexión humanística– y cuento de hadas es mantenido por Singer a lo largo de la escenificación y lo confirma como un director creativo y eficaz, en plena madurez de su talento.

El trabajo con los actores es otro rubro de su buena dirección, aunque tuvo la buena suerte de un elenco de primera. Después de ver la formidable actuación de Ricardo Blume con su gama de intenciones, desde la ironía casi apenas esbozada hasta la extrema ternura, se piensa que ningún otro podría ser Natán. No le están a la zaga Adriana Roel que matiza con destreza su recreación de Daya y Luis Rábago, que hace un excelente Saladino con autoridad y bonhomía. Gracioso Arturo Beristáin como Al-Hafi y muy bien en el rol del hermano lego Héctor Holten y como Sita, a quien corresponde el discurso final cambiado por los adaptadores, Ylleni Pérez Vertri. También muy convincente la pareja joven formada por Ana Isabel Esqueira, con sus estilizados movimientos como Rea y Claudio Lafarga como el Templario, en cambio, el extraño travestismo empaña la actuación de Rosenda Monteros como el Patriarca. Los diseños de movimiento corporal de Marcela Aguilar y maquillaje de Amanda Schmelz y la sonorización de Julián de Tavira completan el montaje.

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